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Sagradas Escrituras: Ananías y Safira

By Pbro. Mario Montes M. Enero 11, 2022

Un hombre llamado Ananías, junto con su mujer, Safira, vendió una propiedad, y de acuerdo con ella, se guardó parte del dinero y puso el resto a disposición de los Apóstoles. Pedro le dijo: “Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás se apoderara de ti, hasta el punto de engañar al Espíritu Santo, guardándote una parte del dinero del campo? ¿Acaso no eras dueño de quedarte con él? Y después de venderlo, ¿no podías guardarte el dinero? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? No mentiste a los hombres sino a Dios”.

Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido. Vinieron unos jóvenes, envolvieron su cuerpo y lo llevaron a enterrar. Unas tres horas más tarde, llegó su mujer, completamente ajena a lo ocurrido. Pedro le preguntó: “¿Es verdad que han vendido el campo en tal suma?”. Ella respondió: «Sí, en esa suma”.

Pedro le dijo: “¿Por qué se han puesto de acuerdo para tentar así al Espíritu del Señor? Mira junto a la puerta las pisadas de los que acaban de enterrar a tu marido; ellos también te van a llevar a ti”. En ese mismo momento, ella cayó muerta a sus pies; los jóvenes, al entrar, la encontraron muerta, la llevaron y la enterraron junto a su marido. Un gran temor se apoderó entonces de toda la Iglesia y de todos los que oyeron contar estas cosas… (Hech 5,1-11)

 

Un matrimonio mezquino

 

¡Una buena nueva que empieza con dos cadáveres! Resulta extraña la historia de Ananías y Safira. De momento, bastará con ver el papel que este episodio desempeña en el conjunto. El pecado de Ananías y Safira se presenta como el primer pecado en la nueva comunidad. En cuanto tal, nos plantea el problema de la persistencia del mal en la iglesia: esta comunidad de la nueva alianza no se ve todavía libre del pecado. Por consiguiente, a través de este acto vemos que sigue siendo real la lucha entre Satanás y el Espíritu (los dos verdaderos actores de este drama), y que este pecado de Ananías y de Safira se convierte en el símbolo de todo pecado, algo así como el pecado original de esta nueva creación.

Por otra parte, puede ser que Lucas haga en este lugar eco a una reflexión judeo- cristiana, vaciada en el molde de los llamados “relatos de exterminio” (ver Jos 7; 1 Sam 15). En efecto, caracteriza a este pecado con una palabra extraña (“te has quedado”: versículos 2-3) que sólo se encuentra una vez en el Nuevo Testamento y dos en el Antiguo, concretamente en Jos 7,1: se trata de la primera falta del pueblo después de la muerte de Moisés. Una vez llegado a la tierra prometida, Acán “se queda” con una parte del botín consagrado a Dios; introduce de esta forma una semilla de muerte en el pueblo de Dios. Este no podrá encontrar de nuevo la vida más que por la excomunión (y el exterminio) del culpable.

En ambos casos, el primer pecado después de la muerte del fundador, Moisés o Jesús, plantea una cuestión grave, pone en causa a la iglesia (una palabra que, utilizada 23 veces en los Hechos, aparece aquí por primera vez). Detrás de este relato, testigo de la práctica de la excomunión en la comunidad primitiva, aparece por tanto el verdadero problema: el de una Iglesia sujeta siempre a los ataques de Satanás, siempre capaz de caer en el pecado, que no puede vivir más más que suprimiendo el pecado en medio de ella. ¿Cuál fue, históricamente, el pecado de Ananías? Sin duda es imposible saberlo; pero una reflexión teológica como ésta, en el judaísmo, parte siempre de una realidad, de un acontecimiento. Y este acontecimiento es esencialmente el pecado en la iglesia, suprimiendo el pecado en medio de ella.

(Tomado del artículo llamado “El pecado original” de la Iglesia. Hechos de los Apóstoles, Equipo Cahiers, Cuaderno Bíblico 21; página 34)

 

Enseñanzas

 

En Hech 5,4 se supone, a propósito de Ananías y Safira, que unos cristianos vendían sus bienes y otros no, o que entregaban sólo en parte el producto de sus ventas para uso y disfrute de la comunidad. Lo esencial realmente es la comunión práctica, la unión personal a que debe aspirar toda comunidad cristiana. Esto es lo que San Lucas quiso subrayar en estas líneas. Es interesante que hable de la dimensión económica y material de esta comunión, en un libro cuyo principal protagonista, como ya hemos visto, es el Espíritu Santo. No sólo no está reñida una cosa con otra, sino que se necesitan mutuamente.

A la vista de esta situación podemos sacar dos conclusiones: la primera, la de no idealizar de tal manera aquellos primeros tiempos de la Iglesia, que nos creamos, al compararnos con ellas, unas comunidades cristianas de segundo orden; no debemos pensar que desde aquellos comienzos, que se alcanzaron alturas sublimes de comportamiento de cristianismo y que, por el contrario, hemos ido decayendo hasta el momento actual. La segunda, convencernos y esforzarnos para que las comunidades cristianas lleguen a una comunicación de bienes, según las formas sociales y económicas adecuadas en cada situación histórica y en cada época.

Dos ejemplos confirman estas ideas. El caso de Bernabé (Hech 4,36), cristiano de origen judeo-helenista y que da pie a la generalización indicada, por una parte, y el caso de Ananías y Safira, por otra.  El mensaje teológico está claro. No es tanto un reproche a la actitud de no compartir todos los bienes, lo cual era lícito y no estaba tan mal visto, como lo podemos deducir de la complicada expresión de Hech 5,4, en boca de Pedro: “¿Acaso no eras dueño de quedarte con él? Y después de venderlo, ¿no podías guardarte el dinero?”. Esto demuestra que se podía vender o no; y que, incluso una vez vendido, uno podía quedarse con la cantidad que quisiera.

Lo realmente malo en la conducta de este funesto matrimonio, es pretender engañar a la comunidad y aparentar ser mejor de lo que se es. Además de la soberbia o presunción que lleva consigo esta actitud, hay en ella un principio que daña seriamente la unidad y confianza de la comunidad cristiana. Por eso aparece un castigo tan radical. Su gesto hipócrita atenta contra las bases del amor mutuo al no proceder con corazón honrado y con sincera humildad.

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