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Viernes, 03 Mayo 2024
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“Los creyentes, cuando quieren ver y palpar a Jesús en persona, saben a dónde dirigirse, los pobres son sacramento de Cristo, representan su persona y remiten a él”. Es lo que escribe el Papa en su Mensaje para la V Jornada Mundial de los Pobres que se celebrará el 14 de noviembre próximo sobre el tema: “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc 14,7).

En el texto, el Papa recuerda las críticas de Judas por el hecho de que una mujer derramara sobre su cabeza un perfume muy valioso, que valía unos 300 denarios, una suma -dice el apóstol traidor- que se podía dar a los pobres. En realidad, señala el evangelista Juan, “Esto no lo dijo porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía la bolsa del dinero en común, robaba de lo que echaban en ella” (12,5-6).

Francisco subraya con fuerza: “quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos”. Los pobres -observa- están “en el centro del camino de la Iglesia”.

El año pasado, además, -dijo- se añadió otra plaga que produjo ulteriormente más pobres: la pandemia. Esta sigue tocando a las puertas de millones de personas y, cuando no trae consigo el sufrimiento y la muerte, es de todas maneras portadora de pobreza.

“Algunos países, a causa de la pandemia, están sufriendo gravísimas consecuencias, de modo que las personas más vulnerables están privadas de los bienes de primera necesidad. Las largas filas frente a los comedores para los pobres son el signo tangible de este deterioro”.

Es necesario a juicio del Papa, encontrar “las soluciones más adecuadas para combatir el virus a nivel mundial, sin apuntar a intereses partidistas”. En particular, “es urgente dar respuestas concretas a quienes padecen el desempleo, que golpea dramáticamente a muchos padres de familia, mujeres y jóvenes”. Se necesitan solidaridad y “proyectos de promoción humana a largo plazo”.

El Papa advierte: “Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza, y a menudo descarga sobre los pobres toda la responsabilidad de su condición. Sin embargo, la pobreza no es fruto del destino sino consecuencia del egoísmo”.

 

Un enfoque diferente

 

Catequesis en audiencia general, miércoles 16 de junio, 2021. 

 

En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.

Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Estos sucesos culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación cristiana: esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y resurrección -como un rayo- arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús. Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica -la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo- sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.

En los días de su última Pascua, encontramos por tanto a Jesús, plenamente inmerso en la oración.

Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní-lo hemos escuchado-, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea -que era la lengua de Jesús- expresa intimidad, expresa confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.

Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, reza por todos, también por aquellos que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado.

Todos estaban contra Él o indiferentes, solamente ese malhechor reconoce el poder. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (v. 2): Él sentía el abandono y rezaba. En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas de la Cruz.

Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por cada uno de vosotros.

Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz, ha rezado por mí”. Ha rezado. Jesús puede decir a cada uno de nosotros: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. “Y ahora, padre, aquí, nosotros que estamos escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que Su palabra nos ayude a ir adelante. Pero rezar y recordar que Él reza por nosotros.

Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo.

Catequesis en audiencia general, miércoles 12 de mayo, 2021

 

Hablando de la oración, la oración cristiana, como toda la vida cristiana, no es “como dar un paseo”. Ninguno de los grandes orantes que encontramos en la Biblia y en la historia de la Iglesia ha tenido una oración “cómoda”. Sí, se puede rezar como los loros -bla, bla, bla, bla, bla- pero esto no es oración. La oración ciertamente dona una gran paz, pero a través de un combate interior, a veces duro, que puede acompañar también periodos largos de la vida.

Rezar no es algo fácil y por eso nosotros escapamos de la oración. Cada vez que queremos hacerlo, enseguida nos vienen a la mente muchas otras actividades, que en ese momento parecen más importantes y más urgentes. Esto me sucede también a mí: voy a rezar un poco… Y no, debo hacer esto y lo otro… Huimos de la oración, no sé por qué, pero es así. Casi siempre, después de haber pospuesto la oración, nos damos cuenta de que esas cosas no eran en absoluto esenciales, y que quizá hemos perdido el tiempo. El Enemigo nos engaña así.

Todos los hombres y las mujeres de Dios mencionan no solamente la alegría de la oración, sino también la molestia y la fatiga que puede causar: en algunos momentos es una dura lucha mantener la fe en los tiempos y en las formas de la oración. Algún santo la ha llevado adelante durante años sin sentir ningún gusto, sin percibir la utilidad. El silencio, la oración, la concentración son ejercicios difíciles, y alguna vez la naturaleza humana se rebela.

Preferiríamos estar en cualquier otra parte del mundo, pero no ahí, en ese banco de la iglesia rezando. Quien quiere rezar debe recordar que la fe no es fácil, y alguna vez procede en una oscuridad casi total, sin puntos de referencia.  Hay momentos de la vida de fe que son oscuros y por esto algún santo los llama: “La noche oscura”, porque no se siente nada.

El Papa Francisco envió un mensaje con ocasión del evento solidario que tiene lugar este jueves 10 de junio en Costa Rica, para celebrar los 30 años del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), constituido el 13 de diciembre de 1991, mediante la suscripción del Protocolo de Tegucigalpa y cuyo propósito es, precisamente, garantizar la integración de Centroamérica y México con el fin de construirla en una región de paz, libertad, democracia y desarrollo.

En el 5º aniversario, el 19 de marzo de 2021, de la publicación de la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” sobre la belleza y la alegría del amor familiar, el Papa Francisco inaugurará el Año “Familia Amoris Laetitia” que concluirá el 26 de junio de 2022 en el 10º Encuentro Mundial de las Familias en Roma, en el que estará presente el Santo Padre.

“La experiencia de la pandemia -se lee en el comunicado del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida- ha puesto de relieve el papel central de la familia como Iglesia doméstica y ha subrayado la importancia de los vínculos entre las familias”.

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