Los primeros cristianos comprendieron el verdadero significado de este mandamiento y, también para evitar toda confusión con la religión judía, escogieron para su descanso, el domingo, (o primer día de la semana) por ser este el día de la Resurrección y de la venida del Espíritu Santo, los que son dos acontecimientos de máxima importancia para nosotros los cristianos.
Al respecto, vale la pena recodar algún texto del Nuevo Testamento en que se nos informa que el cambio del día de descanso y del culto, del sábado al domingo, es de origen apostólico: “El primer día de la semana nos reunimos para partir el Pan, y Pablo estuvo hablando a los creyentes…”(Hch 20,7). “En cuanto a la colecta para lo del pueblo santo, háganla según las instrucciones que ya dí (…) Los domingos, cada uno de ustedes debe aportar algo, según lo que haya ganado y guardarlo para que cuando yo llegue no se tenga que hacer colectas”(1Co 16,1-2)
No tiene pues sentido protestar contra el cambio querido por los Apóstoles, “aferrándose” a la práctica del Antiguo Testamento. Lo que cuenta, lo verdaderamente importante, no es el día séptimo (sabatt), en cuanto que séptimo, sino en cuanto que en él nos dedicamos a la celebración y al descanso, y para nosotros cristianos no hay día de más significado que el día de la Resurrección, que además indica el primer día de la semana, el día “primero de la Creación”.
Recordemos lo que les decía S. Pablo a los primeros cristianos: “que nadie les critique a Ustedes por lo que comen o beben, o por cuestiones tales como días de fiesta, de novilunios o sábados. Todo esto no es más que la sombra de lo que ha de venir, pero la verdadera realidad es Cristo” (Col 2,16-17).