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Sábado, 11 Mayo 2024
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Padres de la Iglesia llamamos a aquellos que, con la fuerza de la fe, con la profundidad y la riqueza de sus enseñanzas, “la engendraron y formaron en el transcurso de los primeros siglos”.[1] Estos eslabones vivos de la transmisión de la fe apostólica iluminan a la Iglesia no sólo por la excelencia de su doctrina sino con su testimonio “porque la primera y mayor enseñanza de los santos es siempre su propia vida”.[2]

Los Padres comunican el evangelio de Cristo en situaciones adversas, luchando contra toda adulteración de la Palabra de Dios, contra toda falsificación de la verdad, contra toda tergiversación del depósito de la fe. Su solidez doctrinal y moral queda plasmada en la firmeza contra las herejías y contra los equívocos y abusos, incluso, dentro de la propia Iglesia.

En clave general, vemos como la comunicación del Evangelio debe enfrentar los ataques de los herejes, las propuestas gnósticas y las persecuciones de paganos por un lado y los judíos por el otro. Otro factor determinante será la nueva era cristiana introducida por el Edicto de Tolerancia de Constantino y la interacción de los cristianos en los nuevos ámbitos que esta “indulgencia” sugieren.

El papa Benedicto XVI, en los años 2007 y 2008, elaboró una profunda reflexión sobre los Padres de la Iglesia que permiten plantear, individualmente y en conjunto, algunos aspectos importantes del camino y, por ende, de la comunicación de la Iglesia en la historia. Analizando cada una de sus propuestas presento, bajo riesgo de omisión, cuatro hombres de Iglesia, innovadores y agudos en el arte de comunicar: San Clemente Romano, San Ignacio de Antioquia, San Justino Mártir y San Juan Crisóstomo.

 

San Clemente Romano[3]

 

San Clemente, obispo de Roma en los últimos años del siglo I, es el tercer sucesor de Pedro, después de Lino y Anacleto. El testimonio más importante sobre su vida es el de san Ireneo, obispo de Lyon hasta el año 202, el cual atestigua que san Clemente "había visto a los Apóstoles", "se había relacionado con ellos" y "tenía todavía la predicación apostólica en sus oídos y su tradición ante sus ojos" (Adversus haereses, III, 3, 3).

Se le atribuye la Carta a los Corintios. Al inicio de este texto, san Clemente se lamenta de “las repentinas y sucesivas calamidades y tribulaciones". Estas "adversidades" se identifican con la persecución de Domiciano: por eso, la fecha de composición de la carta se debe remontar a un tiempo inmediatamente posterior a la muerte del emperador y al final de la persecución, es decir, inmediatamente después del año 96.

La ocasión inmediata de la carta permite al Obispo de Roma explicar con amplitud la identidad de la Iglesia y su misión. Si en Corinto ha habido abusos, observa san Clemente, el motivo hay que buscarlo en el debilitamiento de la caridad y de otras virtudes cristianas indispensables.

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