Caminar por las calles de mi pueblo, en esos momentos de nostalgia y reflexión, es como recorrer un libro abierto de memorias y aprendizajes.
Cada rincón guarda historias de amor, sacrificio, lucha y perdón. La vida, con sus vicisitudes y sus momentos felices, se convierte en un camino de redención y perdón.
Desde el maltrato infantil hasta el amor que sanó heridas antiguas, cada paso me recuerda que “la vida no es sino una continua oportunidad de aprender a amar,” como decía Vargas Llosa.
En esos caminos, también encuentro la inspiración en la poesía y en la literatura. Julián Marchena, en su poema Vuelo Supremo, nos invita a elevarnos por encima de las dificultades y a encontrar en la espiritualidad y en la belleza de la vida un refugio y una fuerza.
“Soy el vuelo supremo, la paz que no muere,
en la sombra del alma, en la luz que me alza,
y vuelvo siempre a los sitios donde el amor
me enseñó a ser libre, a soñar sin cadenas.”
Estas palabras reflejan mi propio camino: siempre volver a esos sitios donde amé la vida, donde aprendí a ser libre, a soñar y a luchar. La vida, con sus heridas y sus alegrías, se convierte en un camino de sanación y de crecimiento espiritual.
Mi infancia, marcada por la sencillez y la humildad, estuvo llena de momentos que hoy valoro profundamente.
Recuerdo ir a comprar pan donde doña. María Alvarado, una mujer generosa que, con una sonrisa y un gesto, me regalaba un bollo recién horneado y una jarra de café. Esos momentos, aparentemente simples, reflejan que “el corazón tiene razones que la razón no entiende,” como expresó Pascal. La vida me enseñó que en esas pequeñas acciones se encuentra la verdadera grandeza del amor y la bondad.
Caminar por esas calles, sentir el aroma del pan recién horneado, escuchar las historias de mi pueblo, es como abrir un libro de memorias que nunca se cansa de contarme sus secretos. La vida, con sus tristezas y sus alegrías, es una oportunidad constante de aprender a amar, a perdonar y a seguir adelante.
La historia de mi infancia también estuvo marcada por momentos de dolor y heridas abiertas.
El maltrato infantil, el abuso sexual, son heridas que todavía duelen, pero que también me enseñaron la importancia del perdón y de la resistencia. Como decía Vargas Llosa, “la vida no es sino una oportunidad para convertir el sufrimiento en fuerza,” y así lo entendí: cada herida, cada dolor, fue una oportunidad para crecer y para valorar aún más la belleza de la vida.
El regreso a estos viejos sitios no solo es un acto de nostalgia, sino también una reafirmación de que la vida siempre dará nuevas oportunidades para sanar y renacer. La historia de cada uno de nosotros está llena de esos momentos de luz y sombra, y aprender a convivir con ellos es parte de nuestro camino espiritual.
Caminar por esas calles, recordar a mis seres queridos, sentir su presencia en cada rincón, es como volver a la raíz de mi ser. La vida me enseñó que “yo siempre regreso a los viejos sitios donde amé la vida,” y en ese regreso encuentro la fuerza y la esperanza para seguir luchando, para seguir amando.
Porque al final, la verdadera riqueza está en los recuerdos, en las personas que nos dejaron su amor y su enseñanza, y en la capacidad de seguir soñando.
La vida es un vuelo sublime, un viaje que nos invita a elevarnos por encima de las heridas y a encontrar en el amor y en la memoria la verdadera eternidad.