Los niños deben ser educados en los principios de la paz, la tolerancia, el respeto y la fraternidad universal, libre de prejuicios y prácticas discriminatorias.
En distintas ocasiones, el Papa Francisco ha pedido respetar la dignidad humana y los derechos fundamentales de los menores de edad ya que la forma en que nos relacionamos con los niños expresa qué tipo de adultos somos.
“La forma en que nos relacionamos con los niños, la medida en que respetamos su dignidad humana innata y sus derechos fundamentales, expresan qué tipo de adultos somos y queremos ser, y qué tipo de sociedad queremos construir”, afirmó el Pontífice.
Francisco ha destacado además que los niños son en sí mismos una riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos llaman constantemente a la condición necesaria para entrar en el Reino de Dios: la ternura”.
En palabras del Papa, los niños nos recuerdan que somos siempre hijos: “Incluso si uno se convierte en adulto o anciano, aún si se convierte en padre, si se ocupa un lugar de responsabilidad, por debajo de todo esto permanece la identidad de hijo”.
Resalta además que los niños no son diplomáticos: dicen lo que sienten, dicen lo que ven, directamente. Y muchas veces, ponen en dificultad a los padres... Dicen: “esto no me gusta porque es feo” delante de otras personas… “Los niños dicen lo que piensan, no son personas dobles. todavía no han aprendido aquella ciencia del “doblez” que nosotros, los adultos, hemos aprendido”, dijo.
Los niños también nos enseñan a sonreír, menciona el Papa. “Sonreír y llorar, dos cosas que en nosotros los grandes, a menudo se “bloquean”, ya no somos capaces… Y muchas veces nuestra sonrisa se convierte en una sonrisa de cartón, una cosa sin vida, una sonrisa que no es vivaz, incluso una sonrisa artificial, de payaso”.
Los niños -insiste- sonríen espontáneamente y lloran espontáneamente. “Siempre depende del corazón. Y nuestro corazón se bloquea y pierde a menudo esta capacidad de sonreír y de llorar. Y entonces los niños pueden enseñarnos de nuevo a sonreír y llorar. Tenemos que preguntarnos nosotros mismos: ¿yo sonrío espontáneamente, con frescura, con amor? ¿O nuestra sonrisa es artificial? ¿Yo todavía lloro? ¿O he perdido la capacidad de llorar? Dos preguntas muy humanas que nos enseñan los niños”, concluyó.