Nuestra religión cristiana se diferencia de todas ellas (las proféticas y las tradicionales), porque su fundador, Jesucristo, es el Hijo de Dios hecho hombre, Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Debemos enfatizar este hecho, único: nuestra religión tiene a Dios como su fundador y es por eso, que Jesús pudo afirmar: “Pasarán cielo y tierra, pero mi palabra no pasará” (Mt 24, 35). Él mismo testimonió la absoluta verdad de su revelación con milagros y prodigios, afirmando: “si no quieren creer en mí, crean en mis obras, que de mí dan testimonio” (Jn 10, 38)… y lo sabemos, el prodigio más asombroso ha sido su victoria sobre la muerte, su resurrección.
Conviene subrayarlo: De ningún fundador de religión, nadie se atrevió a decir, que había resucitado, mientras que Jesús dio pruebas más que contundentes de que había resucitado y que estaba vivo.
Al momento de no estar ya presente visiblemente entre los suyos, les declara: “Todo poder se me ha dado en la tierra y en el cielo. Vayan pues, por todo el mundo y hagan discípulos de todas las gentes […]; yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).
No debemos olvidar la otra muy consistente diferencia entre el cristianismo y las demás religiones, y es la siguiente. El cristianismo es la única religión que profesa y cree en los misterios, es decir, en verdades que no cabe entender en toda su profundidad y sentido, y que nadie, obviamente, puede haber inventado, precisamente por ser “incomprensibles”: nadie, por cuanto dotado de extraordinaria inteligencia, puede jamás inventar algo que a todas luces, supera su inteligencia… Los misterios son verdades que aceptamos, no en cuanto que las comprendamos, sino, porque Dios, por su benevolencia y amor, nos las ha revelado y, porque bien sabemos que, Él no se engaña ni nos engaña.
En radical contraste, las otras religiones, no tienen misterios, sino, “mitos”, es decir, relatos que, iluminando aspectos de la vida y de la realidad, todos podemos fácilmente entender.
Con lo que acabamos de afirmar, no queremos en absoluto menospreciar las otras religiones. Como lo afirmaban los Padres de la Iglesia y siempre se ha ido reconociendo en la auténtica tradición católica, en las otras religiones hay “semillas de la verdad”, que Dios, Padre de todos, providencialmente ha, como “sembrado” en ellas. La Iglesia considera entonces a las otras religiones, no en contraste con el cristianismo, sino, como portadoras de semillas de la verdad por las que se ordenan hacia la suprema Verdad que es Cristo.
Corresponde pues, a nosotros los cristianos, fieles al mandato de Cristo, ir, anunciar, la Verdad hacia la cual el corazón humano, por providencia divina y por las luces que le llegan de su religión, está orientado hacia el conocimiento pleno de la verdad. Nosotros, cristianos que sin ningún mérito conocemos a Aquel que ha proclamado con sus palabras, sus obras y su resurrección, “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6) estamos urgidos a que se lo anunciemos a todos. “¡Ay de mí si no evangelizo”!, exclamaba san Pablo (1Cor 9, 16).