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¿Está bien que haya religiosas de claustro?

By Mons. Vittorino Girardi S. Agosto 20, 2021

“Monseñor, le agradezco su generosa ayuda y mucho me sorprende que siga en esta labor, durante ya varios años. Hace años que colaboro en la Catequesis y, entre compañeras, en alguna ocasión, hemos comentado la vida de la Religiosas que viven “encerradas” y que no salen a trabajar en el apostolado. ¡Hay tanto que hacer!, nos repetía una compañera, y nosotras con ella. Monseñor, ¿Cómo considera usted ese estilo de vida? Acá, cerca de Cartago, tenemos uno de esos conventos, pero sabemos que hay otros en Costa Rica. Claro, admiramos a aquellas fervorosas hermanas, pero me pregunto si habría que imitarlas. Una vez más, gracias Monseñor y que Dios nos bendiga”.

 

Yorleny Delgado M. – Cartago

 

Estimada Yorleny, lo que usted me comenta, acabo yo mismo de escucharlo de parte de una laica muy comprometida en la Iglesia. Me decía: “está bien que las hermanas allá enclaustradas recen, pero es mucho más urgente salir y evangelizar”.

En ese momento, consideré conveniente no comentar nada, pero iba recordando lo que leemos en el documento del Concilio Vaticano II (1962-1965), sobre la Vida Consagrada, Perfectae Caritatis. En su número 7, se afirma con fuerza: “por mucho que urja la necesidad del apostolado activo, los Institutos de vida contemplativa, con el ejercicio de la oración asidua, del silencio y de la penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en la Iglesia”.

De su parte, San Juan Pablo II, el Papa Viajero, tan apostólico y tan contemplativo, a los pocos meses de ser elegido como sucesor de Pedro, dijo a los Religiosos: “Un rato de verdadera adoración tiene más eficacia y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se trate de la misma actividad apostólica. Este es el “desafío” más urgente que los religiosos deben oponer a una sociedad donde la eficacia ha venido a ser un ídolo sobre cuyo altar, no pocas veces, se sacrifica hasta la misma dignidad humana” (A los Superiores Mayores, 24-11-1978).

Mi estimada Yorleny, se trata de afirmaciones que son posibles sólo en ese contexto de fe que se alimenta de las mismas palabras de Jesús: “Da mucho fruto aquel que permanece en mí y en el cual permanezco yo, porque sin mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5). Cuanto más un cristiano viva unido a Cristo, casi sarmiento injertado en la vid, y viva por Él, más llega a ser “sal de la tierra y luz del mundo”.

Es lo que confirma el mismo texto del apenas citado documento Perfectae Caritatis: “Los Institutos de vida puramente contemplativa, hacen crecer al pueblo de Dios, la Iglesia, con una misteriosa fecundidad apostólica” (7).

Una conocida confirmación de lo que acabamos de recordar, nos la ha dado la Iglesia, cuando ha proclamado patrona principal de las Misiones, al lado de San Francisco Javier, misionero jesuita español, que murió solo en las lejanas costas de China, a Santa Teresita del Niño Jesús, que muere a los 24 años, después de 9 viviendo “enclaustrada” en el Carmelo de Lisieux, en Francia, su país natal, sin haber estado jamás en territorio de misión.

Concluyo estas breves consideraciones, volviendo al testimonio de una carmelita japonesa. Ella había nacido en una familia no cristiana; se convirtió siendo aún joven y siguió el camino de su hermana, convertida anteriormente y, que había entrado entre las Carmelitas Descalzas. En el Congreso Misionero de Burgos (España), de 2003, dio una amplia relación testimonial de su camino de conversión y de su vocación a la vida contemplativa. Finalizando su conversación comentó: “nosotras no vemos casi nunca los frutos de lo que pedimos en nuestras oraciones. ¡Pero no importa! Porque sabemos que María, madre de la Iglesia, se lo transmite todo a su hijo Jesús, y Él hace todo lo mejor para cada uno y para toda la humanidad. Pero algunas veces, Dios misericordioso, nos da la alegría de ver algunos frutos”… Y ella narró así, la conversión de su madre, quien recibió el Bautismo el día de su primera profesión religiosa (31-5-1983), y la de su padre, unos años después, a sus 80 años.

Concluyó su testimonio, recordando la afirmación de la misma Santa Teresita: “el más pequeño movimiento de amor es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas”.

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