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Sagradas Escrituras: El diluvio

By Pbro. Mario Montes M. Noviembre 17, 2023

Todos conocemos el relato del diluvio, que aparece en el libro del Génesis (Gén 6,1-9,17). Nos podemos preguntar si esa terrible inundación ocurrió realmente o será, más bien, un relato con una fuerte carga simbólica. Esto es lo que hoy vamos a ver a grandes rasgos, sin entrar en demasiados detalles.

Existen varias narraciones de un diluvio ocurrido en Mesopotamia, es decir, en las tierras que actualmente ocupan los países de Iraq e Irán, bañadas por los ríos Tigris y Éufrates del Medio Oriente. La más interesante es la que aparece en el llamado Poema de Gilgamesh. En él se nos cuenta que el antiguo rey de Uruk (ciudad sumeria), Gilgamesh, se va de su reino en busca de la inmortalidad. Después de muchas aventuras, llegó a un país lejano donde vivía Utnapistim, el Noé babilónico, el único sobreviviente de las aguas del diluvio, a quien los dioses le habían concedido la inmortalidad.

Utnapistim le habla a Gilgamesh acerca del diluvio y el motivo por el cual los dioses le concedieron la inmortalidad. En resumen, el relato es el siguiente: Los dioses y entre ellos Enlil, el dios supremo, cansado de los seres humanos, decidieron enviar un diluvio para destruir a la humanidad. Sin embargo, uno de aquellos dioses llamado Ea, dios de las aguas, quiso proteger a Utnapistim, pues le era fiel. Por eso, le dio instrucciones de cómo salvarse: debía de construir una nave de determinadas medidas y llevar así a todos los animales, así también la semilla de toda vida y además, todas sus riquezas.

Utnapistim debía esconder la verdad a los de su ciudad, diciéndoles que los dioses los querían bendecir y que él, debido a que Enlil lo odiaba, debía huir hacia el abismo (Apsu), donde vivía Ea, su señor, que lo protegería. Luego, se describe en el poema la construcción del arca, el diluvio descomunal y otros detalles. La nave de Utnapistim encalló en un monte llamado Nisir, al norte de Mesopotamia y allí se detuvo. El relato menciona el envío de los pájaros (la paloma, la golondrina y el cuervo), la salida de la nave, el sacrificio y la complacencia de los dioses al aspirar el suave aroma (aunque en esto buscan su placer). Dándose cuenta que ha quedado un sobreviviente, Enlil protesta en la asamblea de los dioses. Ea, sin embargo, consigue convencerlo de que ha actuado mal al enviar el diluvio. Al final, Enlil bendice a Utnapistim y a su mujer, concediéndoles la inmortalidad.

 

¿Semejanza de los relatos?

 

Son innegables las semejanzas del relato extra-bíblico con el texto del diluvio, que ha hecho pensar razonablemente, la posibilidad que el segundo dependiera literariamente del primero. Pero hay diferencias importantes. La narración bíblica se presenta impregnada de una profunda fe monoteísta (es decir, la creencia en un solo Dios) y de un profundo sentido ético y moral. En la Biblia, Dios no actúa por maldad o por puro capricho, celos, ira o falta de tolerancia como en esos relatos babilónicos, sino quiere manifestar su justicia ante una humanidad pecadora. Además de justo, Dios es misericordioso, asegurando la salvación de Noé y su familia. Y no lo hace simplemente por capricho o destruir por destruir, sino porque Noé es el único justo entre sus contemporáneos (Gén 7,1).

También es característico en el relato bíblico, el anuncio de que el diluvio no se repetirá: Dios se compromete a no volver a perturbar el curso de la naturaleza con otra catástrofe semejante al diluvio, asegurando así a los seres humanos la posesión de la tierra por siempre. Además, el relato bíblico muestra también un designio salvífico, caracterizado por tres temas fundamentales: la bendición a Noé y a su descendencia, la nueva alianza con la humanidad y la elección de un descendiente de Noé (Gén 9; 2 Ped 2,5).

Pues bien, la semejanza de los relatos mesopotámicos y el relato bíblico del diluvio, sobre la existencia de una gran inundación en aquellas regiones de los ríos de Mesopotamia, Tigris y Éufrates en época muy antigua, sugiere la existencia de una antigua tradición común, sobre un evento primordial catastrófico en la historia de la humanidad, que tendría que ser refrendado por la arqueología. Como sabemos, en el relato del diluvio, se nos cuenta que el justo Noé hizo un arca, para meter en ella a los animales y a su familia, y salvarse así del diluvio (Gén 6,13-8,4) y que, después de 40 días de haber pasado el diluvio, el arca encalló en las montañas de Ararat. Muchos alpinistas han ido a buscarla allá..., pero no la han encontrado. ¿Qué decir a todo esto? Que estamos ante un relato no histórico, sino teológico. Es decir, una explicación o catequesis religiosa, frente a una catástrofe natural, conocida por todos en el tiempo en que se compuso este texto.

El diluvio, tal y como lo cuenta la Biblia de dimensiones universales, no sucedió, sino que, como hemos anotado, lo que ocurrió fue una inundación local, que los autores sagrados convirtieron en una catequesis, que enseñaba la justicia de Dios y su misericordia. Lo mismo tendríamos que decir del arca de Noé que, junto a las aguas diluviales, es convertida en un bello símbolo del bautismo, desde la Pascua de Jesucristo (1 Ped 3,18-22). “El arca significa la Iglesia; el diluvio, el agua del bautismo, por la que la Iglesia, en todos sus miembros, es lavada y santificada” (San Beda).

 “Hubo en el diluvio una figura anticipada del bautismo. En el diluvio pereció toda la corrupción de la carne y sólo la raza y el modelo del justo subsistieron. ¿No es eso el diluvio del bautismo que borra todos los pecados y donde sólo resucitan el espíritu y la gracia del justo?” (San Ambrosio). En la liturgia de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal, la Iglesia hace memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, que prefiguraban ya el bautismo. Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios “se cernía” sobre ella. La Iglesia ha visto en el arca de Noé una prefiguración de la salvación por el bautismo” (CIC 1217-1218-1219).

Podemos terminar diciendo que el mundo que oye el mensaje de Dios y se deja ‘construir’ por Dios mismo se salva. El que no quiere dejarse guiar por Dios, “se ahoga”. Dios quiere nuestra salvación (simbolizada en el arca), no nuestra perdición (simbolizada en las aguas del diluvio).

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