Las mujeres llegan a la tumba y observan con detenimiento que está vacía… Al respecto, Mónica asevera que “para poder servir y antes de servir, debemos conocer y ser observadores de las necesidades de los demás, tener cierta intuición, hay que observar para poder estar atentos. Y las mujeres de la pascua, como las de hoy, lo observaron todo: desde dónde ponían el cadáver del Señor (Lc 23,55), hasta descubrir su tumba vacía. Una mujer pascual, sabe encarnarse y sabe cristificarse, asume a Cristo, muerto y resucitado en su vida. Sabe morir con Cristo y resucitar con Él. Eso hicieron las amigas galileas del Señor: asumieron el morir y resucitar de su Maestro”.
Al descubrir que el sepulcro está vacío, ellas quedan desconcertadas. Mónica afirma que aquellas mujeres como nosotros, “son de carne y hueso, sensibles y se sienten desorientadas ante la evidencia: no encontraron el cuerpo del Señor Jesús… Y como María Magdalena, sienten de momento que ha perdido el vínculo que las unía a Jesús (Jn 20, 11). Ellas necesitaban tocarlo ungirlo, sentirlo, aunque fuera muerto… Las mujeres somos “toconas”, sabemos abrazar (ver Jn 20,17), y hasta como madres, amamantar a los propios hijos. Eso lo estaban viviendo en su afán de buscar al Señor, poco importa que encontraran su cadáver…
Pasan por el susto, el desconcierto y la oscuridad, pero al amanecer, valientemente van a la tumba, puesto que, como mujeres, son tercas, decididas y firmes, sin dudar. Y su fe, además de pasar por la vista y el oído, se hace posible por las palabras de Jesús consignadas por los ángeles (“recuerden”). Rasgos esenciales de una mujer pascual es aprender a escuchar, discernir la voz que escucha, iluminada por la luz de la Pascua, para saber a quién debe escuchar”.
“Recordar” (v.8), “hacer memoria de los aprendizajes significativos”, nos enseña el texto; así lo dice Mónica; “donde yo como mujer veo la presencia misericordiosa de Dios y la alegría de la Pascua”. “Regresaron del sepulcro”: “palabra y gesto”, regresan para hablar, anunciar en gesto misionero. Esto es lo esencial de las mujeres pascuales de hoy día, enseña Mónica, “para conocer, amar y servir, gestos vinculados al movimiento misionero de ayer y de hoy…”
“Regresaron para contar”, comenta Mónica. “Tienen una habilidad comunicativa, en palabra y gesto. Los medios habidos y por haber, lo hacen de mil formas, en contraste con aquellos varones incrédulos, incluyendo a Pedro (v.v.10-12). Tensión entre la razón y la fe… Hay que salirse de la propia comodidad y estar en tensión entre la razón y la fe. Ellas nos enseñan que la fe hay que saberla comunicar con fundamento, ante un ambiente incrédulo, pero como ellas, hay que hacerlo con valentía, pero las hace valientes”.
Toda mujer pascual “debe morir para resucitar y ascender con Cristo resucitado”, afirma Mónica. “Hay que hacer un proceso de interiorización (debilidades, limitaciones), para dejar aquello que me lleva a la muerte y potenciar lo que soy, el don de Dios para darlo, comunicarlo y no quedárselo. Las mujeres de Galilea así lo hacen. Esto es lo que aquellas discípulas nos enseñan en este Tiempo Pascual”, concluye Mónica.
“Entraron en el sepulcro” (Lc 24,3). Nos viene bien detenernos a reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí en nuestra comunidad: para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor. No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. Esto no es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, mucho más. Como las mujeres que recibieron el anuncio de la resurrección, vayamos a proclamar con la alegría de una vida cristiana auténtica, que Cristo no está muerto, ha resucitado y vive con nosotros. Así lo debemos hacer en este Domingo de la Divina Misericordia.