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San José, Patrono de la Iglesia universal

By Redacción Marzo 24, 2022

Catequesis en audiencia general, miércoles 16 de febrero, 2022.

 

Concluimos el ciclo de catequesis sobre la figura de San José. Estas catequesis son complementarias a la Carta apostólica Patris corde, escrita con ocasión de los 150 años de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia Católica, por parte del beato Pío IX. ¿Pero qué significa este título? ¿Qué quiere decir que San José es “patrón de la Iglesia”? Sobre esto quisiera reflexionar.

También en este caso son los Evangelios los que nos dan la clave de lectura más correcta. De hecho, al final de cada historia que ve a José como protagonista, el Evangelio anota que él toma consigo al Niño y a su madre y hace lo que Dios le ha ordenado (cfr.  Mt 1,24; 2,14.21). Resalta así el hecho de que José tiene la tarea de proteger a Jesús y a María. Él es su principal custodio: “De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe”  (Patris corde, 5), y este tesoro es custodiado por san José.

En el plan de la salvación no se puede separar el Hijo de la Madre, de aquella que avanzó “en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz” (Lumen gentium, 58), como nos recuerda el Concilio Vaticano II.

Jesús, María y José son en un cierto sentido el núcleo primordial de la Iglesia. Jesús es Hombre y Dios, María, la primera discípula, es la Madre; y José, el custodio. Y también nosotros “debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia” (Patris corde, 5).

Y aquí hay una huella muy hermosa de la vocación cristiana: custodiar. Custodiar la vida, custodiar el desarrollo humano, custodiar la mente humana, custodiar el corazón humano, custodiar el trabajo humano. El cristiano es -podemos decir- como san José: debe custodiar.

Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino custodiar la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia. El Hijo del Altísimo vino al mundo en una condición de gran debilidad: Jesús nació así, débil, débil. Quiso tener necesidad de ser defendido, protegido, cuidado. Dios se ha fiado de José, como hizo María, que en él ha encontrado el esposo que la ha amado y respetado y siempre ha cuidado de ella y del Niño. En este sentido, “san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre” (ibid.).

Este Niño es Aquel que dirá: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Por tanto, toda persona que tiene hambre y sed, todo extranjero, todo migrante, toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el “Niño” que José custodia. Y nosotros somos invitados a custodiar a esta gente, estos hermanos y hermanas nuestros, como lo ha hecho José.

Por esto, él es invocado como protector de todos los necesitados, de los exiliados, de los afligidos, y también de los moribundos. Y también nosotros debemos aprender de José a “custodiar” estos bienes: amar al Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y nuestra parroquia. Cada una de estas realidades es siempre el Niño y su madre (cfr. Patris corde, 5). Nosotros debemos custodiar, porque con esto custodiamos a Jesús, como lo ha hecho José.

Hoy es común, es de todos los días criticar a la Iglesia, subrayar las incoherencias -hay muchas-, subrayar los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios. Preguntémonos si, en el fondo del corazón, nosotros amamos a la Iglesia así como es. Pueblo de Dios en camino, con muchos límites, pero con muchas ganas de servir y amar a Dios. De hecho, solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma no parcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en la Iglesia, a partir precisamente de Jesús y de María. Amar la Iglesia, custodiar la Iglesia y caminar con la Iglesia. Pero la Iglesia no es ese grupito que está cerca del sacerdote y manda a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino. Custodiar el uno del otro, custodiarnos mutuamente. Es una bonita pregunta, esta: yo, cuando tengo un problema con alguien, ¿trato de custodiarlo o lo condeno enseguida, hablo mal de él, lo destruyo? ¡Debemos custodiar, siempre custodiar!

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