Son promotores del cuidado de la Casa Común, luchan por la justicia climática y ecológica. Se trata de los animadores Laudato si´ quienes celebrarán su primer Encuentro Nacional, del 31 de agosto al 1 de setiembre, en el Centro Diocesano de Pastoral, en Tilarán.
En latín Fratelli tutti, la tercera encíclica que el Papa Francisco firma en Asís el 4 de octubre, el día de su onomástico. En ella se nos invita a que vivamos unidos por el amor y que, consecuentemente, seamos entre nosotros y a todos los niveles más justos y solidarios, más cercanos, más atentos a ayudar al prójimo, especialmente al más necesitado. Y esto lo lograremos estando más cerca de Dios, nuestro Creador y Padre, más abiertos a su presencia y amor; hechos a imagen y semejanza suya, somos hermanos todos, la humanidad entera. Ensanchando el concepto de “salvación”, el Papa afirma: “Nadie se salva solo” y ha llegado el momento de que “soñemos como una única humanidad” en la que “todos somos hermanos”.
Con alegría y agradecidos con Dios celebramos el décimo aniversario del pontificado del Papa Francisco. El papa jesuita que es el primero en escoger el nombre del Santo de Asís.
Él, maestro de jesuitas, el arzobispo que se movilizaba en transporte público y atendía personalmente las villas pobres de Buenos Aires. El cardenal que en sintonía con el Papa Benedicto XVI presidió la redacción de la histórica declaración de los obispos latinoamericanos en Aparecida. El Papa que siempre ha sido pastor de su feligresía.
Con el título de su encíclica Fratelli Tutti el Papa Francisco honró a San Francisco de Asís en cuya fiesta y sobre su tumba la emitió. Señala el Papa: “Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a escribir la encíclica Laudato si’, vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social”
La encíclica tiene un muy claro eje central: el mandato del amor, que nos llama a todos en nuestra actividad personal a ser “prójimo”, como el samaritano de la parábola, pero que igualmente nos convoca a todos a procurar el bien común en nuestra participación en sociedad. Y claramente este mandato de manera muy especial se aplica a políticos, dirigentes y formadores de opinión.
Esas pocas líneas introductorias y el contenido de esa Encíclica resultan de la vocación a amar y a cuidar a sus feligreses que se manifiesta en todas las acciones de la vida de nuestro Papa, y que son para mí la más destacada de sus características.
En la introducción a la Encíclica sobre la fe, Lumen Fidei, que había sido iniciada por el Papa Benedicto XVI nos dice el Papa Francisco: “En la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría”.
El Papa Francisco en esta su primera Epístola nos manifiesta la centralidad de vivir para el amor a Dios y al prójimo, y que la esencia de ese amor es trasmitirlo a todas las personas, es el apostolado, es ser pastor: “Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí”.
Llegué al numeral 287 lamentando no encontrar el 288, y con deseos de revisar mis notas y apuntes de inmediato. En los diversos servicios que la Providencia me ha permitido desarrollar, sea como docente, consultor, diputado, embajador o rector, he tenido que leer y aprender de muchos textos; pero ninguno había logrado, hasta ahora, interpelarme al unísono con respecto a cada uno de estos servicios[1]. La nueva Carta Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti: sobre la fraternidad y la amistad social, no solo logro esto, sino que lo hizo sin que sintiera ninguna contradicción o distanciamiento entre mi dimensión profesional y mi dimensión espiritual. Al contrario, con su estilo sencillo y directo—y algunas veces casi testimonial—, que de alguna forma ha venido a “democratizar” el lenguaje de la Santa Sede[2], el Santo Padre me condujo por caminos de reflexión “empedrados” en torno a problemas difíciles y polémicos que enfrenta hoy la humanidad, y que urgen solucionar, si de verdad queremos, como sociedad, propiciar el bien común y vivir en paz.
Como de costumbre, el Pontífice no se conforma con un acercamiento teórico en el que se enuncian los problemas y se ilumina sobre posibles respuestas de forma genérica. Fiel a la Doctrina Social de la Iglesia—ciertamente, con “acento” latinoamericano—, el Santo Padre plantea también una guía práctica para resolverlos (para “concretizar la esperanza”[3]) y nos insta, desde nuestras distintas “trincheras” a colaborar en los procesos de solución, en los procesos de construcción de una real y duradera paz mundial. Así, más allá de una encíclica, Fratelli Tutti se presenta como una “hoja de ruta”, como un verdadero “plan” para trabajar y alcanzar la paz mundial.
De esta forma, inspirándose en San Francisco de Asís, para proponer “una forma de vida con sabor a Evangelio” (FT 1), esta nueva “joya” del Papa busca tener un impacto práctico, pues tiene como objetivo que, “frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en palabras” (FT 6). En esta tarea no deja por fuera a nadie, sino más bien hace un llamado global, pues advierte que, “Si bien escribí desde mis convicciones cristianas…he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (FT 6).
En general, este “Plan de Paz” del Papa Francisco comienza enunciando algunos de los principales problemas o “sombras” que se ciernen sobre el mundo hoy en día. Seguidamente, plantea, echando mano del “modelo del buen samaritano”, cual es la lógica que debe privar en nuestras relaciones humanas para superar estos problemas, e indica que es a partir de la implementación de la “caridad política” y del diálogo franco y abierto, del que no puede excluirse a nadie (incluyendo a los líderes religiosos), como lograremos verdaderamente propiciar el bien común y vivir así en paz. Repasemos entonces, de manera puntual y esquemática, cual es el planteamiento y cuales las recomendaciones concretas que el Santo Padre nos ofrece para lograr este altísimo cometido.
Acciones para prevenir las “sombras” peligrosas
Como se indicó, el Papa Francisco comienza su nueva Encíclica exponiendo algunas de las “sombras”, o “tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal” (FT 9); y que, seguramente, el lector atento podrá ilustrar con ejemplos concretos propios de su país. Para prevenir las “sombras” que, a mi parecer, son más peligrosas para alcanzar la paz social de forma duradera, el Santo Padre recomienda al menos cinco acciones.
En primer lugar, no desconocer la historia, pues “…cada generación ha de hacer suyas las luchas y logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún” (FT 11). Esto para combatir los efectos nocivos con fines claramente ideológicos de “la penetración cultural de una especie de ‘deconstruccionismo’, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero” (FT 13). La historia está para mejorarla, no para reinventarla.
En segundo lugar, evitar la polarización social en el debate público, pues “en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho de existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos” (FT 15). La polarización social desgasta a la democracia.
En tercer lugar, no caer en la gestión política “de fachada”, sin contenido, en la que “La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino solo recetas inmediatistas de marketing…” (FT 15). Todo líder político debe saber que “La política es más noble que la apariencia…que distintas formas de maquillaje mediático” (FT 197). Sin descuidar las formas, para convertirse, realmente, en la más alta forma de caridad, la política debe ocuparse con responsabilidad del fondo de los problemas sociales (cf FT 180).
En cuarto lugar, evadir los efectos nocivos de una sociedad cada vez más globalizada y “virtualizada”, que “nos hace más cercanos, pero no más humanos” (FT 12). “Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (FT43). Su ausencia “favorece la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro…La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación sin igual” (FT 44). “Nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad…Presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad” (FT 33). Hay que hacer todos los esfuerzos posibles por humanizar nuestros procesos de comunicación social, así sean virtuales.
Finalmente, propone el Papa Francisco vencer el individualismo y el egoísmo pues con la Pandemia del COVID-19, queda claro que “nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos” (FT 32). Ciertamente, el egoísmo está a la base de la mayoría de los males que padece nuestra sociedad.
Condiciones para asumir el modelo del “buen samaritano”
Siguiendo la lógica del documento que nos presenta el Santo Padre, la vía para superar las mencionadas sombras es asumir el modelo del “buen samaritano”. Para asumir este modelo como faro para reconstruir nuestro “pacto social”, y siguiendo la visión del Papa Francisco que parte del mandamiento del amor, gobernantes y ciudadanos deben contemplar, al menos, tres condiciones.
En primera instancia, se debe comprender que “la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro” (FT 66), sobre todo con los más necesitados. “Hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas” (FT 64). Encontrarse supone acciones concretas, pues implica detenerse, preocuparse, atender y ayudar a “sanar las heridas” del necesitado, tal como lo ilustra la Parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37).
En segundo término, es urgente cambiar la lógica de nuestras relaciones interpersonales para tratarnos como “prójimos” y no como “socios” (cf. FT 102). Para ello debemos responderle a Jesús que nos invita no a “preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos” (FT 80). “Entonces ya no digo que tengo ‘prójimos’ a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de otros” (FT 81). Vernos como “prójimos” que se acercan y ayudan, y no como “socios” que se estudian y, a conveniencia, se relacionan, supone “medir” nuestras relaciones humanas a partir de la dignidad de la persona humana y su realidad como hijos de Dios.
Finalmente, urge definir que el Estado debe de ser “prójimo” sobre todo para los más pobres, pues “Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades” (FT 109), ni para los migrantes (cf. FT 129). Si bien contar con un Estado eficiente y socialmente comprometido es conveniente para las personas más acomodadas, resulta trascendental para los más necesitados.
Recomendaciones para practicar la mejor política, la “caridad política”
Asumir el modelo del buen samaritano en nuestras sociedades requiere de la mejor política, de la “caridad política”. Esto porque, parafraseando al Santo Padre, más allá de sus falencias, limitaciones y errores, el mundo no puede funcionar sin política (cf. FT 176). En sus palabras, “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política…” (FT 154). Cuando esto sucede, se “entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. [C]onvoco a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (FT 180). El Papa Francisco plantea, claramente, siete recomendaciones para los líderes que busquen practicar “la mejor política”.
Claves para sostener un dialogo fructuoso
En los procesos de la construcción de la paz, el desarrollo de la caridad política necesita del diálogo. El diálogo es la forma “más humana” de resolver los conflictos, que son normales en cualquier conglomerado social. En palabras del Santo Padre, “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso resume el verbo ‘dialogar’. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar” (FT 198). “[E]ntre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo” (FT 199).
En este sentido, el Papa señala cuáles son las claves para sostener un diálogo fructuoso, que permita verdaderos “procesos de encuentro”, en los que, con paciencia, se logren “recoger e integrar las diferencias”, y propiciar una “real y sólida paz social” (cf. FT 217). Específicamente, el Santo Padre propone siete claves.
Razones para la participación de la religión en la iluminación de la caridad política y la facilitación del diálogo
En palabras del Santo Padre, “Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad” (FT 271). Así, en la visión del Pontífice, el concurso de los líderes religiosos en la iluminación de la “mejor política” y en la facilitación del diálogo que propicia la amistad social, mas que una opción, es un deber[5]. En el caso de la Iglesia Católica esto es así por, al menos, cuatro razones.
Primero, porque su presencia ayuda a generar vínculos entre los creyentes de las distintas partes, más allá de sus intereses particulares. “Los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos” (FT 274).
Segundo, porque tiene mucho que aportar. “Entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos...No puede admitirse que en el debate público solo tengan voz los poderosos y los científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría” (FT 275).
Tercero, porque es parte de su misión. “[S]i bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia, que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral. La Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal” (FT 276).
Cuarto, porque tiene como interés primario la propiciación del bien común. En palabras del Papa Francisco, “Los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos “dialogantes”, a trabajar en la construcción de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. El mediador…es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros. (FT 284).
Observaciones finales