“La presencia de la Iglesia en los diferentes momentos y ámbitos de la vida nacional en nuestra historia se ha manifestado no sólo con el aporte de obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, sino de tantos hombres y mujeres, laicos bautizados, muchas veces desconocidos, pero que, con un verdadero espíritu cristiano, han sabido ser parte de la construcción del ser costarricense, que tiene, sin duda, una innegable y esencial impronta cristiana”.
De esta manera, los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica publicábamos una Carta con motivo del bicentenario de vida independiente, en la cual, queríamos mostrar la huella de la Iglesia a lo largo de estos 200 años, y aún desde antes.
Es muy importante que repensemos la realidad que vive nuestra nación al llegar a este bicentenario, agradecer por el pasado que nos ha permitido forjar este presente; pero nos corresponde ahora sembrar nuevas bases y consolidar aquellas que nos permitan mejorar las condiciones de vida para los habitantes de nuestra patria.
En ese sentido, y era parte del objetivo de esta Carta publicada el 13 de setiembre, no podemos perder de vista las raíces cristianas que forman parte de la identidad de nuestra nación; raíces cristianas que, lamentablemente, algunos han querido ocultar o negar.
Señalábamos que “como en todo el período colonial, los sacerdotes en Costa Rica, y en ellos la Iglesia, jugaron un papel de primer orden en el campo educativo, de salubridad, de guías de las comunidades, y, al momento de la independencia, contribuyeron en la organización y en la estructuración del nuevo Estado de Costa Rica”.
Este papel vital, que aún hoy mantiene la Iglesia por medio de centros educativos, hogares de ancianos,
centros de atención a personas con adicciones o una serie de comedores infantiles y otros centros que, en las distintas comunidades están presentes bajo el sostenimiento de la Iglesia para llegar a las personas más vulnerables, son solo parte de la trascendencia eclesial en la sociedad.
Para la Iglesia, la persona está en el centro del desarrollo, y nuestros llamados constantes y firmes, desde la Conferencia Episcopal, para tender al bien común, forman parte también del papel eclesial fundamental en nuestro país.
Al llegar a 200 años de vida independiente, es importante mirar al pasado para comprender esas decisiones que marcaron diferencia en el mundo y que en otros momentos hemos comentado: la supresión de la pena de muerte, la abolición del ejército, la apuesta por una educación gratuita y costeada por el Estado, el avance en garantías sociales y la paz social, solo por citar algunos.
De frente a los próximos 100 años, entre todos, debemos tomar decisiones que nos pongan en el primer mundo, que marquen diferencia, que vuelvan a ver sobre todo a la persona humana, para su desarrollo integral.
Es momento de volver a mirar a la familia como célula fundamental de la sociedad. Solo con familias fuertes y consolidadas, podremos pensar en un futuro para Costa Rica. Este es tan solo un ejemplo de las decisiones que se requieren desde las autoridades; así como fortalecer la educación tan venida a menos en los últimos años.
Queda mucho camino por recorrer, pero entre todos y con la ayuda de Dios, podremos celebrar estos 200 años y mirar con esperanza el futuro de nuestra nación.
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