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Sagradas Escrituras: Los verdaderos responsables

By Pbro. Mario Montes M. Octubre 15, 2021

En los días de la Pasión, hemos visto desfilar a muchos hombres y mujeres, discípulos y apóstoles, amigos fieles y enemigos, traidores, verdugos y jueces, pueblo judío y dirigentes religiosos y políticos que tuvieron que ver con el juicio y muerte de Jesús, en aquella célebre y primera Semana Santa. Pero podríamos seguir preguntándonos: en última instancia ¿Quiénes fueron los responsables de su injusta y cruel muerte? 

Los Evangelios hacen responsables principalmente a los dirigentes religiosos de Israel, con lo que Jesús tuvo diferencias y enfrentamientos, especialmente los ancianos, sumos sacerdotes y escribas. Ya desde los comienzos de su ministerio, los fariseos y herodianos planeaban acabar con él. Los maestros y escribas criticaban su manera de entender, practicar y entender la ley, el sábado y las diversas prescripciones legales del judaísmo (Mc 2,13-3,6.22-30; 7,1-15). Y así muchas otras cosas, que a estos jefes religiosos los tenían muy molestos.

Varias veces, Jesús anunció a sus discípulos la suerte que le esperaba a manos de ellos en Jerusalén, los sumos sacerdotes y ancianos del sanedrín (Mt 16,21; 17,22-23; 20,17-19), que planearon su muerte (Mt 26,3-4; Mc 14,1-2; Lc 22,1-2; Jn 11,45-53). El Papa San Juan Pablo II nos ofrecía una catequesis sobre ello, al analizar la muerte de Cristo, como acontecimiento histórico, preguntándose al respecto: “¿Cómo se llegó a la muerte de Jesús de Nazareth?”.  Transcribimos algunas de sus afirmaciones:

“… Aquí consideramos el desarrollo humano de los acontecimientos. En aquella reunión del sanedrín, se tomó la decisión de matar a Jesús de Nazaret. Se aprovechó su presencia en Jerusalén durante las fiestas pascuales. Judas, uno de los Doce, entregó a Jesús por treinta monedas de plata, indicando el lugar donde se le podía arrestar. Una vez preso, Jesús fue conducido ante el sanedrín. A la pregunta capital del Sumo Sacerdote: "Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Jesús dio una gran respuesta: "Tú lo has dicho" (Mt 26, 63-64; cf. Mc 14, 62; Lc 22, 70). En esta declaración el sanedrín vio una blasfemia evidente y sentenció que Jesús era "reo de muerte" (Mc 14, 64).

 

  1. El sanedrín no podía, sin embargo, exigir la condena sin el consenso del procurador romano. Pilato está convencido de que Jesús es inocente, y lo hace entender más de una vez. Tras haber opuesto una dudosa resistencia a las presiones del sanedrín, cede por fin por temor al riesgo de desaprobación del César, tanto más cuanto que la multitud, azuzada por los fautores de la eliminación de Jesús, pretende ahora la crucifixión. "¡Crucifige eum!". Y así Jesús es condenado a muerte mediante la crucifixión.

 

  1. Los hombres indicados nominalmente por los Evangelios, al menos en parte, son históricamente los responsables de esta muerte. Lo declara Jesús mismo cuando dice a Pilato durante el proceso: "El que me ha entregado a ti tiene mayor pecado" (Jn 19, 11). Y en otro lugar: "El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero, (¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!" (Mc 14, 21; Mt 26, 24; Lc 22, 22). Jesús alude a las diversas personas que, de distintos modos, serán los artífices de su muerte: a Judas, a los representantes del sanedrín, a Pilato, a los demás... También Simón Pedro, en el discurso que tuvo después de Pentecostés imputará a los jefes del sanedrín la muerte de Jesús: "Vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos" (Act 2, 23).

 

  1. Sin embargo no se puede extender esta imputación, más allá del círculo de personas verdaderamente responsables. En un documento del Concilio Vaticano II leemos: "Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni (mucho menos) a los judíos de hoy" (Declaración Nostra aetate, 4).

Luego si se trata de valorar la responsabilidad de las conciencias no se pueden olvidar las palabras de Cristo en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34). El eco de aquellas palabras lo encontramos en otro discurso pronunciado por Pedro después de Pentecostés: "Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes" (Act 3, 17). ¡Qué sentido de discreción ante el misterio de la conciencia humana, incluso en el caso del delito más grande cometido en la historia, la muerte de Cristo!

 

  1. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de Pedro, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres, que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también nosotros veremos las cosas a la luz del designio eterno de Dios, que pedía la ofrenda propia de su Hijo predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido, mediante el pecado, a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación. También en este sentido se pueden entender las palabras de Jesús: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán y al tercer día resucitará" (Mt 17, 22).

 

  1. La cruz de Cristo es, pues, para todos, una llamada real al hecho expresado por el Apóstol Juan con las palabras: "la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: 'no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 7-8). La Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada misericordiosa y, al mismo tiempo, severa, a reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad…” (Juan Pablo II, miércoles 28 de setiembre de 1988).

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