Estamos de acuerdo que el desempleo es el gran problema nacional, que hay que actualizar la legislación laboral de nuestro país, atendiendo los nuevos requerimientos y demandas de un mercado laboral cambiante, mucho menos rígido que antes y desde luego, aceptar que en muchos ámbitos, ya de hecho, se aplican jornadas fuera de ley y se violan sistemáticamente los derechos laborales de los trabajadores.
Sin embargo, este deber, ni niguna otra consideración, pueden estar por encima del bien del trabajador. Porque por ejemplo, ¿qué vida social o familiar puede tener una persona que trabaje 12 horas al día?, ¿Cómo podría balancear sus eventuales responsabilidades como padre, madre, hijo o hija, esposo o esposa si entra por ejemplo al trabajo a las 8 a.m. y sale a las 8 p.m.?
Cierto es que tendría un día libre más, pero, ¿alguien se ha puesto a pensar en la carga física de una jornada con estas características? Y más si se considera, como se cree que sucederá, que será aplicada de inmediato en campos como maquilas, empresas agrícolas e industrias, donde la exigencia física es ya de por sí alta. ¿Está siendo valorada la salud ocupacional de los trabajadores y su capacidad para evitar accidentes?
Siendo realistas, en la situación nacional actual, muy poco podrían decir en contra los trabajadores a quienes se les cambie su jornada laboral, lo toman o lo dejan, y quien se oponga pone el riesgo el sustento suyo y el de su familia.
Por eso ahora es cuando los diputados tienen el deber de cerrar todos los portillos a eventuales abusos, fortaleciendo los controles y exigiendo que una institución como el Ministerio de Trabajo y su Inspección Laboral, cumplan la función para la cual existen.
Aparte los aspectos legales, porque hay quienes afirman que el proyecto podría tener roces de constitucionalidad, nuestro énfasis es que no se puede desplazar a la persona humana del centro del mundo del trabajo. Las y los trabajadores no son otro componente más en la generación de riqueza, su dignidad como personas hijos e hijas de Dios, obliga a considerar toda su integralidad, no solo su capacidad mecánica de rendimiento laboral, como si de máquinas o robots se tratara.
San Juan Pablo II, hablando a los trabajadores durante el Jubileo del Año 2000 llamaba la atención sobre esta centralidad cuando afirmaba que “en el proyecto de Dios el trabajo aparece como un derecho-deber necesario para que los bienes de la tierra sean útiles a la vida de los hombres y de la sociedad, contribuyendo a orientar la actividad humana hacia Dios en el cumplimiento de su mandato de someter la tierra”.
Así, como del Evangelio de Cristo deriva la enseñanza de los Apóstoles y de la Iglesia; deriva una verdadera y característica espiritualidad cristiana del trabajo, para que la actividad humana promueva el auténtico desarrollo de las personas y de toda la humanidad.
Y apuntaba algo fundamental: “En la sociedad actual, a menudo frenética y competitiva, en la que predomina la lógica de la producción y del lucro, a veces en perjuicio de la persona, es más necesario aún que cada uno pueda disfrutar de adecuados períodos de descanso, a fin de recuperar las energías y al mismo tiempo recobrar el justo equilibrio interior (…) gracias al contacto con la naturaleza, a la tranquilidad, a la oportunidad de cultivar más la armonía familiar, a las buenas lecturas y a las sanas actividades recreativas; y sobre todo gracias a la posibilidad de dedicar más tiempo a la oración, a la contemplación y a la escucha de Dios”.
Que estas consideraciones enriquezcan el necesario debate alrededor del tema, para que se puedan crear las condiciones en donde, a la par de una necesaria modernización de la legislación laboral, se respete la dignidad de los trabajadores y sus familias, así como su derecho a una calidad de vida integral y balanceada.