La guerra es siempre una derrota de la humanidad, porque representa el fin de la capacidad de diálogo, de encuentro y de acuerdo. La guerra es también el fracaso de la diplomacia y de los contrapesos políticos necesarios para generar un equilibrio de poder en el mundo.
Con la guerra en Ucrania está en juego la estabilidad democrática y la paz global. Si el conflicto escala, cosa por la cual rezamos para que no suceda, se podría redefinir el orden mundial conocido hasta ahora.
Recordamos las reflexiones del Papa San Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris, cuando en un contexto similar al nuestro, marcado por la guerra fría, en 1963, insistía en que la paz será palabra vacía mientras no se funde sobre un orden basado en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y, finalmente, realizado bajo los auspicios de la libertad.
La paz pretendida por algunos autócratas modernos, bajo el peso de las armas, no es más que una falacia que tarde o temprano terminará por derrumbarse al precio de vidas humanas, muchas de ellas inocentes.
Esta misma encíclica que pedía y reconocía el papel de la Organización de Naciones Unidas, probablemente no imaginaría el papel tan simbólico que este ente tendría en nuestra época frente a conflictos como el de Ucrania y muchos otros, en los que de llamamientos y exhortaciones no se ha pasado, a pesar del sufrimiento de los pueblos sometidos a la insensatez de la guerra.
El Papa Francisco, lleno de angustia y preocupación, pide oración y ayuno por la paz. “La debilidad de la oración contra la potencia de las armas”, recuerdan los periodistas de la Santa Sede reseñando el horror de la guerra.
“¿Quién querrá creerlo? ¿Quién opondrá el manso ascetismo del ayuno a la fuerza de los cañones? La oración nos une al Padre y nos hace hermanos, el ayuno nos quita algo para compartirlo con los demás: aunque el otro sea un enemigo”.
Pero la oración es la verdadera revolución que cambia el mundo porque cambia los corazones. “Tenemos pocos recursos contra las guerras porque, sin quitarnos ninguna responsabilidad, el diablo las fomenta, con odio, astucia, maldad. "Esta clase de demonios – como dice el Señor- no puede echarse sino mediante la oración".
Unámonos pues al llamado del Papa, pidamos la intercesión de la Santísima Virgen María, Reina de la Paz y aprovechemos el tiempo de Cuaresma que está por iniciar para construir la paz en nuestro entorno familiar, laboral y social, con pequeñas acciones y gestos, que a los ojos de los hombres pueden resultar inútiles, pero para Dios son semillas de un nuevo mundo restaurado en su amor. Que así sea.