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Editorial: El valor de la honradez

By Redacción Noviembre 17, 2023

Humanamente cuesta conservar la esperanza. Y no es falta de fe, es una reacción, diríamos normal, frente a la cantidad de situaciones que ensombrecen la realidad, magnificadas, desde luego, a través de los medios de comunicación, ciertamente empeñados en lo que llamamos las “malas noticias”.

Cuando no es la guerra son los asesinatos, el narcotráfico, los accidentes, los desastres, los fraudes, las mentiras, la corrupción, el hambre, la miseria, el odio o la indiferencia.

El aluvión de perspectivas negativas es tal, que casi como un mecanismo de defensa mental y espiritual hay quienes simplemente ya no quieren saber más, se alejan de la realidad, la rechazan y evitan a toda costa.

Para ellos y ellas ya no hay más mundo que su mundo, no hay más verdad que la que pueden percibir por sus sentidos, sumidos, enconchados y orientados hacia un egoísmo inerte de corazones cerrados.

Otros, por el contrario, en las antípodas, alimentan su morbo en la sangre derramada, se ríen y gozan de la desgracia, comparten sin consideración imágenes de dolor, insensibles ante el drama ajeno y la descomposición social.

Lo último que hemos conocido en nuestro país nos ha dejado pasmados: el aparente robo de nada menos que 3.293,8 millones de colones, o 6.1 millones de dólares, de dinero en efectivo del Banco Nacional de Costa Rica.

La noticia dada a conocer por la Junta Directiva de la institución es, como era de imaginar, una bomba atómica de proporciones descomunales que apenas se está comenzando a extender. La denuncia en la fiscalía -interpuesta hasta 21 días después de percatarse del faltante-, tendrá consecuencias insospechadas en este caso.

Si las investigaciones en marcha logran determinar que efectivamente ese dinero fue sustraído del banco, estamos frente a uno de los atracos más grandes en la historia de nuestro país y casi que del mundo.

Es increíble, impensable y verdaderamente decepcionante que algo así esté pasando en Costa Rica. Y no se vale aquí bajarle el tono a algo tan, pero tan, grave, aduciendo que la solidez financiera del banco no se ve afectada o que los ahorros de los clientes siguen seguros.

Eso no se discute, siendo el Banco Nacional la entidad financiera más grande del país, pero el daño, aparte del monto, que es gigantesco, está en la confianza, en la imagen y en la tranquilidad de los costarricenses, llevados al extremo del agobio y la frustración.

¿Será imposible en este país encontrar un lugar donde alguien no robe, no quiera aprovecharse de su puesto o no lucre con sus funciones? Es triste, pero esta pregunta se ha instalado ya en la mente de muchos, prácticamente resignados a convivir con la corrupción y la delincuencia institucionalizadas.

Se entiende el desencanto político y la aversión a lo público que profesan tantos ciudadanos en nuestro país. Una noticia como esta es un golpe directo a la democracia y a la paz social, debilita la institucionalidad y alimenta radicalismos que pueden crear escenarios igual de malos o peores que los que tenemos actualmente.

Hemos perdido como sociedad un principio de convivencia fundamental como es la honradez. Algunos dirán que es un análisis muy simplista de la situación, pero en el fondo eso es: no se toca lo ajeno, punto.

La honradez genera seguridad y confianza, permite el adecuado desarrollo de las funciones sociales, basadas en el entendimiento y la ayuda mutua. Pero la honradez no se enseña en ninguna universidad, no está en los currículos de la banca ni de las ciencias políticas o empresariales, la honradez se aprende y se ejercita en casa, a base de ejemplo y reglas inquebrantables.

Volvemos al punto de siempre: la familia. ¿Será la pérdida de honradez actual un signo visible del deterioro de las relaciones familiares?, ¿está a la base de este tipo de comportamientos la codicia y la envida que corroen y destruyen los valores medulares que en otras épocas se enseñaban y vivían en las familias?

Con dolor pensamos que sí, que lo que estamos viendo y sufriendo es fruto de haber abandonado la familia como centro y motivo de nuestra sociedad, colocando en su lugar nuevos intereses, modas y materialismos.

Esta reflexión no quita la necesaria acción de las autoridades frente a la corrupción generalizada, de forma que la impunidad no termine alentando nuevos robos y nuevas estafas como las que nos ocupan a diario.

Igual que se juzga con dureza al delincuente que se roba un teléfono o que asalta en alguna esquina, por el bien y el futuro de Costa Rica, es urgente aplicar todo el peso de la ley a quienes, de cuello blanco, encuentran los mecanismos para enriquecerse ilícitamente, de modos discretos como sabemos que pasa en las altas esferas, hasta aquellos descarados como el caso del robo en el Banco Nacional que capta ahora nuestra atención.

Y no dejemos que el mal, con todo su ruido, termine por nublar en nosotros la verdad de que el bien siempre es más grande y más fuerte. Hay muchas cosas buenas alrededor nuestro, basta detenernos y buscarlas, ahí están, a veces más cerca de lo que pensamos, listas para devolvernos la fe y la esperanza en la humanidad.

No nos quedemos solo con una parte de la realidad. El mundo, creación de las manos de Dios, es todavía un lugar hermoso, y la vida, don suyo, merece ser vivida con alegría y paz.

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