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Viernes, 17 Mayo 2024
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En cada Semana Santa, la Iglesia suele leer y meditar los últimos pasajes de los cuatro evangelios que relatan la pasión, crucifixión y muerte de Jesús. Al momento de ser sentenciado en la cruz, Jesús estaba acompañado por dos ladrones, que adquirieron con el paso del tiempo una posible identificación. Pero ¿quiénes fueron estos dos compañeros de suplicio y muerte de Jesús?

La respuesta a esta pregunta ha surgido a partir del teólogo y biblista argentino Ariel Álvarez Valdés, quien ha reinterpretado los escritos de los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Juan, en un artículo muy interesante llamado “¿Quiénes eran los hombres crucificados con Jesús?” (Enigmas de la Biblia, 17, Editorial San Pablo, Buenos Aires, 2016, pp. 67-75). Y asegura que los malhechores crucificados junto a Jesús, en realidad, eran dos de sus discípulos. En efecto, durante los años que Roma dominó Judea, la crucifixión fue el castigo que los romanos aplicaban exclusivamente a los rebeldes políticos, a los revolucionarios sociales, pero no a los simples ladrones. De hecho, los Evangelios nos los llama así, sino bandidos o malhechores (Mt 27,38.44; Mc 15,27.32b; Lc 23,32.33.39). San Juan no especifica quiénes eran ellos. Solamente habla de “otros dos”, uno a cada lado de Jesús (Jn 19,18)

Esta primera conclusión lleva a la siguiente pregunta: ¿qué relación tenían con Jesús de Nazaret? Porque según los Evangelios, Jesús fue condenado a muerte por perturbador político, rebelde y agitador social. Eso no significa que lo fuera, pero sí que las autoridades romanas lo consideraron como tal (Lc 22,1-2; Jn 19,29-39). El hecho de que sobre su cabeza pusieran un cartel con el motivo de su condena: “El rey de los judíos”, confirma que la causa de su sentencia fue política y no religiosa. Ahora, si los hombres que estaban crucificados a su lado también lo fueron ¿tenían alguna conexión con Jesús? Los Evangelios no los vinculan para nada. Sin embargo, es poco probable que varias personas condenadas el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar, por la misma causa, por el mismo gobernador y con la misma pena, no estén relacionadas.

Cuando los soldados arrestaron a Jesús en el Monte de los Olivos, él se defendió diciendo: “¿Han venido a prenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido (en griego ‘lestés’)?” (Mc 14, 48; Mt 26, 55). Es decir que Jesús fue considerado un “lestés”, el mismo título que se utiliza para designar a los dos hombres crucificados con él (Mc 15,27; Mt 27,38). Esto llevó al teólogo Ariel Álvarez Valdés a otra conclusión: los dos condenados debieron de ser discípulos de Jesús, apresados y juzgados por el mismo delito “político”. Por eso terminaron muriendo junto a él.

Además, hay otro detalle que establece el vínculo entre esos dos hombres y Jesús: la manera en que fueron crucificados. Los cuatro evangelios coinciden en que Jesús fue colocado en el medio, mientras que a los otros dos fueron colocados “uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,27; Mt 27,38; Lc 23,33; Jn 19,18). ¿Por qué ubicarlos así?, se pregunta Álvarez Valdés y responde que fue porque Jesús había sido considerado por las autoridades religiosas y civiles de su tiempo, como el líder de los otros dos malhechores que en realidad eran dos de sus discípulos. Otra duda que también responde Álvarez Valdez: ¿Por qué insultaban a Jesús si supuestamente no lo conocían?

Porque seguramente se sintieron desilusionados ante el fracaso de su líder y protestaron indignados: “¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti y a nosotros” (Lc 23,39), le recriminó uno de los crucificados. Es decir que no era un delincuente común que no conocía a Jesús, de lo contrario ¿por qué le diría Mesías a Jesús? “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino”, fue una de las peticiones de uno aquellos crucificados (Lc 23,42). El hombre, entonces, tenía fe en Jesús y creía en sus palabras, estaba convencido de que Jesús era Rey y que tenía el poder suficiente para hacerlo entrar en el Reino de los Cielos.

Queda contestar por qué los Evangelios nunca dijeron que los dos crucificados eran discípulos de Jesús. La respuesta, según Álvarez Valdés, es simple. Entre los primeros cristianos se hizo fuerte la idea de que Jesús había dado su vida por la humanidad y que su muerte en la cruz había sido redentora. En consecuencia, la crucifixión se convirtió en el hecho central de su vida y se le atribuyó un valor único. Jesús muriendo por el Reino junto a sus discípulos, le hacían perder centralidad y exclusividad a su muerte. Sin embargo, el llamado “buen ladrón” es uno de los dos malhechores que, según los Evangelios, fueron crucificados al mismo tiempo que Jesús de Nazaret. En su Evangelio, San Lucas relata que Jesús le dijo a su compañero, durante la crucifixión, que antes de que acabara el día, estaría junto a él en el Paraíso (Lc 23,43).

“Monseñor, entre mis compañeros he conocido a uno que se dice budista. Yo lo aprecio, se le ve honesto y respetuoso. ¿Me puede decir cómo nuestra Iglesia considera el budismo? ¿Puedo yo compartir alguna propuesta e idea de este compañero? Que Dios le pague su atención”.

Estudiante universitario - San José

 

El Budismo es una religión histórica y, de ese modo, se distingue de otras, como el hinduismo, que no tiene un fundador ni una fecha de su comienzo. Pues hacia el año 525 antes de Jesucristo, cuando Budha Sakyamuni empezó a predicar su doctrina tras haber conocido lo que él mismo llamó el “Despertar”.

En su tiempo, los hombres particularmente cultos del norte de India se enfrentaban con múltiples interrogantes que, aunque en distinta medida, son de todos los tiempos. He aquí unos ejemplos: el mundo, ¿es finito o infinito, eterno o de duración limitada? Y el hombre, ¿es temporal o dura para siempre? El mundo y el hombre, ¿han sido creados por algún ser superior o son increados? ¿Podemos alcanzar conocimientos seguros o no? Después de la muerte, ¿el espíritu humano pervive o se corrompe como el cuerpo?

Buda (que significa el Iluminado) experimentó profundamente que pretender dar respuestas a tales preguntas, sólo causa sufrimiento, por la imposibilidad de llegar a conclusiones ciertas y seguras, como, por otra parte, causa sufrimiento el dejarse llevar por los deseos del tipo que sean. A su vez, esta extraordinaria “iluminación” le llevó a formular cuatro fundamentales verdades.

1ª: La verdadera realidad es el dolor; el nacimiento es dolor, la vejez y la muerte lo son también… la vida toda es dolor.

2ª: La causa del dolor es el deseo, entendido como tensión hacia el placer, como el anhelo de felicidad en la vida presente o en la futura.

3ª: La necesidad de suprimir y negar el deseo, para así suprimir o al menos disminuir el dolor. Hay que encaminarse hacia la aniquilación del deseo.

4ª: El camino para llegar a esa meta tan exigente, es gradual y debe manifestarse ante todo en la rectitud, que consiste fundamentalmente en no matar, no adulterar, no robar, no mentir, no tomar bebidas alcohólicas; en segundo lugar, en la meditación, entendida como máxima concentración interior y como vaciamiento de todo contenido mental y como silenciamiento de toda emoción. En tercer lugar, se llegaría así a la sabiduría que consistiría en el hecho misterioso con el cual el alma individual queda como absorbida o diluida en el alma universal, o lo que es lo mismo, con el Todo.

Como podemos apreciar, por esta breve exposición, el budismo así entendido, más que una religión, corresponde a una concepción o visión de la vida y de la realidad, es decir, sería más bien una filosofía.

Sin embargo, el budismo es considerado y practicado también como religión, integrando con frecuencia, elementos de otras religiones. En tal caso, el budismo se apoya en la concepción de lo Divino que se identificaría con toda la realidad en que ésta queda como identificada con la Divinidad. Se trataría de un vago “panteísmo” en que todo es proclamado como divino.

Es de ahí que se deriva esa serie de preceptos muy positivos que caracteriza la propuesta budista, como son la renuncia, la mansedumbre, el perdón, la tolerancia, la hermandad universal y, especialmente, la compasión, entendida como participación en el dolor ajeno y que, a la vez, lo invade todo.

Han sido esos valores tan positivos que han cooperado a “romper”, o al menos a “debilitar” la barrera que el hinduismo tradicional había ido justificando, entre las varias castas, en India. Se llegó así, con sorpresa, a establecer el budismo como religión oficial en aquel país, allá por el siglo III antes de Jesucristo y, entonces, elevando poco a poco, al mismo Buda a la categoría de “divinidad” o, al menos, de un ser superior. Más tarde, particularmente, por las persecuciones de parte del islamismo, el budismo fue decayendo en India, pero a la vez fue difundiéndose en China, en Corea, en Japón (mezclándose con el Shintoísmo, religión propia de Japón). Desde el siglo VII después de Cristo, fue floreciendo en el Tíbet, en donde, hasta hoy en día, se presenta fuerte y jerárquicamente organizado. Todos hemos oído hablar del Dalai Lama, su máxima autoridad.

Si admiramos las propuestas morales del budismo, a la vez lamentamos el doloroso sentido de orfandad que lo caracteriza, debido a la ausencia del Dios Creador y Padre, que lo trasciende todo, pero que nos piensa y nos ama, nos perdona y que nos ha destinado a “estar con Él”, eternamente, en donde no hay lágrimas, ni dolor, ni muerte. Mientras que el cristianismo se presenta como camino a la Plenitud de vida personal, el budismo es camino orientado a fomentar y posibilitar la disolución de la vida personal en el Todo… Un día, hace ya años, un experto del budismo que había vivido con los budistas pasando tiempo en alguno de sus monasterios, con tono triste me dijo: “¡Y tanta exigencia, en el budismo… y todo es… para nada!”.

 

 

Mensaje de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar a la Persona Viuda en ocasión del Día Internacional de las Viudas.

 “La muerte es una experiencia que toca a todas las familias, sin excepción. Forma parte de la vida; sin embargo, cuando toca los afectos familiares, la muerte nunca nos parece natural.”1

 

Desde la ONU se celebra el 23 de junio el Día Internacional de las Viudas consiente de que, para muchas mujeres, la devastadora pérdida de su pareja se ve magnificada por una lucha a largo plazo por sus derechos básicos y su dignidad. Este ha sido el mismo sentir presente en la Sagrada Escritura que ya desde el Antiguo Testamento pide al pueblo creyente velar por el cuidado de la viuda y de sus hijos.

El Señor mismo las sustenta (cf. Sal 146,9), les rinde su justicia (Cf. Ex 22, 21; Dt 10, 18) y escucha sus súplicas cuando se lamentan (Cf. Si 35,17). Sus opresores (Ez 22, 8) y los que no cumplen con su deber hacia ellas (Jb 24, 21; Is 10, 1-2) merecen castigo. En el Evangelio también notamos un particular aprecio del Señor Jesús por las viudas “¿Quién no se acuerda del gesto de compasión y de ternura del Señor para con la viuda de Naím, a la que devolvió vivo a su hijo que acababa de morir? (cf. Lc 7, 11-15), ¿o la mirada llena de admiración de Cristo a la generosidad de la pobre viuda (cf. Lc 21, 1-4)? Y ya en los inicios de la Iglesia la preocupación por la atención a las mujeres viudas se hace notar (cf. Hch 6, 1). Esta atención a las viudas en las diferentes comunidades cristianas ha sido percibida siempre como un ejercicio particular de la caridad evangélica, dado que estas mujeres vivían una realidad humana y espiritual profundamente marcada por el misterio de la cruz.”2

“Monseñor, todos sabemos que las primeras páginas de la Biblia nos dicen que Dios creó al hombre y a la mujer, distintos físicamente, pero iguales en dignidad. ¿Por qué entonces, a lo largo de la historia se ha desarrollado e impuesto una visión contraria, según la cual se ha considerado a la mujer inferior al varón? ¿Ha habido causas filosóficas, sociales y religiosas? ¿Y por qué también en la Iglesia se ha ido aceptando esa concepción contraria a la enseñanza de la Palabra de Dios?”

 

Margarita Rivera A. – Heredia

 

Usted, estimada Margarita, apunta a varias causas que han podido concurrir a esta injusta situación de la mujer en relación con el varón. Sin embargo, lo primero que hay que tener siempre presente, es que este hecho hace parte de un fenómeno más amplio y muy injusto y doloroso. Nos referimos a la tendencia general de marginación y de atropello del ser más débil, de parte de aquel que se considera más fuerte y que, entonces, “golpea” al más débil, al pobre, al indefenso, al minusválido, al anciano, al extranjero, al que posee poca o ninguna educación formal… Nos basta pensar en el fenómeno por todos conocido, del “bulling”, tan común en nuestros centros educativos.

Recientemente se anunció acerca de la posible donación de un millón y medio de vacunas, unidosis, de la farmacéutica Johnson & Johnson, por parte del gobierno de Estados Unidos, tras una gestión realizada por el Colegio de Médicos y Cirujanos, institución que forma parte del Mesa Patriótica Unidos por la Vida.

Este martes 15 de junio, autoridades gubernamentales y miembros de la Mesa Patriótica llevarán a cabo un segundo encuentro de la Mesa Bipartita, la cual tiene como fin alcanzar acuerdos entre el gobierno y sectores sociales para agilizar la vacunación de los ciudadanos, así como buscar alternativas para la adquisición de más vacunas.

En esta reunión el Dr. Mauricio Guardia, presidente del Colegio, ampliará sobre las gestiones realizadas y hablará sobre el apoyo inmediato requerido por parte de las autoridades, para avanzar en las negociaciones y en la aplicación de las dosis.

Mediante un comunicado de prensa, la Mesa Patriótica Unidos por la Vida, señala que se espera contar con el aval del Gobierno para que los sectores de la Mesa Patriótica, que han mostrado su interés y capacidad para colaborar, puedan brindar apoyo logístico que acelere el proceso de vacunación.

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