En este viaje somos cuatro misioneros: Marita, laica puertorriqueña; Ximena, religiosa del Ecuador; Raimunda, indígena brasileña que a sus 73 años nos guía en este viaje y yo, fraile Franciscano Conventual, costarricense y con sólo ocho meses de recorrer la Amazonía. Somos parte del Equipo Itinerante que, desde hace 25 años, sirve en estas aguas y acompaña estos pueblos. En esta experiencia eclesial vivimos juntos: laicos, religiosos y religiosas, enviados por nuestras congregaciones e instituciones para el servicio en la región Pan-Amazónica.
En el numeral 98 de la Exhortación apostólica Querida Amazonía ya se plantea la necesidad de “pensar en equipos misioneros itinerantes y apoyar la inserción y la itinerancia de los consagrados y las consagradas junto a los más empobrecidos y excluidos” ¡El desafío nos desborda! Siendo itinerantes no tenemos lugar fijo, pasamos en movimiento constante de una aldea a otra, en los nueve países que conforman la región Pan-Amazónica: Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú, Venezuela, Colombia, Guyana, Surinam y Guyana Francesa. Son ocho millones de kilómetros cuadrados (¡156 veces el tamaño de Costa Rica!), vasto el territorio y compleja la realidad.
Junto a la constatación de nuestra pequeñez ante tal misión, brota la memoria y la promesa del Maestro, su causa del Reino y la invitación a descubrir su presencia palpitante en las comunidades, culturas y selvas. Desde ahí, como Equipo Itinerante, procuramos sumar en el servicio de los pueblos originarios, en el acompañamiento de quienes viven en las riberas de los ríos y en la acogida de los jóvenes de las periferias urbanas. También en la defensa y en el cuidado de la madre tierra, que sufre la destrucción de sus bosques ante el avance de los monocultivos, la contaminación de los ríos por los proyectos mineros y el asesinato de tantos indígenas cuya visión del territorio como espacio sagrado, estorba a los intereses de los poderosos.
Acogemos con gratitud la incesante invitación del Papa Francisco de constituirnos una iglesia en salida, que atiende el grito de nuestra tierra herida y el clamor de los empobrecidos. Así entendemos nuestra misión. Desde la itinerancia procuramos ofrecer un aporte complementario a tantas experiencias misioneras que son signo de la ternura de Dios, mediaciones de la esperanza activa y manos que se juntan para que este mundo tenga vida y vida en abundancia.
El sol empieza a calentar. Lentamente la densidad de la selva aparece nuevamente ante nuestra mirada. Continuamos navegando hacia aguas más profundas: De Iquitos hacia Lima, luego Bagua Chica, después subiremos por el río Cenepa y atravesaremos nuevamente la frontera, esta vez para Ecuador. O bien, para donde el Espíritu nos lleve, al fin y al cabo, Él conduce nuestra barca.
“Junto a la constatación de nuestra pequeñez ante tal misión, brota la memoria y la promesa del Maestro, su causa del Reino y la invitación a descubrir su presencia palpitante en las comunidades, culturas y selvas”.