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Sagradas Escrituras: Los demonios

By Pbro. Mario Montes M. Marzo 13, 2023

Vamos a presentar a los demonios que, aún con la carga negativa que tienen, no podemos dejarlos de lado, ya que en la Sagrada Escritura son mencionados, aunque muy pocas veces, pues a los autores sagrados no les interesa demasiado (tal vez no como a nosotros), demostrar su existencia, sino afirmar la soberanía y unicidad de Dios, el monoteísmo que, bien sabemos, es la afirmación fundamental de la Palabra de Dios y de la fe de la Iglesia (“Creo en un solo Dios”), sin admitir a otros dioses.

No vamos a encontrar, entonces, un “tratado” sobre estos seres que consideramos malignos, como en épocas anteriores, entre nosotros los costarricenses, se nos hablaba, siendo niños, de la existencia de seres fantasmales, como la Cegua, la Llorona, la Tule Vieja, el Dueño de monte, el Cadejos, el Mico Malo y otros más, que pertenecían al folclor legendario del pueblo, incluso más allá de nuestras fronteras. Pero ya casi no se habla de ellos ni tampoco asustan a nadie. Esto mismo podemos hablar de los demonios.

 

En el Antiguo Testamento

 

Como ya hemos afirmado, en el Antiguo Testamento se habla muy poco de los demonios: apenas alguna referencia a las supersticiones populares y a las prácticas mágicas, severamente prohibidas y declaradas ineficaces en comparación con el poder de Dios. Desde este presupuesto, transcribimos un artículo de José Ramón Busto Saiz, sobre el tema de los ángeles y demonios en el Antiguo Testamento, en una página de Mercaba, al presentarlos de forma general:

“La palabra griega daimon o daimónion de donde deriva nuestro término ‘demonio’ significa originariamente una potencia sobrehumana que, en principio, puede ser positiva o negativa. Para la religiosidad popular griega significa ‘un mal espíritu’, es decir, el alma de un hombre muerto que, por haberlo sido violentamente o no estar enterrado, puede hacer daño a los vivos, o bien otros tipos de fantasmas que producen a los hombres ciertos daños que no pueden atribuirse a causas naturales.

El término daimónion aparece en el Antiguo Testamento griego 19 veces. Los pasajes en que sale pueden clasificarse en cuatro grupos. El grupo más numeroso (9 veces) es el que corresponde al libro de Tobit. Se trata del demonio Asmodeo (del persa Aesma daeva = ‘el espíritu de la cólera’) que se ha enamorado de Sara y mata a los siete maridos sucesivos de ésta la noche de bodas, para impedir que se consume la unión, hasta que llega Tobías acompañado del ángel Rafael. El libro de Tobit es una novela o cuento edificante y el demonio Asmodeo es un elemento cuentístico más, que podemos considerar análogo a los genios maléficos de los cuentos maravillosos de todas las literaturas.

En otros seis pasajes, el término daimónion se utiliza en la Biblia griega para designar a los ídolos (Dt 32,17; Sal 96,5; 106,37; Is 65,3; 65,11;  Bar 4,7). En tres casos sirve para designar habitantes casi míticos del desierto: En Is 13,21 y Bar 4,35 se refiere a los s'yrym, que podríamos traducir por ‘los peludos’, una especie de sátiros habitantes del desierto, y en Is 34,14, a otro ser del desierto, quizá el chacal. Por fin, en el Sal 91,6, con el término daimónion, se designa una plaga. Es ‘el demonio meridiano’ famoso en la espiritualidad medieval, pero que originariamente designa a la insolación.

Por lo que toca a nombres propios, además del ya citado Asmodeo, en el Antiguo Testamento aparecen otros dos. En Is 34,14 encontramos a Lilit, que en la mitología mesopotámica, es un genio con cabeza y cuerpo de mujer, pero con alas y extremidades inferiores de pájaro. Lilit está emparentada etimológicamente con toda probabilidad con Iylh (=noche), y en este texto de Isaías, en el Antiguo Testamento, parece indicar el búho o la lechuza, un ave de la noche, habitante de lugares desérticos.

Por último, en Lev 16 encontramos a Azazel. Es un nombre alterado intencionadamente por la tradición masorética, que ocultaría el nombre de un ser angélico ('zz 'I=Fuerte de Dios). La traducción griega y la Vulgata lo interpretaron como ‘caper emisarius’ (=la cabra enviada), de acuerdo con el contexto del capítulo en que aparece, y que habla del macho cabrío que, cargado con los pecados del pueblo, era enviado al desierto.  En todo caso, es una referencia más al desierto como lugar inhabitado, incivilizado y en consecuencia ocupado por las fuerzas hostiles al hombre. Por lo que toca a nuestro tema, podemos decir que los demonios están prácticamente ausentes del Antiguo Testamento. Sólo aparecen, y muy esporádicamente, como elementos poéticos, literarios o míticos” (José Ramón Busto Saiz. Ángeles y Demonios en el Antiguo Testamento).

El libro bíblico en que se manifiesta más abiertamente la creencia popular en los demonios, es el de Tobías, que, en contraste con la acción benéfica desarrollada por el arcángel Rafael, hace resaltar la obra maléfica del demonio llamado Asmodeo, quien aparece como “asesino en serie”, que mata a todos los varones que intentaban unirse en matrimonio con la mujer a la que torturaba, en este caso la pobre y frustrada Sara  (Tob 3,8; 6,14-15). Pero el libro conoce, además, una forma eficaz para exorcizar a cualquier demonio o espíritu malvado, que es quemar el hígado y el corazón de un pez, pues el humo obliga entonces irremediablemente al espíritu a abandonar su presa y a salir huyendo (Tob 6,8.17-18; 8,2-3). Ver lo que escribimos sobre el arcángel San Rafael, el domingo 29 de enero pasado.

Los libros apócrifos (no bíblicos), explicarán con bastantes detalles la presencia de los demonios, aunque no de modo uniforme, hasta convertirlos en rivales absolutos de Dios y de sus ángeles, como también aumentando exageradamente su número. En general se prefiere llamarlos “espíritus malignos”, “impuros” o “engañosos”, unidos todos ellos en torno a un jefe, que para algunos lleva el nombre de Mastema y para otros el de Belial o Beliar.  Habrían tenido su origen en la unión de los ángeles con las famosas “hijas de los hombres” (ver Gén 6,2-4) o de una rebelión de los mismos ángeles contra Dios (ver Is 14,13-14; Ez 28,1).

Según esto, ellos se caracterizan por el orgullo y la lujuria, atormentan a los hombres en el cuerpo y en el espíritu y llegan a hacerles daño. Pero se prevé la decadencia de su poder en los tiempos mesiánicos, cuando serán precipitados en el infierno (ver Mt 25,41).

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