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Miércoles, 10 Septiembre 2025
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Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Máster en Historia Latinoamericana, UPF Agosto 08, 2025

La vida, con sus múltiples matices y caminos impredecibles, nos invita constantemente a regresar a los lugares donde alguna vez sentimos, vivimos y aprendimos.

En mi historia personal, esa vuelta a los viejos sitios ha sido constante y necesaria, porque en esos recuerdos se encuentra la esencia de lo que soy, de lo que fui y de lo que todavía llevo en el alma. En esos rincones, en esas personas y en esas experiencias, encontré el amor, la esperanza, el sacrificio y la enseñanza.

Desde niño, Dios estuvo presente en mi vida, en cada rincón y en cada persona que cruzó mi camino.

La presencia divina no siempre se manifestó en milagros visibles, sino en esas pequeñas acciones de amor y entrega que silenciosamente iluminan el camino. Personas que, sin tener lazos sanguíneos, demostraron un amor genuino, desinteresado, que me ayudaron a salir adelante, a soñar y a creer en un futuro mejor.

Recuerdo con claridad a Ana Julia Arana. Ella fue mucho más que una maestra de matemáticas; fue una mujer que se convirtió en mi guía, en mi ejemplo de entrega y de amor al prójimo.

Ella, con su corazón generoso y su espíritu comunista, enseñó que ayudar al campesino, al pobre, no era solo un acto de caridad, sino un deber moral.

Sin cobrar un solo centavo, Ana Julia me enseñó las matemáticas, pero, sobre todo, me enseñó a valorar el esfuerzo, la honestidad y la perseverancia. Como decía Neruda, “yo no soy un hombre, soy un puente,” y ella fue ese puente que me llevó desde la ignorancia a la esperanza, desde la duda a la certeza.

Su ejemplo vive en mí, en cada cálculo que aprendí, en cada problema resuelto, pero también en la forma en que enfrenté la vida.

Ella predicaba con el ejemplo, y su dedicación a ayudar a los demás era una muestra clara de que la verdadera educación trasciende los libros y las aulas. La vida me enseñó que “el amor no se mira, se siente,” como decía García Márquez, y en Ana Julia encontré ese amor puro y desinteresado, que nunca busca nada a cambio.

Nila, por su parte, fue esa segunda madre que siempre estuvo presente en los momentos importantes. Sus manos preparaban las mejores comidas en mi cumpleaños, sus regaños constantes, aunque duros, eran muestras de un amor profundo y sincero.

Ella, como una madre, sabía que en cada acto de cuidado había un acto de amor. La vida nos enseña que “el amor no se mira, se siente,” y en Nila encontré ese amor que trasciende las palabras, que se expresa en gestos simples pero llenos de significado.

Hilaría, otra figura fundamental en mi vida, fue esa segunda madre que me despertaba para recordarme que estaba de cumpleaños, que me defendía de todos y ante todos.

Ella fue un escudo contra las adversidades, una defensora incansable de mis derechos y de mi dignidad. La pérdida de Nila, en este 28 de julio, fue como cerrar un ciclo irrepetible. Su sepultura en el panteón familiar es un recordatorio de que los lazos del alma trascienden la vida misma.

Caminar por las calles de mi pueblo, en esos momentos de nostalgia y reflexión, es como recorrer un libro abierto de memorias y aprendizajes.

Cada rincón guarda historias de amor, sacrificio, lucha y perdón. La vida, con sus vicisitudes y sus momentos felices, se convierte en un camino de redención y perdón.

Desde el maltrato infantil hasta el amor que sanó heridas antiguas, cada paso me recuerda que “la vida no es sino una continua oportunidad de aprender a amar,” como decía Vargas Llosa.

En esos caminos, también encuentro la inspiración en la poesía y en la literatura. Julián Marchena, en su poema Vuelo Supremo, nos invita a elevarnos por encima de las dificultades y a encontrar en la espiritualidad y en la belleza de la vida un refugio y una fuerza.

“Soy el vuelo supremo, la paz que no muere,

en la sombra del alma, en la luz que me alza,

y vuelvo siempre a los sitios donde el amor

me enseñó a ser libre, a soñar sin cadenas.”

Estas palabras reflejan mi propio camino: siempre volver a esos sitios donde amé la vida, donde aprendí a ser libre, a soñar y a luchar. La vida, con sus heridas y sus alegrías, se convierte en un camino de sanación y de crecimiento espiritual.

Mi infancia, marcada por la sencillez y la humildad, estuvo llena de momentos que hoy valoro profundamente.

Recuerdo ir a comprar pan donde doña. María Alvarado, una mujer generosa que, con una sonrisa y un gesto, me regalaba un bollo recién horneado y una jarra de café. Esos momentos, aparentemente simples, reflejan que “el corazón tiene razones que la razón no entiende,” como expresó Pascal. La vida me enseñó que en esas pequeñas acciones se encuentra la verdadera grandeza del amor y la bondad.

Caminar por esas calles, sentir el aroma del pan recién horneado, escuchar las historias de mi pueblo, es como abrir un libro de memorias que nunca se cansa de contarme sus secretos. La vida, con sus tristezas y sus alegrías, es una oportunidad constante de aprender a amar, a perdonar y a seguir adelante.

La historia de mi infancia también estuvo marcada por momentos de dolor y heridas abiertas.

El maltrato infantil, el abuso sexual, son heridas que todavía duelen, pero que también me enseñaron la importancia del perdón y de la resistencia. Como decía Vargas Llosa, “la vida no es sino una oportunidad para convertir el sufrimiento en fuerza,” y así lo entendí: cada herida, cada dolor, fue una oportunidad para crecer y para valorar aún más la belleza de la vida.

El regreso a estos viejos sitios no solo es un acto de nostalgia, sino también una reafirmación de que la vida siempre dará nuevas oportunidades para sanar y renacer. La historia de cada uno de nosotros está llena de esos momentos de luz y sombra, y aprender a convivir con ellos es parte de nuestro camino espiritual.

Caminar por esas calles, recordar a mis seres queridos, sentir su presencia en cada rincón, es como volver a la raíz de mi ser. La vida me enseñó que “yo siempre regreso a los viejos sitios donde amé la vida,” y en ese regreso encuentro la fuerza y la esperanza para seguir luchando, para seguir amando.

Porque al final, la verdadera riqueza está en los recuerdos, en las personas que nos dejaron su amor y su enseñanza, y en la capacidad de seguir soñando.

La vida es un vuelo sublime, un viaje que nos invita a elevarnos por encima de las heridas y a encontrar en el amor y en la memoria la verdadera eternidad.

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