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Jueves, 16 Mayo 2024
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Memoria: 17 de noviembre. 

La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación completa de sus bienes y de su vida entera a favor de los pobres y de los enfermos.

 

Origen noble

Su padre era rey de Hungría y fue hermana de Santa Eduviges. Nacida en 1207, vivió en la tierra solamente 24 años, y fue canonizada apenas cuatro años después de su muerte. 

 

Opción por la caridad

Cuando tenía veinte años y su hijo menor estaba recién nacido, su esposo murió luchando en las Cruzadas. La santa estuvo a punto de sucumbir a la desesperanza, pero luego aceptó la voluntad de Dios. Renunció a propuestas que le hacían para nuevos matrimonios y decidió que el resto de su vida sería para vivir totalmente pobre y dedicarse a los más pobres. Daba de comer cada día a 900 pobres en el castillo.

 

Espíritu franciscano

Un día, después de las ceremonias, cuando ya habían quitado los manteles a los altares, la santa se arrodilló ante un altar y delante de varios religiosos hizo voto de renunciar a todos sus bienes y de vivir totalmente pobre, como San Francisco de Asís hasta el final de su vida y de dedicarse por completo a ayudar a los más pobres. Cambió sus vestidos de princesa por un simple hábito de hermana franciscana.

 

Muerte y prodigios

Cuando apenas iba a cumplir sus 24 años, el 17 de noviembre del año 1231, pasó de esta vida a la eternidad. Los milagros que sucedieron en su sepulcro movieron al Sumo Pontífice a declararla santa, cuando apenas habían pasado cuatro años de su muerte.

 

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Domingo 13 de noviembre - XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

 

Del santo Evangelio según san Lucas

21, 5-19

 

En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”.

Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?”.

Él les respondió: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ’Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.

Pero antes de todo esto los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto ustedes darán testimonio de mí.

Por primera vez Costa Rica tuvo tres Obispos, quienes en unidad animaron el camino pastoral de la Iglesia.

Bien podemos decir que el primer fruto de la comunión de los Obispos de Costa Rica fue la ordenación episcopal de Mons. Agustín Blessing Prinsinger C.M. (1922-1934), el 1° de mayo de 1922 en la Catedral Metropolitana de San José, pues lo ordenaron tres Obispos costarricenses: el Arzobispo Metropolitano, Mons. Rafael Otón Castro Jiménez (1921-1939) como consagrante principal, y con él, el Obispo de Alajuela, Mons. Antonio del Carmen Monestel Zamora (1921-1937), y Mons. Guillermo Rojas Arrieta C.M. (1912-1925/1925-1933), costarricense, vicentino, lazarista paulino, de la Misión, Obispo de Panamá y, luego, desde 1925, primer Arzobispo Metropolitano de Panamá.

Hoy martes 2 de febrero, la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor, un momento importante en el que tiene lugar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada y la tradicional celebración de La Candelaria.

A propósito de ello, Monseñor Bartolomé Buigues, Obispo de Alajuela y Presidente de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Costa Rica dedica un mensaje, a tono con el lema de la Jornada: “La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido”

San Charbel vivió bajo un itinerario ascético, tanto corporal como espiritual, acorde a las reglas y normas de la Orden Libanesa Maronita. El llamado “amigo de Dios”, solía trabajar en el campo exhaustivas horas labrando la tierra y cultivando la viña; dormía solamente seis horas, aunque su corazón se mantenía siempre despierto repitiendo sin cesar: “En tus manos entrego mi espíritu”. La oración poseía la vida del anacoreta, pues tenía muy claro que la fe se presenta como un acto de confianza motivada por la autoridad divina. 

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