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Catequesis del Papa: "Honra a tu padre y a tu madre…"

By Redacción Mayo 30, 2022

Hoy, con la ayuda de la Palabra de Dios, abrimos un pasaje a través de la fragilidad de la edad anciana, marcada de forma especial por las experiencias del desconcierto y del desánimo, de la pérdida y del abandono, de la desilusión y la duda.

Naturalmente, las experiencias de nuestra fragilidad, frente a las situaciones dramáticas -a veces trágicas- de la vida, pueden suceder en todo tiempo de la existencia. Sin embargo, en la edad anciana estas pueden suscitar menos impresión e inducir en los otros una especie de hábito, incluso de molestia.

Cuántas veces hemos escuchado o hemos pensando: “Los ancianos molestan”; lo hemos dicho, lo hemos pensando… Las heridas más graves de la infancia y de la juventud provocan, justamente, un sentido de injusticia y de rebelión, una fuerza de reacción y de lucha. En cambio, las heridas, también graves, de la edad anciana están acompañadas, inevitablemente, por la sensación de que, sea como sea, la vida no se contradice, porque ya ha sido vivida. Y así los ancianos son un poco alejados también de nuestra experiencia: queremos alejarlos.

En la común experiencia humana, el amor es descendiente: no vuelve sobre la vida que está detrás de las espaldas con la misma fuerza con la que se derrama sobre la vida que está todavía delante. La gratuidad del amor aparece también en esto: los padres lo saben desde siempre, los ancianos lo aprenden pronto. A pesar de eso, la revelación abre un camino para una restitución diferente del amor: es el camino de honrar a quien nos ha precedido. El camino de honrar a las personas que nos han precedido empieza aquí: honrar a los ancianos.

Este amor especial que se abre el camino en la forma del honor  -es decir, ternura y respeto al mismo tiempo- destinado a la edad anciana está sellado por el mandamiento de Dios. “Honrar al padre y a la madre»” es un compromiso solemne, el primero de la “segunda tabla” de los diez mandamientos. No se trata solamente del propio padre y de la propia madre. Se trata de la generación y de las generaciones que preceden, cuya despedida también puede ser lenta y prolongada, creando un tiempo y un espacio de convivencia de larga duración con las otras edades de la vida. En otras palabras, se trata de la vejez de la vida.

Honor es una buena palabra para enmarcar este ámbito de restitución del amor que concierne a la edad anciana. Es decir, nosotros hemos recibido el amor de los padres, de los abuelos y ahora nosotros les devolvemos este amor a ellos, a los ancianos, a los abuelos. Nosotros hoy hemos descubierto el término “dignidad”, para indicar el valor del respeto y del cuidado de la vida de todos. Dignidad, aquí, equivale sustancialmente al honor: honrar al padre y a la madre, honrar a los ancianos y reconocer la dignidad que tienen.

Pensemos bien en esta bonita declinación del amor que es el honor. El cuidado mismo del enfermo, el apoyo a quien no es autosuficiente, la garantía del sustento, pueden carecer de honor. El honor desaparece cuando el exceso de confianza, en vez de declinarse como delicadeza y afecto, ternura y respeto, se convierte en rudeza y prevaricación.

Cuando la debilidad es reprochada, e incluso castigada, como si fuera una culpa. Cuando el desconcierto y la confusión se convierten en un resquicio para la burla y la agresividad. Puede suceder incluso entre las paredes domésticas, en las residencias, como también en las oficinas o en los espacios abiertos de la ciudad. Fomentar en los jóvenes, también indirectamente, una actitud de suficiencia -e incluso de desprecio- hacia la edad anciana, sus debilidades y su precariedad, produce cosas horribles. Abre el camino a excesos inimaginables.

Este desprecio, que deshonra al anciano, en realidad nos deshonra a todos nosotros. Si yo deshonro al anciano me deshonro a mí mismo.

Me permito aconsejar a los padres: por favor, acercad a los hijos, a los niños, a los hijos jóvenes a los ancianos, acercarles siempre. Y cuando el anciano está enfermo, un poco fuera de sí, acercarles siempre: que sepan que esta es nuestra carne, que esto es lo que ha hecho que nosotros estemos aquí ahora.

Por favor, no alejar a los ancianos. Y si no hay otra posibilidad que enviarlos a una residencia, por favor, id a visitarlos y llevad a los niños a verlos: son el honor de nuestra civilización, los ancianos que han abierto las puertas.

Este es el primer gran mandamiento, y el único que indica el premio: “Honra al padre y a la madre y tendrás vida larga en la tierra”.

Este mandamiento de honrar a los ancianos nos da una bendición, que se manifiesta de esta manera: “Tendrás larga vida”. Por favor, custodiad a los ancianos. Y si pierden la cabeza, custodiadlos también porque son la presencia de la historia, la presencia de mi familia, y gracias a ellos yo estoy aquí, lo podemos decir todos: gracias a ti, abuelo y abuela, yo estoy vivo. Por favor, no los dejéis solos.

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