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El arca y el monte Ararat

By Pbro. Mario Montes M. Animación bíblica, Cenacat Febrero 09, 2024

En el relato del diluvio, se nos cuenta que Noé hizo un arca para meter en ella a los animales y a su familia y salvarse del diluvio (Gén 6,13-8,4), y que, después de 40 días de haber pasado el diluvio, el arca encalló en las montañas de Ararat. Muchos alpinistas han ido a buscarla allá..., pero no la han encontrado. ¿Qué decir a todo esto?

Ya hemos visto que el diluvio de dimensiones universales no sucedió realmente, sino que lo que ocurrió fue una inundación local, narración que los autores sagrados convirtieron en una bella catequesis, con su correspondiente enseñanza religiosa, que enseñaba la justicia de Dios y su misericordia. Lo mismo tendríamos que decir del arca de Noé, convertida en símbolo del bautismo (1 Ped 2,20-21). El arca, descrita con las medidas que presenta el pasaje de Gén 6,9-22 sería una embarcación de unos 150 metros de largo, por 25 de ancho y unos 15 metros de altura. Es inverosímil en los años de Noé (pues es descrita como un inmenso trasatlántico moderno), en que no se tenían los modernos conocimientos náuticos o marítimos actuales. Además, el relato está ubicado en la prehistoria, cuando aún no se conocía el uso de los metales. Pensemos: ¿Cómo se pudo haber construido un navío tan grande sin instrumentos metálicos? ¡Se habría necesitado la ayuda de cientos de trabajadores para fabricarla! ¿Cómo fue construido solamente con el modesto aporte de Noé, su mujer, sus tres hijos y sus respectivas esposas, sin ayuda de  nadie más?

Por otra parte, el arca es un objeto ideal, no sirve para navegar. Es más un enorme cajón, una especie de templo de tres pisos, que un barco. De manera que es muy difícil saber cómo era y sus medidas antiguas, no conocemos realmente su tamaño. El término hebreo significa “caja”, que San Jerónimo tradujo “arca” y de allí pasó a llamarse así, arca. También es Dios quien da a Noé las medidas del arca, el material que debe ser utilizado, e incluso cómo construirla. Esto significa que todo aquel que construye su vida con las medidas de Dios, siempre va a sobrevivir a cualquier tormenta o tempestad. Quién no oye su voz, se ahoga o perece… 

El arca es símbolo o figura de la Iglesia, que es necesaria para la salvación del género humano. Atender a esto es mucho más importante que saber cómo era aquella nave y en dónde quedó encallada.  Esto es lo que debemos aprender del relato de Gén 6-9. De esta forma, habría menos gente interesada en escalar el Monte Ararat en busca del arca, como los alpinistas actuales y, más bien, procurando escudriñar la Palabra de Dios y buscando vivir su mensaje.

 

El monte de Ararat

 

Según Gén 8,4 el arca se detuvo sobre los montes de Ararat. La Biblia acepta un emplazamiento legendario, sin querer pronunciarse sobre su autenticidad. De todas formas, la indicación no es muy precisa, puesto que el Ararat (o Urartu) es una vasta región montañosa, que corresponde más o menos al país de Armenia, o según otros, al Kurdistán (2 Re 19,37; Is 37,38; Jer 51,27).  Para los antiguos las montañas altas estaban siempre ubicadas en el lejano norte. Esta es la altura simbólica, desde la cual la nueva humanidad salvada partirá para poblar la tierra de nuevo (ver Gén 10).

Por eso, todos los especialistas están de acuerdo en que la traducción correcta sería “los montes del país de Armenia”, como bien lo tradujo San Jerónimo en la Vulgata o traducción del Antiguo Testamento al latín. En esa región, hay un macizo montañoso que lleva actualmente el nombre de “Ararat”, está situado en Turquía, y su cima más elevada llega a los 5.000 metros, aproximadamente. Evidentemente, la leyenda del país fijó aquí el lugar del arca de Noé. Hasta el año 1840, se enseñaba incluso la viña de Noé a los peregrinos, en un pueblito vecino, como si todavía quedaran rastros de ella.

Anteriormente, nadie había escalado con éxito la cumbre del Ararat (“Dios no lo permitía”, decían los habitantes del lugar), hasta que en 1829 lo logró el viajero alemán Johann von Parrot y ¡no encontró nada! En 1876, Lord Bryce excavó la montaña y encontró un pedazo de leña. Markov en 1888 y Lynch en 1893 no tuvieron mejor suerte. Algunos norteamericanos intentaron de nuevo en 1949 y algunos franceses en 1952.

Todos ellos eran buenos alpinistas, pero muy poco teólogos o catequistas, pues podemos pensar que el arca de Noé es simbólica y no hay necesidad de andarla buscando por allí y por allá, para entender el mensaje de esperanza y salvación que encierra. Tanto es así que el Nuevo Testamento la presenta como figura del bautismo (1 Ped 3,20). Dios quiere nuestra salvación (simbolizada en el arca), no nuestra perdición (simbolizada en las aguas del diluvio). El arca nos enseña que, por encima de su justicia, está su misericordia, que siempre quiere salvar al ser humano, por más pecador que sea.

El relato del diluvio nos enseña que Dios nos dio la tierra y el mundo, para que viviéramos felices en él y lo cuidáramos (el llamado Edén o paraíso). Nos dio a los animales para que con ellos tuviéramos trabajo y deleite con una gran variedad de especies; hizo lo mismo con las plantas. Pidiendo al ser humano que les pusiera nombre a plantas y animales, es como decir que los cuidara y les encontrara su identidad específica.

Lamentablemente, el ser humano ha destruido muchas veces la creación, cuando la utilizado para sus fines egoístas, sin importarle, por ejemplo, las generaciones futuras. Este relato bíblico nos advierte del desastre (ecológico y ético), que tiene su origen en una actitud egoísta, en la que Dios y los demás quedan fuera. Noé y su familia se salvan, porque Dios ama a los que realizan el bien y tan sólo por uno solo que lo ame y le responda en el mundo, es posible la esperanza. El nuevo y justo Noé podemos ser hoy nosotros, en la medida que nos pongamos a disposición de Dios, para hacer posible un mundo nuevo, un mundo en que el Reino de Dios se vaya implantando, cuando lo construyamos, como él construyó su arca.

Noé es testigo de la fe, que creyó solamente en la palabra del Señor y en su sola garantía (Heb 11,7). Es modelo y símbolo del ser humano salvado en Cristo, puesto que su salvación es anticipo de la salvación que se nos otorga, gracias a las aguas “diluviales” del sacramento del Bautismo (ver 1 Ped 3,20-22). Por eso, su familia en el arca simboliza a la Iglesia y a los salvados de todos los tiempos.

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