Ahora bien, hablar de la Vida Eterna que nos espera, no nos resulta fácil. La misma Sagrada Escritura nos sale al encuentro con expresiones que nos hacen comprender que estamos frente al “misterio “. Se nos dice que “seremos semejantes a Dios, porque lo veremos como El es” (cfr Jn 3,2); le veremos a Dios “cara a cara” (1 Cor 13, 12) y Dios “será todo en todos” (1Cor 15,28)… Todo ello supera nuestra posibilidad de comprensión. El mismo San Pablo escribía a sus fieles de Corinto: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Cor 2,9).
De su parte, el gran Santo y Doctor de la Iglesia S. Agustín, les decía a los cristianos de Hipona su diócesis, que en la Patria del Cielo, quedarán plenamente satisfechos todos nuestros santos deseos, ya que si así no fuera, nuestra felicidad no sería plena… Es “santo” el deseo de volver a estar con nuestras personas queridas, en aquella “comunión de los santos”, expresión con que describimos el Paraíso. Esperémoslo pues, y que ellos, nuestros familiares que ya están en la posesión de la Vida en Dios, intercedan por nosotros para que, cuando llegue nuestra hora, nadie falte a la cita.
