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Domingo, 27 Abril 2025
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Memoria: 31 de enero

En 1815 nació en Piamonte (Italia). A los dieciséis años, ingresó en el seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar. 

Después de haber recibido el diaconado, pasó al seminario mayor de Turín y ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir todos los domingos a un grupo de chiquillos abandonados de la ciudad en una especie de escuela y lugar de recreo al que llamó “Oratorio Festivo”.

Al poco tiempo, había ya 40 jóvenes, la mayoría aprendices, que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco. Cayó pronto en la cuenta que todo el bien que hacía por sus chicos, se perdía con las malas influencias del exterior, y decidió construir sus propios talleres de aprendizaje.

Los dos primeros fueron inaugurados en 1853. En 1856, había ya 150 internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes. Los externos eran 500. En diciembre de 1859, Don Bosco y sus 22 compañeros decidieron organizar la congregación, cuyas reglas habían sido aprobadas por Pío IX. 

El siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una congregación femenina. La congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma del hábito de 27 jóvenes a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos.

Floribeth Mora padecía un aneurisma cerebral y los médicos le diagnosticaron pocos meses de vida. Desde el punto de vista científico ya no había nada que hacer. En su cama, miraba en vivo la beatificación de Juan Pablo II, entonces los medicamentos la adormecieron, pero despertó en la madrugada, era el momento propio de la ceremonia, oró y se quedó dormida.

Por la mañana despertó y escuchó una voz que le dijo con autoridad: “Levántate”. Miró una imagen de Juan Pablo II que tenía en su habitación y de nuevo escuchó: “Levántate, no tengas miedo”. Ella, que apenas podía moverse, se levantó y fue donde su esposo… Había ocurrido un milagro, el milagro por el que Juan Pablo II sería canonizado.

Esto ocurrió en Costa Rica, en Dulce Nombre de La Unión, donde reside Floribeth y su familia. Ella sabía que no podía callar lo que había vivido. Por eso, desde la canonización, se ha dedicado a visitar comunidades y otros países para compartir su historia.

Ahora, además, presenta su libro titulado “Levántate, no tengas miedo”, presentado el 27 de abril en la Parroquia San Antonio de Padua, en Cot de Oreamuno, Cartago.

 

Que el mundo lo sepa

 

Luchó contra el cáncer durante 10 años, la enfermedad iba y venía, regresaba cada vez con más fuerza. Tenía el cuerpo con quemaduras y la piel se le arrancaba a causa de las tantas sesiones de radioterapia. Recibió un diagnóstico de infertilidad. Fue desahuciada dos veces.

Hoy Pamela Arguedas tiene 31 años de edad y un hijo, que para ella representa un arco iris tras aquellos largos días de oscuridad. Los últimos exámenes mostraron que ya no hay rastros de células cancerosas en su cuerpo y ella agradece al Señor por esto.

Esta joven contó su testimonio en el Podcast En Libertad, un proyecto creado por jóvenes católicos. Usted puede escuchar los episodios en la plataforma Spotify (/En libertad) o en YouTube (@EnLibertadbyTeAmoDeVerdad).

¿Por qué a mí si yo te ayudé?

El primer episodio de En Libertad se titula “Mi turno de tocar la campana”. Precisamente, es la historia de Pamela, vecina de Atenas. Esta joven sirvió durante mucho tiempo en la Pastoral Juvenil. A partir de sus 20 años de edad, vivió un calvario tras recibir su diagnóstico de cáncer (linfoma de Hodgkin).

Al principio, los médicos le informaron que se trataba de un caso manejable. Recibió tratamiento, pero al poco tiempo el cáncer regresó más violento. Se sometió de nuevo a terapia.

Esta vez comenzó a perder el cabello, las uñas y las pestañas, todo lo que comía lo vomitaba, sentía mucho dolor y gran debilidad. Fue entonces, admite, cuando quiso rendirse. Empezó a pelear con Dios. “¿Yo te ayudé? ¿Por qué a mí? ¿Qué hice?”, preguntaba. “Hubo tres meses que dije: “Salado Dios, Él no quiere que esté con Él, no vuelvo a la Iglesia”.

Era tanto el dolor que le decía al Señor: “O me ayuda  o me lleva, pero no puedo estar así”. No obstante, una noche se sentía muy mal y pensó: “¡Qué tonta! El único que me puede ayudar es Dios”. Pidió perdón. Tiempo después tuvo una mejoría.

Cuando era adolescente, para Alberto Monge el punk era una manera de expresar su rabia contra el mundo. No era solo la música o la estética del movimiento, él era un promotor de la anarquía y un enemigo de todo aquello que representara para él la opresión de las masas.

Por ende, en su banda, las letras de las canciones arremetían por excelencia contra la Iglesia Católica y la fe cristiana, lo hacían con mofa y desprecio. Los creyentes para él no eran más que un séquito de hipócritas.

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