Para Jesús ser Hijo no fue un privilegio, sino obediencia a la voluntad del Padre. Con su ejemplo él nos descubrió que somos verdaderos hijos de Dios, cuando desde lo más profundo demuestra condición humana - con toda la limitación que ello supone - nos mantenemos obedientes a la voluntad de Dios, el Padre, aunque no entendamos nada, aunque decir "sí" al plan de Dios suponga para nosotros la pérdida de todo, incluso la pérdida de la vida...
¡Tú eres del Hijo de Dios!
En el evangelio de San Marcos el título de Hijo de Dios es muy importante. Ya vimos que aparece en el primer versículo (Mc 1,1) y después en diversos lugares, hasta culminar en la confesión del centurión al pie de la cruz (Me 15,39). Con este título expresaban los primeros cristianos su fe en Jesús. Algunos de ellos lo interpretaron en sentido triunfalista, pero el mismo evangelio nos ayuda a entender que el auténtico sentido es el otro, el de la obediencia a la voluntad de Dios. Es en la oración de Getsemaní y en la cruz donde se descubre este último sentido y así debemos entenderlo los cristianos.
Después de la resurrección de Jesús, los cristianos reflexionaron sobre esa forma desconcertante de ser Hijo de Dios, descubriendo el profundo mensaje que Jesús nos da con su actitud: siendo plenamente humano ante Dios y ante los hombres, se es verdaderamente hijo de Dios. En un himno que san Pablo tomó de la liturgia de las primeras comunidades cristianas (lee: Flp 2,6-8) expresa la Iglesia su asombro ante el hecho que estamos comentando. También puedes leer un párrafo de la carta a los hebreos (Heb 5,7-9), donde se expresa con gran profundidad qué es lo que significó para Jesús y significa para nosotros ser hijos de Dios. Cuando por el bautismo nos convertimos en hijos de Dios, adquirimos esta nueva condición no sólo como un título de gloria, sino como un compromiso, que consiste en buscar siempre la voluntad de Dios en nuestra vida. Y esta voluntad -ya lo sabemos- nos impulsa a ponernos al servicio de los demás como lo hizo Jesús.
(Hemos tomado estas enseñanzas, en parte, de un artículo del folleto llamado El auténtico rostro del Padre. Guía para una lectura comunitaria del Evangelio de San Marcos, de Editorial Verbo Divino. La Casa de la Biblia. Tema 13. ¿Para qué muere Jesús?, pp 109-114). Es allí, en su pasión y muerte, que Jesús demuestra hasta dónde cumple la voluntad de su Padre, aunque esto suponga sufrimiento y muerte. Por eso, cuando el evangelista San Marcos narra la Pasión del Señor, quiere que su comunidad supere el escándalo que supone que el Mesías, enviado por Dios, fuera crucificado como un criminal (Mc 14-15).
De ahí las múltiples citas de textos del Antiguo Testamento, en especial, de los poemas del Siervo de Yahvé y de los Salmos, que hablan de los justos perseguidos. De hecho, el relato de la crucifixión alude al Salmo 22; cuando, en Getsemaní, Jesús exclama: “Mi alma siente una tristeza de muerte” (Mc 14,34), se refiere al Salmo 42,7, y cuando está agonizando en la cruz, pregunta a su Padre ¿Por qué lo ha abandonado? (Mc 15,34), refiriéndose al Salmo 22,2. Así demuestra que, si los planes de Dios se cumplieron en el pasado a través del fracaso humano, ahora ocurre lo mismo. El grito del oficial romano, que no era seguidor de Jesús, al exclamar: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39), confirma esta visión del Evangelio, ya presentada en los inicios del Evangelio (Mc 1,1). Muere Jesús para demostrar quién es realmente: el Hijo amado del Padre (y no un “hijo de papi” ni mucho menos). Que su misterio pascual lo celebremos de corazón en estos días santos, sintiéndonos solidarios con sus padecimientos y viviendo su resurrección.