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Jueves, 16 Mayo 2024
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Domingo 29 de octubre. 

XXX Domingo del Tiempo Ordinario

 

Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40  

Memoria: 26 de octubre. 

Pauline Marie Jaricot, nació en Lyon el 22 de julio de 1799; donde vivió una infancia feliz, en una familia adinerada.

Durante la adolescencia disfrutó de la abundancia de dinero, enorgulleciéndose de su belleza, sus joyas y su preciosa ropa que la convertían en la reina de los encuentros sociales. Sin embargo, también tuvo que lidiar con su carácter fuerte y decidido, que a menudo la conducía a sufrir por la ira. Fue durante esta época cuando Pauline experimentó un período de sufrimiento doloroso como resultado de un grave accidente en casa: una caída desastrosa desde un taburete. Sufrió algunas heridas, pero sobre todo las lesiones de ese accidente, la llevaron a una larga y dolorosa depresión. Los médicos no veían ninguna mejora a pesar del tratamiento. Además, durante el transcurso de la enfermedad, murió uno de sus amados hermanos y su madre. Precisamente en este período de sufrimiento, Pauline, a través de su participación en el misterio pascual de Cristo, comenzó a sentir una profunda cercanía con Dios.

Mensaje al II Encuentro Internacional “La Ciencia Por la Paz”, 1 de julio, 2023.

Con ocasión del II Encuentro internacional “La ciencia para la paz” – Nuevos discípulos del conocimiento: el método científico en el cambio de época, promovido por la diócesis de Teramo-Atri, en colaboración con la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, con motivo del IX centenario de la muerte del patrón san Berardo, deseo hacer llegar a los organizadores, a los relatores y a los participantes mi saludo y mi felicitación por el fructífero desarrollo de los trabajos. Dirijo también mi pensamiento a las autoridades académicas y científicas, a los huéspedes de las Instituciones nacionales y europeas y a todos los hombres y mujeres comprometidos en la investigación científica.

Para vuestro encuentro habéis elegido un tema de notable interés, que ofrece una perspectiva rica de esperanza para el futuro de la humanidad. Ser hombres y mujeres de ciencia, de hecho, es una vocación y, al mismo tiempo, una misión, una forma específica de caridad: la intelectual.

Hablando de la caridad intelectual, una de las grandes figuras del siglo XIX, el beato Antonio Rosmini, afirmaba que verdad y caridad están unidas por un vínculo fundamental: la búsqueda y el estudio de la verdad son parte imprescindible de un auténtico servicio de caridad y, al mismo tiempo, la caridad vivida y ejercida, lleva al hombre a un conocimiento cada vez más pleno de la verdad, hasta abrirse al don de Dios y a dejarse poseer por él. Es por esto que -dice el sacerdote de Rovereto- es necesario: “custodiar […] contemplar e indagar la verdad, promoviendo de forma óptima e incansable el conocimiento entre los hombres” (cfr. Constitución del Instituto de la Caridad, n.789).

Todos conocemos el pasaje de la creación del hombre, tal y como lo afirma Gén 1,26-27, cuando dice (en boca del Creador), lo siguiente: Y Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Preguntémonos: ¿Sería una pareja, como nos imaginamos o ellos tienen una fuerte carga simbólica?

Como vemos, la obra culmen de Dios de la creación es la pareja humana y ocupa el último lugar, la cima de la pirámide cósmica (Gén 1,26-31); es la puerta que, en el universo, da acceso al Creador. La forma en que el autor expresa la creación de la humanidad, manifiesta hasta qué punto le fascinó esta obra divina. La va presentando en tres pasos consecutivos: deliberación, realización y contemplación. Veamos:

“Desde niño, siempre me llamaron mucho la atención los confesionarios. Los tiempos cambian y también la Iglesia quiere actualizarse. Sin embargo, personalmente creo que el confesionario tradicional facilita una mayor discreción y así asegura un mayor respeto ya del penitente como del confesor… Con el tiempo se introdujo el cambio dejando el uso del confesionario para así tener una manera más cercana y que propicie el abrir la propia conciencia. Sin embargo, personalmente, pienso que el encontrarse frente a frente podría no facilitar la confesión completa de todos los pecados y faltas cometidas. La clara separación que exige el confesionario asegura más fácilmente superar la posible vergüenza para abrir del todo la propia conciencia y comunicar inclusive los pecados que más vergüenza nos pueden causar. Monseñor, resulta pues claro que personalmente preferiría el uso de los confesionarios. Me va a ser de utilidad conocer su punto de vista”. 

Juan Carlos Carvajal A. - Heredia. 

 

Estimado Don Juan Carlos: Como puede apreciar, me he permitido resumir su correo, pero su contenido resulta suficientemente claro y con gusto paso a contestarle. 

El Concilio Vaticano II (1962-1965), con la Constitución sobre la Liturgia, propone algunos criterios de reforma en la celebración de los Sacramentos y entonces también acerca del Sacramento de la Penitencia (Confesión). Cuanto al lugar de donde celebrar este Sacramento, encontramos las siguientes prescripciones en el Nuevo Código de Derecho Canónico o Ley Universal de la Iglesia, publicado en 1983 y en que se integran las indicaciones del mismo Concilio Vaticano II. En el canon o ley n. 964 leemos lo siguiente: “El lugar propio para recibir las confesiones sacramentales es la Iglesia (templo) o el Oratorio”. Y en el párrafo segundo del mismo canon, se añade: “Cuanto a la sede para las confesiones, las normas deben ser establecidas por la Conferencia Episcopal, asegurando sin embargo que los confesionarios se establezcan en un lugar visible, tengan una reja fija entre el penitente y el confesor, así que los fieles que lo desean puedan libremente usar el confesionario”. 

El canon concluye con el párrafo tercero añadiendo: “No se reciban las confesiones afuera del confesionario si no es por una justa razón”. 

Como podemos constatar, estimado Don Juan Carlos, la Ley Universal de la Iglesia (Derecho Canónico), después de haber recordado el criterio general, según el cual las confesiones deben ser escuchadas en el templo o en el oratorio, deja a cada Conferencia Episcopal establecer otros detalles útiles y convenientes acerca de la sede en donde escucharlas… Constatamos que esta norma ha podido orientar y sugerir varias soluciones. Una de las más comunes ha consistido en “adaptar” un cuarto, no muy amplio, en el fondo del templo o en su parte lateral, en que se halla un confesionario de tipo tradicional, como lo describe el mismo canon en su párrafo segundo, y una silla destinada al penitente, y separada por una pequeña mesa, del sacerdote confesor. De ese modo, se ha querido asegurar la libertad del penitente. El que entra y pide confesarse puede escoger acercarse al confesionario o sentarse frente al confesor. 

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