Una de las mayores virtudes que podemos rescatar, es la esperanza, virtud teologal que, también a nosotros, se nos invita a cultivar en un camino de crecimiento cristiano y la cual nos recuerda que, como bautizados, nuestra aspiración y meta es la santidad. El Catecismo de la Iglesia nos presenta la esperanza como el “aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios” (C.E.C. 2090) y ¿no fue esto lo que José fue viviendo y experimentando en medio de los acontecimientos que ocurrían?
La confianza implica firmeza: La manera prudente y justa en que José decide “abandonar a María en privado” (cf. Mt. 1, 19) es signo de que la ley de Dios ha dado fruto en su vida y reconoce que el valor fundamental de la persona no se puede ver anulado por la ley. Más aun, la plena certeza de lo que sería su misión se encuentra en las palabras que el ángel le anuncia en sueños, ante las cuales José logra dispersar las dudas, los temores y confiar en que se trata del cumplimiento de la promesa del Mesías.
Estas palabras inician con un “no temas” (cf. Mt. 1, 20), el amor ha vencido al temor, y la esperanza resplandece como una luz en la penumbra de la incertidumbre. Ante esto, ya él no duda más y la Escritura nos menciona la decisión firme que asume: “tomó consigo a su mujer” (cf. Mt. 1, 24). Es decir, nos muestra que encaminarse en nuestra misión conlleva un saber esperar, confiar y decidir, fundamentados en la promesa que Dios ha manifestado.
En el ajetreado camino: Ciertamente la esperanza no quita los obstáculos del camino, pero hace que nuestros pasos sean firmes. José nos da testimonio de una confianza que no se quebranta, sino que, entre los obstáculos es posible ver el cumplimiento de la promesa de Dios, ya que como menciona el Papa Francisco en la Carta Patris Corde: “la historia de la salvación se cumple creyendo, contra toda esperanza, a través de nuestras debilidades”.
El recibir a María no era la única decisión que José debía tomar, así pues, después del nacimiento del niño ¡un sobresalto más! ¡deben huir a Egipto! (cf. Mt. 2, 13ss). Cuando se pensaba que ya las pruebas habían pasado, de nuevo debe asumir en carne propia esa misión que se le ha encomendado, ser un padre que custodia y protege. Pero, ya no duda más, y ante la voz del ángel, inmediatamente se levanta y actúa; la esperanza se mantiene viva y la incertidumbre ya no tiene lugar porque José aguarda con confianza la promesa de Dios.
Cristianos en esperanza: La figura de José nos interpela también a nosotros y en un mundo que tantas veces no comprende el sentido de esperar con confianza y actuar en firmeza, podemos ser testigos de que Dios es siempre fiel a su promesa y, aun en las dificultades y “obstáculos” del camino, nuestra vocación como cristianos implica elevar el estandarte de la esperanza y contagiar el mundo con la alegría del Evangelio, dejando fuera el temor y la duda porque, por el bautismo, somos hijos de Dios y testigos de esperanza; así como San Pablo nos recuerda: “El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm. 8, 16).
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