Es como un regreso a la relación original entre el Creador y la criatura, antes de que interviniera la desobediencia del pecado. La justificación que Dios realiza, por tanto, nos permite recuperar la inocencia perdida con el pecado. ¿Cómo ocurre la justificación? Responder a esta pregunta equivale a descubrir otra novedad de la enseñanza de san Pablo: que la justificación ocurre por gracia. Solo por gracia: nosotros hemos sido justificados por pura gracia. “¿Pero yo no puedo, como hacen algunos, ir donde el juez y pagar para que me de justicia?”. No, en esto no se puede pagar, ha pagado uno por todos nosotros: Cristo. Y de Cristo que ha muerto por nosotros viene esa gracia que el Padre da a todos: la justificación ocurre por gracia.
El apóstol siempre tiene presente la experiencia que cambió su vida: el encuentro con Jesús resucitado en el camino a Damasco. Pablo había sido un hombre orgulloso, religioso, celante, convencido de que en la escrupulosa observancia de los preceptos estaba la justicia.
Ahora, sin embargo, ha sido conquistado por Cristo, y la fe en Él lo ha transformado en lo profundo, permitiéndole descubrir una verdad hasta ahora escondida: no somos nosotros con nuestros esfuerzos que nos volvemos justos, no: no somos nosotros; sino que es Cristo con su gracia quien nos hace justos.
Entonces Pablo, para tener una plena conciencia del misterio de Jesús, está dispuesto a renunciar a todo en lo que antes era rico (cfr. Fil 3,7), porque ha descubierto que solo la gracia de Dios lo ha salvado. Nosotros hemos sido justificados, hemos sido salvados por pura gracia, no por nuestros méritos.
Y esto nos da una confianza grande. Somos pecadores, sí; pero vamos por el camino de la vida con esta gracia de Dios que nos justifica cada vez que nosotros pedimos perdón. Pero no justifica en ese momento: somos ya justificados, pero viene a perdonarnos otra vez.
La fe tiene para el apóstol un valor global. Toca cada momento y cada aspecto de la vida del creyente: desde el bautismo hasta la partida de este mundo, todo está impregnado de la fe en la muerte y resurrección de Jesús, que dona la salvación. La justificación por fe subraya la prioridad de la gracia, que Dios ofrece a los que creen en su Hijo sin distinción alguna.