Que el 2024 devuelva a todos los estamentos de nuestra sociedad una renovada actitud de solidaridad, diálogo y fraternidad, en la que no quepan las descalificaciones personales o la corrupción. Pensamos en la política y los políticos, en la gestión pública en general, en el mundo del trabajo, la academia, en la familia y desde luego, en los ambientes eclesiales.
Se avecina, por cierto, un nuevo proceso electoral, esta vez de carácter local, para renovar las estructuras de nuestras municipalidades. Transformemos el desinterés que han caracterizado a estos comicios, interesémonos, participemos y salgamos a votar el 4 de febrero.
Cultivemos la amistad social como forma de relación interpersonal, dejemos de vernos como enemigos o sujetos a vencer en la desbocada lógica del consumismo inhumano. Volvamos a saludarnos, a reunirnos, a conocernos, a ayudarnos, a alegrarnos por el bien de los demás, por sus éxitos, y también a sufrir con los que sufren, encontremos nuevamente alegría en darnos, en acompañar, escuchar y curar a aquel que lo necesita.
Dejemos por un momento de lado el afán de ganar siempre y abajémonos para tender la mano de quien, postrado en la orilla de la vida, encarna a Cristo sufriente.
Son sus manos heridas y sus rostros desfigurados los que resplandecen en tantos hermanos cuyas historias de vida claman al cielo: los pobres, los migrantes, los enfermos, los abandonados, las víctimas de la violencia, los drogodependientes y los desempleados.
También aquellos que, teniéndolo todo materialmente, carecen de esperanza y de felicidad, que no encuentran sosiego ni paz en sus corazones, para todos ellos y ellas, el mejor regalo de año nuevo es que nuestra presencia amorosa les haga sentir el amor de Dios que nunca se aleja de sus vidas.
Pongamos al amparo de la Santísima Virgen María este 2024, y dejemos que su ejemplo nos moldee por dentro, que nuestro corazón de piedra se vuelva finalmente un corazón de carne, capaz de sentir y de amar como el de su Hijo Santísimo Nuestro Señor, en cuya mano está el tiempo y la eternidad.
Digamos: “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro ¡oh Virgen gloriosa y bendita! Amén”.