En la oración que Jesús nos enseñó dice “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, desde esa enseñanza está indicando lo importante que es perdonar y perdonarse.
El perdón que se nos pide es un perdón desde el corazón, desde nuestro interior, algo verdadero como el amor que Cristo nos ofreció.
Si no perdonamos a los demás, cada vez que rezamos el Padrenuestro, ¡estamos pidiendo a Dios que no nos perdone las ofensas que hacemos contra Él! Jesús también nos dio su propio ejemplo en la Cruz cuando dijo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Esto no significa no hacer de cuenta que no tenemos problemas ni sentimientos, ni que nunca hubo ofensa o problema. No se pueden enterrar los sentimientos ni los recuerdos a costa de una gran fuerza de voluntad. Eso no sirve.
La respuesta requiere de un enfoque completamente distinto. Debemos usar esos sentimientos que nos provocan dolor como una oportunidad para imitar al Padre, nuestro Dios Compasivo, Misericordioso y Amante, que hace salir el sol sobre justos e injustos.
Tenemos que empezar a ver lo sucedido como algo que Él permitió que pasara para nuestra santificación, para hacernos santos según nuestra reacción ante ese acontecimiento doloroso.
En lugar de tratar de hacer de cuenta que no nos sentimos heridos, tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús o por algún incidente de su vida.
Cada vez que recordamos una ofensa pasada, debemos reemplazar el recuerdo con palabras de Jesús, trayendo a la memoria los episodios en que Él perdonó, y cómo utilizó cada oportunidad para dar Honor y Gloria a Su Padre. Dios siempre saca cosas buenas de toda situación para quienes lo aman, en esta vida, y en la otra.
Cuando ponemos nuestra confianza en nuestro Dios Amor, todas nuestras penurias pueden convertirse en escalones que nos lleven al Cielo.
El Señor tenía temores y angustias, pero también tenía firmeza, no torcía sus designios ante tentaciones o adversidades y siempre perdonaba. La falta de perdón es uno de los problemas de hoy y lo debemos abrazar como un desafío confiando siempre en la fidelidad que nos ofrece nuestro padre Dios.
En el Evangelio, Jesús nos habla de una manera directa sobre el camino que hemos de seguir si queremos alcanzar a perfección cristiana, que en esto consiste la santidad. Pues bien en este camino el perdón es irrenunciable. Nadie puede lograr la santidad si antes no ha perdonado setenta veces siete.
El “amar y perdonar a nuestros enemigos”, expresión del mismo Jesús aparecida en Mateo y Lucas, junto a la parábola del joven rico narrada por los tres evangelistas sinópticos, son las dos exigencias evangélicas que todo cristiano ha de aceptar y seguir si quiere alcanzar la vida eterna.
Si la temperatura de la fe está reflejada por la Caridad, la de la santidad queda expresada por la capacidad de perdonar. En ambos se trata del amor y el perdón al prójimo, a un prójimo que en algunas ocasiones es el enemigo, aquel que puede atentar incluso contra nuestra propia vida como en el martirio.
El perdón de Aquél que haciéndose Hombre, nació y vivió de manera humilde y pobre, muriendo inocente, libre de toda culpa, redimiendo así nuestras faltas y pecados; y lo hizo por puro amor pidiendo al Padre que perdonara y justificara a quienes lo habían llevado hasta allí porque no sabían lo que hacían.