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Sagradas Escrituras: Querubines y serafines

By Pbro. Mario Montes M. Febrero 03, 2023

Muchas veces hemos oído hablar de los querubines y serafines, en especial, en la celebración litúrgica al tratar de los ángeles. Pero ¿quiénes son? En primer lugar, los querubines (kerūvîm), no son esos lindos angelitos, que vemos en ciertas imágenes de la Santísima Trinidad o de la Virgen María, a modo de niñitos con alitas al cuello o cuyos cuerpecitos  desnudos se ocultan en las nubes o pintados en los cromos, que antes tenían las niñas para jugar o pegar en sus cuadernos…. La primera referencia a ellos la tenemos en el relato del paraíso: Y después de expulsar al hombre, Yahvé puso al oriente del jardín de Edén a los querubines y la llama de la espada zigzagueante, para custodiar el acceso al árbol de la vida (Gén 3,24). Aparecen como guardianes del Edén, para impedir el acceso al paraíso.

Luego,  estos seres son mencionados en relación con el tabernáculo o Morada de Dios en el desierto, especialmente con la conocida arca de la alianza, descrita con detalle en Éx 25,10-22. El arca era un bello cofre tenido como símbolo religioso nacional de Israel, que contenía las tablas de la ley.  A cada uno de sus lados se le colocaba un querubín, con sus alas desplegadas uno frente al otro, sobre la tapadera de la misma, una especie de cubierta, llamada en otros textos “propiciatorio”. Ambos eran como dos genios alados de inspiración egipcia, mitad hombre y mitad animal que, de alguna forma, eran los guardianes y protectores del arca. De allí que los textos bíblicos hablan de Yahvé escoltado por querubines o que el Señor “se sienta sobre los querubines” (ver Éx 25,18.20-22; 37,8-10; Núm 7, 89; 1 Sam 4,4;  2 Sam 6,2; 2 Rey 19,15; Is 37,16; Sal 80,2, 99,1).

Y ni qué decir del majestuoso templo de Jerusalén construido por Salomón, donde estos seres misteriosos lucían a sus anchas. Por las descripciones bíblicas, el lugar sagrado parece haber estado abarrotado de representaciones y esculturas, comenzando por su cámara interior más sagrada, llamada el “Santo de los Santos”, donde dos inmensos querubines esculpidos en madera finísima, se levantaban junto al arca de la alianza (1 Rey 6,23). El interior estaba totalmente decorado con imágenes de querubines, además de palmeras y otros adornos vegetales (1 Rey 6,29). Los recipientes para las limpiezas litúrgicas, estaban revestidos con imágenes de leones, bueyes y querubines (1 Rey 7,29). Todo con el consentimiento del propio Dios que aparece “volando sobre los querubines” (Sal 18,11; 2 Sam 22,11; Is 19,1; Sal 104,3).

Los volvemos a encontrar en la visión que tuvo el profeta Ezequiel, descrita con imágenes apocalípticas (Ez 1,4-28). Son cuatro seres misteriosos con alas y son descritos con los elementos de los llamados “karibi” de Mesopotamia: rostro de hombre y cuerpo de toro y de león, con alas de águila y constituyen como un carro o vehículo sobre el que se sienta Yahvé, rodeado de su majestad fulgurante, adornado por el arco iris y en forma de bronce ardiendo (ver Ez 1,4-12). Su aspecto y funciones recuerdan a aquellos seres de los templos de Babilonia, en los que sus dioses cabalgan sobre dragones con cabeza humana o sobre leones o toros alados. De manera que los querubines del Antiguo Testamento son espíritus al servicio de Dios, cuya esencia espiritual se insinúa a pesar de sus variadas formas simbólicas. Por eso, la tradición cristiana los considera como una clase de ángeles.

 

Los serafines

 

De ellos solo aparecen únicamente en la teofanía de Is 6,2-6, cuando el profeta Isaías experimentó la presencia fulgurante de Dios en el templo de Jerusalén, en la que Dios aparece de forma solemne y grandiosa: Unos serafines estaban de pie por encima de él. Cada uno tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro, y con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y uno gritaba hacia el otro: “¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria”. Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo (Is 6,2-3).

La palabra “serafim” significa “ardiente”. Y aquí son descritos como seres celestiales, delante del Señor con seis alas: con dos se cubren la cara para no mirar a Dios, con las otras dos se cubren el cuerpo, en especial, el sexo o su desnudez y con las dos siguientes vuelan cantando el Trisagio (v.3). El profeta se siente espantado e indigno ante la presencia del Señor y teme por su vida. Por eso, él mismo cuenta que uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano un carbón encendido, que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Tocó con él mi boca, y dijo: “Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado” (Is 6,6-7), indicando con ello que queda purificado e investido para su función profética.

También en Is 14,29 y 30,6 aparece una serpiente alada, como una especie de dragón, llamada “saraf”. En el episodio de la serpiente de bronce de Núm 21,6-9 se les llama a estas serpientes “serafim”, es decir, “abrasadoras” pues su mordedura producía fiebre y calentura (“serafim” viene de la raíz hebrea “saraf”,  que significa “quemar”). Por eso, a la serpiente puesta por Moisés en un asta, se le llama “saraf”. En algunas traducciones se le ordena a Moisés fabricar una “serpiente abrasadora” o “un abrasador” (Núm 21,8).

Desde luego que estos seres de fuego del templo de Jerusalén y que rodean el trono de Dios, alabándolo día y noche, no tienen forma de serpientes. Su función, como vemos, es alabar a Yahvé. En el canto del Trisagio expresan la santidad plena (tres veces Santo), de Dios y su dimensión trascendente y fascinante a la vez, cuya gloria colma el templo y el mundo entero. Al parecer, cuidan y guardan el templo al no permitir intrusos profanos (de allí el gesto de purificar con fuego los labios de Isaías). Son seres ígneos y purificadores. En algunos libros apócrifos, como el Libro de Enoc, los serafines son mencionados con los kerubim (querubines) y otros seres de naturaleza angélica (Libro de Enoc 61,10; 716). La Iglesia se une a ellos desde su liturgia terrena: “Por él (Cristo) celebran tu majestad los ángeles, te adoran las dominaciones, se estremecen las potestades. Te celebran, unidos en la alegría, los cielos, las virtudes celestiales y los bienaventurados serafines…” (Del Prefacio IV de Cuaresma). En especial al celebrar el nacimiento de Cristo, a quien anunciaron  los ángeles a los pastores betlemitas (Lc 2,8-14).

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