Comprendido como un tiempo de reflexión, existe el riesgo de quedarnos en la abstracción de un ideal más que una vivencia real y profunda desde el silencio y la contemplación. Ciertamente estos días traen elementos que, desde la belleza y la admiración, causan asombro, elementos exteriores que engalanan las celebraciones litúrgicas, los espacios de piedad popular y hasta aspectos culturales que se han incorporado en la idiosincrasia de un lugar, pero no se puede dejar de lado que estos elementos, que son loables, no agotan en sí los misterios celebrados, sino que comunican y llevan a ellos como instrumentos. De este modo, cada uno de los días de la Semana Santa, con su dinamismo catequético y experiencial, comunica el Evangelio de la salvación, desde la contemplación de la belleza, el sentimiento y la experiencia hay una mayor realidad que debe volverse palpable por la fe.
La vivencia del Domingo de Ramos comporta para el cristiano un presagio del triunfo real de Cristo y a la vez un anuncio de la Pasión, así los ramos cargados ese día son signo de que “Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey… el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual ha de resplandecer en la celebración y en la catequesis de ese día” (Ceremoniale episcoporum, 263). Esta entrada a Jerusalén comunica inmediatamente como antesala a la celebración del Triduo Pascual el cual “resplandece como la cumbre de todo el año litúrgico” (Ibid, 295). Y esta semana encuentra su máxima expresión de gozo y esperanza en la Vigilia Pascual, la noche de las noches, en la cual “la Iglesia velando espera la Resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de Iniciación cristiana” (Ibid., 332). El gozo de la Pascua nos aguarda, el canto del “Aleluya” es nuestra expresión de gratitud y alabanza al Dios que nos ha comunicado su amor y misericordia hasta el extremo de la cruz y nos invita a que, libres de la muerte y el pecado, despertemos a un nuevo amanecer con Cristo victorioso.
Es así como logramos comprender que la Semana Santa no es solamente una consecución de actividades litúrgico-pastorales, sino que estas son expresión y medio para celebrar el acontecimiento magno de nuestra fe cristiana. Por esta razón, con esperanza nos disponemos a celebrar esta Semana Santa con actitud de encuentro con Cristo en su cruz y en su resurrección, porque aquí descubrimos la vida verdadera. El hoy del acontecimiento pascual entonces es para nosotros el momento de la gracia, el día del Señor, el tiempo de la misericordia.