Catequesis en audiencia general, miércoles 7 de diciembre, 2020.
Continuamos con nuestras reflexiones sobre la oración. La oración cristiana es plenamente humana, incluye la alabanza y la súplica. De hecho, cuando Jesús enseñó a sus discípulos a rezar, lo hizo con el “Padrenuestro”, para que nos pongamos con Dios en la relación de confianza filial y le dirijamos todas nuestras necesidades.
Pedir, suplicar. Esto es muy humano. Escuchamos el Catecismo: “Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él” (n. 2629).
Si uno se siente mal porque ha hecho cosas malas cuando reza el Padrenuestro ya se está acercando al Señor. A veces podemos creer que no necesitamos nada, que nos bastamos nosotros mismos y vivimos en la autosuficiencia más completa. ¡A veces sucede esto! Pero antes o después esta ilusión se desvanece. El ser humano es una invocación, que a veces se convierte en grito, a menudo contenido. El alma se parece a una tierra árida, sedienta, como dice el Salmo (cf. Sal 63,2). Todos experimentamos, en un momento u otro de nuestra existencia, el tiempo de la melancolía o de la soledad.
La Biblia no se avergüenza de mostrar la condición humana marcada por la enfermedad, por las injusticias, la traición de los amigos, o la amenaza de los enemigos. A veces parece que todo se derrumba, que la vida vivida hasta ahora ha sido vana. Y en estas situaciones aparentemente sin escapatoria hay una única salida: el grito, la oración: “¡Señor, ayúdame!”. La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad. “¡Señor, ayúdame!”. Esto abre el camino, abre la senda.
Hace 150 años el beato Papa Pío IX declaró a San José como Patrono de la Iglesia Católica. Lo hizo con el decreto Quemadmodum Deus, firmado el 8 de diciembre de 1870. El Santo Padre Francisco lo celebra convocando a un Año de San José, y lo hace con la Carta apostólica Patris corde (Corazón de padre).
Este Año se celebrará Dios mediante hasta el 8 de diciembre de 2021, y será una ocasión para destacar las virtudes del esposo de la Santísima Virgen María y padre adoptivo de Jesús.
Llegué al numeral 287 lamentando no encontrar el 288, y con deseos de revisar mis notas y apuntes de inmediato. En los diversos servicios que la Providencia me ha permitido desarrollar, sea como docente, consultor, diputado, embajador o rector, he tenido que leer y aprender de muchos textos; pero ninguno había logrado, hasta ahora, interpelarme al unísono con respecto a cada uno de estos servicios[1]. La nueva Carta Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti: sobre la fraternidad y la amistad social, no solo logro esto, sino que lo hizo sin que sintiera ninguna contradicción o distanciamiento entre mi dimensión profesional y mi dimensión espiritual. Al contrario, con su estilo sencillo y directo—y algunas veces casi testimonial—, que de alguna forma ha venido a “democratizar” el lenguaje de la Santa Sede[2], el Santo Padre me condujo por caminos de reflexión “empedrados” en torno a problemas difíciles y polémicos que enfrenta hoy la humanidad, y que urgen solucionar, si de verdad queremos, como sociedad, propiciar el bien común y vivir en paz.
Como de costumbre, el Pontífice no se conforma con un acercamiento teórico en el que se enuncian los problemas y se ilumina sobre posibles respuestas de forma genérica. Fiel a la Doctrina Social de la Iglesia—ciertamente, con “acento” latinoamericano—, el Santo Padre plantea también una guía práctica para resolverlos (para “concretizar la esperanza”[3]) y nos insta, desde nuestras distintas “trincheras” a colaborar en los procesos de solución, en los procesos de construcción de una real y duradera paz mundial. Así, más allá de una encíclica, Fratelli Tutti se presenta como una “hoja de ruta”, como un verdadero “plan” para trabajar y alcanzar la paz mundial.
De esta forma, inspirándose en San Francisco de Asís, para proponer “una forma de vida con sabor a Evangelio” (FT 1), esta nueva “joya” del Papa busca tener un impacto práctico, pues tiene como objetivo que, “frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en palabras” (FT 6). En esta tarea no deja por fuera a nadie, sino más bien hace un llamado global, pues advierte que, “Si bien escribí desde mis convicciones cristianas…he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (FT 6).
En general, este “Plan de Paz” del Papa Francisco comienza enunciando algunos de los principales problemas o “sombras” que se ciernen sobre el mundo hoy en día. Seguidamente, plantea, echando mano del “modelo del buen samaritano”, cual es la lógica que debe privar en nuestras relaciones humanas para superar estos problemas, e indica que es a partir de la implementación de la “caridad política” y del diálogo franco y abierto, del que no puede excluirse a nadie (incluyendo a los líderes religiosos), como lograremos verdaderamente propiciar el bien común y vivir así en paz. Repasemos entonces, de manera puntual y esquemática, cual es el planteamiento y cuales las recomendaciones concretas que el Santo Padre nos ofrece para lograr este altísimo cometido.
Acciones para prevenir las “sombras” peligrosas
Como se indicó, el Papa Francisco comienza su nueva Encíclica exponiendo algunas de las “sombras”, o “tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal” (FT 9); y que, seguramente, el lector atento podrá ilustrar con ejemplos concretos propios de su país. Para prevenir las “sombras” que, a mi parecer, son más peligrosas para alcanzar la paz social de forma duradera, el Santo Padre recomienda al menos cinco acciones.
En primer lugar, no desconocer la historia, pues “…cada generación ha de hacer suyas las luchas y logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún” (FT 11). Esto para combatir los efectos nocivos con fines claramente ideológicos de “la penetración cultural de una especie de ‘deconstruccionismo’, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero” (FT 13). La historia está para mejorarla, no para reinventarla.
En segundo lugar, evitar la polarización social en el debate público, pues “en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho de existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos” (FT 15). La polarización social desgasta a la democracia.
En tercer lugar, no caer en la gestión política “de fachada”, sin contenido, en la que “La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino solo recetas inmediatistas de marketing…” (FT 15). Todo líder político debe saber que “La política es más noble que la apariencia…que distintas formas de maquillaje mediático” (FT 197). Sin descuidar las formas, para convertirse, realmente, en la más alta forma de caridad, la política debe ocuparse con responsabilidad del fondo de los problemas sociales (cf FT 180).
En cuarto lugar, evadir los efectos nocivos de una sociedad cada vez más globalizada y “virtualizada”, que “nos hace más cercanos, pero no más humanos” (FT 12). “Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (FT43). Su ausencia “favorece la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro…La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación sin igual” (FT 44). “Nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad…Presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad” (FT 33). Hay que hacer todos los esfuerzos posibles por humanizar nuestros procesos de comunicación social, así sean virtuales.
Finalmente, propone el Papa Francisco vencer el individualismo y el egoísmo pues con la Pandemia del COVID-19, queda claro que “nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos” (FT 32). Ciertamente, el egoísmo está a la base de la mayoría de los males que padece nuestra sociedad.
Condiciones para asumir el modelo del “buen samaritano”
Siguiendo la lógica del documento que nos presenta el Santo Padre, la vía para superar las mencionadas sombras es asumir el modelo del “buen samaritano”. Para asumir este modelo como faro para reconstruir nuestro “pacto social”, y siguiendo la visión del Papa Francisco que parte del mandamiento del amor, gobernantes y ciudadanos deben contemplar, al menos, tres condiciones.
En primera instancia, se debe comprender que “la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro” (FT 66), sobre todo con los más necesitados. “Hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas” (FT 64). Encontrarse supone acciones concretas, pues implica detenerse, preocuparse, atender y ayudar a “sanar las heridas” del necesitado, tal como lo ilustra la Parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37).
En segundo término, es urgente cambiar la lógica de nuestras relaciones interpersonales para tratarnos como “prójimos” y no como “socios” (cf. FT 102). Para ello debemos responderle a Jesús que nos invita no a “preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos” (FT 80). “Entonces ya no digo que tengo ‘prójimos’ a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de otros” (FT 81). Vernos como “prójimos” que se acercan y ayudan, y no como “socios” que se estudian y, a conveniencia, se relacionan, supone “medir” nuestras relaciones humanas a partir de la dignidad de la persona humana y su realidad como hijos de Dios.
Finalmente, urge definir que el Estado debe de ser “prójimo” sobre todo para los más pobres, pues “Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades” (FT 109), ni para los migrantes (cf. FT 129). Si bien contar con un Estado eficiente y socialmente comprometido es conveniente para las personas más acomodadas, resulta trascendental para los más necesitados.
Recomendaciones para practicar la mejor política, la “caridad política”
Asumir el modelo del buen samaritano en nuestras sociedades requiere de la mejor política, de la “caridad política”. Esto porque, parafraseando al Santo Padre, más allá de sus falencias, limitaciones y errores, el mundo no puede funcionar sin política (cf. FT 176). En sus palabras, “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política…” (FT 154). Cuando esto sucede, se “entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. [C]onvoco a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (FT 180). El Papa Francisco plantea, claramente, siete recomendaciones para los líderes que busquen practicar “la mejor política”.
Claves para sostener un dialogo fructuoso
En los procesos de la construcción de la paz, el desarrollo de la caridad política necesita del diálogo. El diálogo es la forma “más humana” de resolver los conflictos, que son normales en cualquier conglomerado social. En palabras del Santo Padre, “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso resume el verbo ‘dialogar’. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar” (FT 198). “[E]ntre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo” (FT 199).
En este sentido, el Papa señala cuáles son las claves para sostener un diálogo fructuoso, que permita verdaderos “procesos de encuentro”, en los que, con paciencia, se logren “recoger e integrar las diferencias”, y propiciar una “real y sólida paz social” (cf. FT 217). Específicamente, el Santo Padre propone siete claves.
Razones para la participación de la religión en la iluminación de la caridad política y la facilitación del diálogo
En palabras del Santo Padre, “Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad” (FT 271). Así, en la visión del Pontífice, el concurso de los líderes religiosos en la iluminación de la “mejor política” y en la facilitación del diálogo que propicia la amistad social, mas que una opción, es un deber[5]. En el caso de la Iglesia Católica esto es así por, al menos, cuatro razones.
Primero, porque su presencia ayuda a generar vínculos entre los creyentes de las distintas partes, más allá de sus intereses particulares. “Los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos” (FT 274).
Segundo, porque tiene mucho que aportar. “Entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos...No puede admitirse que en el debate público solo tengan voz los poderosos y los científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría” (FT 275).
Tercero, porque es parte de su misión. “[S]i bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia, que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral. La Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal” (FT 276).
Cuarto, porque tiene como interés primario la propiciación del bien común. En palabras del Papa Francisco, “Los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos “dialogantes”, a trabajar en la construcción de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. El mediador…es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros. (FT 284).
Observaciones finales
“Mujeres en instancias de responsabilidad en la Iglesia”: es el título que lleva el vídeo con la intención de oración del Papa Francisco para este mes de octubre, mes de las misiones. “Laicos y laicas son protagonistas de la Iglesia”, afirma el Santo Padre. Y añade: “hemos de promover la integración de las mujeres en los lugares donde se toman las decisiones importantes”. Así lo destaca Vatican news este mes.
El Papa Francisco vuelve a lanzar su llamado a toda la Iglesia para integrar a las mujeres en roles que usualmente ocupan los varones. “Recemos para que en virtud del bautismo los fieles laicos, y las mujeres en una manera especial, participen más en instancias de responsabilidad en la Iglesia, sin caer en los clericalismos que anulan el carisma laical”. De esta manera tan directa lo ha dicho el Pontífice.
Él llama a la Iglesia para que con la oración se promueva una mayor integración de los laicos y hace hincapié en las mujeres. Este es un tema en el que el Papa ha insistido mucho sobre todo en los últimos años. El Papa considera a los laicos verdaderos protagonistas del Evangelio y la reciente beatificación del joven Carlo Acutis es muestra de ello.
Catequesis en audiencia general, miércoles 14 de octubre, 2020.
Leyendo la Biblia nos encontramos continuamente con oraciones de distinto tipo. Pero encontramos también un libro compuesto solo de oraciones, libro que se ha convertido en patria, lugar de entrenamiento y casa de innumerables orantes. Se trata del Libro de los Salmos. Son 150 salmos para rezar.
Forma parte de los libros sapienciales, porque comunica el “saber rezar” a través de la experiencia del diálogo con Dios. En los salmos encontramos todos los sentimientos humanos: las alegrías, los dolores, las dudas, las esperanzas, las amarguras que colorean nuestra vida. Leyendo y releyendo los salmos, aprendemos el lenguaje de la oración.
En este libro no encontramos personas etéreas, personas abstractas, gente que confunde la oración con la experiencia estética o alienante. Los salmos no son textos nacidos en la mesa; son invocaciones, a menudo dramáticas, que brotan de la vida de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos.
En los salmos escuchamos las voces de orantes de carne y hueso, cuya vida, como la de todos, está plagada de problemas, de fatigas, de incertidumbres. El salmista no responde de forma radical a este sufrimiento: sabe que pertenece a la vida. Sin embargo, en los salmos el sufrimiento se transforma en pregunta. Del sufrir al preguntar.
Y entre las muchas preguntas, hay una que permanece suspendida, como un grito incesante que atraviesa todo el libro de lado a lado. Una pregunta, que nosotros la repetimos muchas veces: “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo?”. Cada dolor reclama una liberación, cada lágrima invoca un consuelo, cada herida espera una curación, cada calumnia una sentencia absolutoria. “¿Hasta cuándo, Señor, debo sufrir esto? ¡Escúchame, Señor!”: cuántas veces nosotros hemos rezado así, con “¿hasta cuándo?”, ¡basta Señor!
Planteando continuamente preguntas de este tipo, los salmos nos enseñan a no volvernos adictos al dolor, y nos recuerdan que la vida no es salvada si no es sanada. La existencia del hombre es un soplo, su historia es fugaz, pero el orante sabe que es valioso a los ojos de Dios, por eso tiene sentido gritar. Y esto es importante. Cuando nosotros rezamos, lo hacemos porque sabemos que somos valiosos a los ojos de Dios. Es la gracia del Espíritu Santo que, desde dentro, nos suscita esta conciencia: de ser valiosos a los ojos de Dios. Y por esto se nos induce a orar.
La oración de los salmos es el testimonio de este grito: un grito múltiple, porque en la vida el dolor asume mil formas, y toma el nombre de enfermedad, odio, guerra, persecución, desconfianza… Hasta el “escándalo” supremo, el de la muerte. La muerte aparece en el Salterio como la más irracional enemiga del hombre: ¿qué delito merece un castigo tan cruel, que conlleva la aniquilación y el final? El orante de los salmos pide a Dios intervenir donde todos los esfuerzos humanos son vanos. Por esto la oración, ya en sí misma, es camino de salvación e inicio de salvación.
Todos sufren en este mundo: tanto quien cree en Dios, como quien lo rechaza. Pero en el Salterio el dolor se convierte en relación: grito de ayuda que espera interceptar un oído que escuche. No puede permanecer sin sentido, sin objetivo. Tampoco los dolores que sufrimos pueden ser solo casos específicos de una ley universal: son siempre “mis” lágrimas. Pensad en esto: las lágrimas no son universales, son “mis” lágrimas. Cada uno tiene las propias. “Mis” lágrimas y “mi” dolor me empujan a ir adelante con la oración. Son “mis” lágrimas que nadie ha derramado nunca antes que yo. Sí, muchos han llorado, muchos. Pero “mis” lágrimas son mías, “mi” dolor es mío, “mi” sufrimiento es mío.