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Miércoles, 15 Mayo 2024
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Los 40 Días por la Vida, la vigilia pacífica de oración y ayuno por el fin del aborto vuelve este año a realizarse frente a seis hospitales del país. En concreto, se realiza desde el pasado 27 de setiembre y se extenderá hasta el 5 de noviembre próximo.

Según han comunicado sus organizadores, la vigilia se realiza frente a los siguientes centros médicos: Hospital San Rafael de Alajuela, Hospital San Francisco de Asís en Grecia, Hospital de Guápiles, Hospital San Vicente de Paúl en Heredia, Hospital San Juan de Dios en San José y Hospital Dr. Carlos Luis Valverde Vega, en San Ramón.

“Nos sentimos muy alegres que ha nacido una campaña en Guápiles, organizada por jóvenes interesados en llevar un mensaje positivo provida a su ciudad. Esta campaña es fruto del Día Nacional de la Juventud realizado en julio. También nos sentimos muy agradecidos con Dios por la perseverancia a través del tiempo de los voluntarios de las otras cinco campañas que año con año salen a las calles para dar testimonio del amor y la misericordia de nuestro Señor Dios de Vida”, explican en la comunicación.

Sufrieron dificultades económicas, padecieron la enfermedad, vivieron el duelo… Pero se mantuvieron unidos y, sobre todo, pusieron a Dios en el centro. Se trata del matrimonio de San Luis Martin y Santa Celia Guérin, un matrimonio como cualquier otro, con sus dificultades y pruebas, pero donde abundaba la fe.

Recientemente, ambos fueron declarados patronos de los laicos en Costa Rica. Precisamente, se escogió  como Día Nacional del Laico el 12 de julio, Festividad de San Luis Martin y Santa Celia Guérin.

Él, un relojero y joyero; ella, una costurera y emprendedora. Nacieron en Francia en el Siglo XIX. Son conocidos por ser los padres de Santa Teresa de Lisieux, quien decía: “Dios me ha dado un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra”.

En su juventud, ambos quisieron optar por la vida religiosa, pero Dios tenía otros planes para ellos. Cuando se conocieron fue, por así decirlo, “amor a primera vista”.

Celia vio a un joven guapo de finos modales y de inmediato una voz en su interior le dijo que ese era el hombre indicado. Tres meses después de aquel primer encuentro decidieron contraer matrimonio, la ceremonia ocurrió el 13 de julio de 1858.

A pesar de eso, se casaron a una edad muy madura para la época, él tenía 35 años y ella 27. Tuvieron nueve hijos, pero cuatro fallecieron y las otras cinco eligieron la vida religiosa.

Era una familia santa. Una de sus hijas, Marie dijo una vez: “con papá y mamá nos parecía estar en el cielo”. También era un matrimonio que podía tener sus discusiones y diferencias, como cualquier otro, pero nada los separaba.

Las dificultades fueron muchas y muy duras, eran tiempos de crisis económica en Francia. Aun en medio de sus limitaciones, compartían lo que tenían con los más necesitados.  “Su casa no fue una isla feliz en medio de la miseria, sino un espacio de acogida, comenzando por sus obreros”, señala su biografía.

Tuvieron que enfrentar la enfermedad, primero fue el tumor de Celia y luego el deterioro de la salud de Luis. El último gesto que vio santa Teresa del Niño Jesús de su padre, en la última visita que le pudo hacer, ya anciano y enfermo, fue su dedo que indicaba al cielo, como si quisiera recordar a sus hijas todo lo que su esposa y él les habían intentado inculcar desde niñas, según menciona un artículo de Alfa y Omega.

La comunicación ha desempeñado un papel vital para promover la vida eclesial y para mantener una conexión significativa entre sus miembros. Su análisis y comprensión son fundamentales para discernir la dinámica de la Iglesia en el mundo. “La comunicación debe ser una gran ayuda para la Iglesia, para vivir concretamente en la realidad, favoreciendo la escucha e interceptando los grandes interrogantes de los hombres y mujeres de hoy”.[1]

Quienes han seguido este humilde aporte constatarán que hemos establecido algunos aspectos que nos permiten vislumbrar las motivaciones, los contextos y el manejo de la comunicación en la Iglesia naciente.

Primeramente, trazamos una ruta a partir de los Evangelios, el libro de los Hechos de los Apóstoles y de algunas cartas neo testamentarias que, junto a otros autores claves en los primeros siglos de la Iglesia, nos permiten entender tanto la comunicación en las primeras generaciones cristianas, como los procesos de instauración de las Iglesias y algunos atisbos sobre la vivencia de su fe y el orden “institucional” en las mismas.

Un acercamiento comunicacional, de orden técnico, enfrenta la particularidad de que, en ese camino recorrido reconocemos a Dios actuando en la historia: “Nuestra salvación, la que Dios quiso para nosotros, no es una salvación ascética, de laboratorio sino histórica y Dios, hizo un camino en la historia con su pueblo”[2]. La Iglesia es “pueblo de Dios” y no una simple sociedad de personas que coinciden en un proyecto común.

Al considerar a Dios como la variante fundamental de nuestro proceso, no olvidamos que la Iglesia “es católica incluso en el sentido de que nada de lo que es humano le puede ser extraño”[3], antes bien ella lo constata, y a veces con dolor, en carne propia.

“Ángel de la guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, ni en las horas de mi última agonía”. Así dice la popular oración. Precisamente, según la tradición católica, los ángeles custodios son considerados como protectores y guías de cada persona a lo largo de la vida terrenal.

En el año 1978 inicié mi escolaridad. Antes pasé por la etapa del Prekínder y Kínder, donde tuve educadoras maravillosas, con una creatividad fuera de serie para enseñarnos. Aprendimos a leer y a escribir en el kínder, ya en primer grado sabíamos leer y escribir perfectamente.

En mi caso vengo de familia de maestras, quienes hicieron lo propio para enseñarme a leer y escribir, Yolanda Madriz, una creativa costurera, me enseñó a perfeccionar la comprensión de lectura a escribir en letra cursiva, a dominar las Matemáticas, Ciencias y los Estudios Sociales, Yola, como cariñosamente la llamábamos, era una maestra innata.

Sabiamente, la Dra. Ana Katharina Müller Castro, ministra de educación, ha cambiado de manera certera y oportuna la directriz que dejaba pasar el primer grado escolar sin que los aprendientes, leyeran y escribieran, grave error de quienes tomaron esa decisión. Sólo durante el último decenio el concepto de “lectoescritura” ha adquirido un rol central en la educación temprana.

Anteriormente, los expertos raramente consideraban la lectoescritura como un aspecto esencial del crecimiento y desarrollo sano entre los niños y niñas. 

La tasa actual de problemas de lectoescritura entre los escolares continúa siendo inaceptablemente alta. Mi hijo, en el año 2020, realizó su primer grado escolar cuando estábamos en lo mejor de la pandemia de Covid-19, ese primer grado fue todo un desastre, aunque mi compromiso como padre me hizo buscar opciones no virtuales para su educación. Al final, terminó su primer grado sin lograr escribir ni leer y sus docentes me decían que no era necesario que aprendiera lectoescritura en primer grado, que cada niño y niña aprender a su tiempo. Este año cursa su tercer grado y gracias a la excelencia académica de sus educadoras ha logrado aprender a leer y escribir.

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