“Monseñor, no le escribo para que me aclare alguna duda… Lo que siento es una profunda angustia, como una sensación de mareo. Es demasiada la información acerca del mal, que parece que lo invade todo. ¿En dónde hoy no hay corrupción, violencia, escándalos? Y lo que más me desanima es cuando me entero de que personas que yo creía honestas , inclusive por estar dentro de la Iglesia y sirviendo, de hecho no son nada de lo que aparentaban. Si no tiene tiempo para contestarme, me conformo con que me preste la ayuda de su oración, para que no me hunda más en esta profunda tristeza, que inclusive me da una sensación de desgano cuando debo orar”.
Mélida Valverde Barahona - Alajuela
Estimada Mélida, es verdad, se nos está sometiendo a una avalancha de malas noticias. Uno no olvida la verdad de aquella afirmación que todo periodista bien conoce: “Si es buena, no es noticia”. Lo que corresponde a poner de relieve, que lo “normal” debería ser el bien, y siendo lo normal, no es objeto de información. Un ejemplo, no es noticia que las mamás atiendan amorosamente a sus hijos pequeños; es noticia, y mala, si una madre abandona y, peor, maltrata a un hijo suyo… Eso ya no es “normal”…
Sin embargo, es tan abundante la información acerca de lo incorrecto y anormal, que a algunos, como a usted, estimada Mélida les desanima y les puede llevar a una profunda tristeza. Por otra parte, a otros, puede, desafortunadamente, favorecer una falsa conciencia a tal punto que lo “anormal” pueda parecer lo “normal”, y así, lo malo podría corresponder simplemente a “lo que hacen todos”.
Al respecto, hace poco, leía unas luminosas afirmaciones del Papa Emérito Benedicto XVI dirigidas a los participantes de la IV Asamblea Eclesial Italiana. El texto es de hace unos años, pero es de una indiscutible actualidad. “Italia, dijo, participa de la cultura que predomina en occidente y que quisiera proponerse como universal y autosuficiente, generando un nuevo estilo de vida. De ahí deriva una nueva oleada de laicismo, por lo que sólo sería racionalmente válido lo que se permite experimentar y calcular, mientras que en la práctica la libertad individual se impone como valor fundamental al que todos los demás deberían someterse. Así Dios queda excluido de la cultura y de la vida pública y la fe en Él resulta más difícil, entre otras razones porque vivimos en un mundo que se presenta casi siempre como obra nuestra en el cual, por decirlo así, Dios no aparece ya directamente, y da la impresión de que ya es superfluo, más aún, extraño.
En íntima relación con todo esto, tiene lugar una radical reducción del hombre considerado un simple producto de la naturaleza, como tal no realmente libre y, entonces, como algo al que de por sí se puede tratar como a cualquier otro animal. Así se produce un auténtico vuelco del punto de partida de esta cultura (cristiana) que era una reivindicación de la centralidad del ser humano y de su libertad. En la misma línea, la moral se sitúa dentro de los confines del relativismo y del utilitarismo, excluyendo cualquier principio moral que sea válido y vinculante por sí mismo”.
Las afirmaciones del Papa Benedicto nos pueden resultar un poco “técnicas” y para “entendidos”, pero en su sentido fundamental, resultan muy claras: si prescindimos de Dios en la vida personal y en la pública, llegando a “vivir como si Dios no existiera” ya no se da una “frontera” clara y definida entre el bien y el mal. Se va perdiendo el sentido de lo auténtico y de lo verdadero, de modo que la sociedad va perdiendo el rumbo, con el inmediato peligro -y eso es lo más grave- de considerar bien al mal y al mal bien.
Lo sé, estimada Mélida, por lo que cada día vamos sabiendo hay de qué desanimarse. Sin embargo, en este “desierto” hay no pocos oasis de esperanza que nos dicen que el ser humano sigue siendo capaz de bien, inclusive de heroísmo, cuando se abre incondicionalmente a la voz de Dios que nos llama a salir de las tinieblas del error y del engaño, para entrar en la luz del bien y de lo verdaderamente humano. Aflora aquí la conocida afirmación: “Un árbol que cae hace más ruido que miles que crecen en silencio”. Además, por la fe, sabemos que nos viene en ayuda Jesús, Señor de la vida y de la historia, que nos grita, caminando seguro sobre las aguas y como aquella noche, a los apóstoles: “¡Ánimo! Soy yo, no tengan miedo” (Mt 14, 22). A las palabras de ánimo de Jesús les hace eco nuestro Papa Francisco, que empezó hace nueve años su servicio Petrino y nos animaba y exhortaba:
“¡Que nada ni nadie les robe su alegría! ¡Que nada ni nadie nos robe la esperanza!”
Adelante, pues, estimada Mélida, haciendo nuestra la exclamación del salmista: “Contigo a mi derecha, no vacilaré” (Sal 15).
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