Tanto ayer como hoy, la Iglesia está llamada a evangelizar, invitar a la conversión y liberar de toda esclavitud a quienes anuncie el mensaje de la salvación redentora de Cristo.
El domingo anterior conocimos a Lidia, la primera cristiana de Europa convertida por la palabra de San Pablo, estando en Filipos, Grecia y cómo ella le abrió las puertas de la fe a Cristo y las de su casa a San Pablo y a su compañero Silas. Pues bien, estando en Filipos sucedió lo siguiente:
Un día, mientras nos dirigíamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una muchacha poseída de un espíritu de adivinación, que daba mucha ganancia a sus patrones adivinando la suerte. Ella comenzó a seguirnos, a Pablo y a nosotros, gritando: “Esos hombres son los servidores del Dios Altísimo, que les anuncian a ustedes el camino de la salvación”. Así lo hizo durante varios días, hasta que al fin Pablo se cansó y, dándose vuelta, dijo al espíritu: “Yo te ordeno en nombre de Jesucristo que salgas de esta mujer”, y en ese mismo momento el espíritu salió de ella.
Pero sus patrones, viendo desvanecerse las esperanzas y de lucro, se apoderaron de Pablo y de Silas, los arrastraron hasta la plaza pública ante las autoridades, y llevándolos delante de los magistrados, dijeron: “Esta gente está sembrando la confusión en nuestra ciudad. Son unos judíos que predican ciertas costumbres que nosotros, los romanos, no podemos admitir ni practicar”.
La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran. Después de haberlos golpeado despiadadamente, los metieron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado. Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies con cadenas (Hech 16,16-24).
La adivina o pitonisa
Un día, mientras nos dirigíamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una muchacha poseída de un espíritu de adivinación (literalmente: “espíritu pitónico”). Así nos lo cuenta San Lucas. Pitón era el nombre de una serpiente que, en un principio, había pronunciado los oráculos en Delfos, y que fue muerta por Apolo, quien la sustituyó en su función de vaticinar. De ahí el nombre de Apolo Pitio, dado a este dios; y el de pitonisa, para designar a la sacerdotisa de Delfos, que pronunciaba sus oráculos en nombre de Apolo. A veces, en algunos escritores griegos, se llama “pitón” al ventrílocuo, desde cuyo vientre se creía que hablaba y vaticinaba el espíritu.
Pues bien, el espíritu pitón permitía a la muchacha “tener un discurso inspirado”, lo que daba a sus amos mucho dinero. El espíritu seguía a Pablo y a sus compañeros gritando: “Esos hombres son los servidores del Dios Altísimo, que les anuncian a ustedes el camino de la salvación”. La expresión “Dios altísimo” era usada tanto por los judíos como por los paganos. Pablo se enfrenta al espíritu y, en nombre de Jesucristo, le ordena salir de la muchacha.