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¿Por qué debemos decir nuestros pecados a un hombre?

By Mons. Vittorino Girardi S. Febrero 03, 2023

“Monseñor: en mi trabajo me encuentro con todo tipo de persona y, repitiéndose los encuentros, nace la confianza y se van intercambiando ideas y opiniones… Me sorprende que no sólo unos evangélicos me criticaran la confesión de los pecados a un sacerdote, sino, que también unos católicos sostengan lo mismo. Afirman que lo más importante es reconocer nuestros pecados y pedir perdón directamente a Dios. Además, insisten en lanzarme esta pregunta: ¿por qué debemos decir nuestros pecados a un hombre, pecador como nosotros y, quizás, más que nosotros? Con sinceridad, Monseñor, esas afirmaciones y preguntas me inquietan y no sé responder con la necesaria seguridad y claridad. Le agradezco la luz y la ayuda que quiera darme”.

María José Calderón A. - Alajuela.

 

Estimada María José, yo mismo, y no una sola vez, he escuchado esa o semejante pregunta. ¿Por qué no basta con pedir perdón directamente a Dios?

Una primera observación, que se refiere a los sacerdotes, justamente considerados pobres pecadores como todos… Un juez no absuelve a una persona acusada de algún delito, porque ese juez sea justo, sin ninguna culpa, sino porque, después de una adecuada preparación en derecho, ha recibido del Estado, la autoridad para llevar a cabo el juicio necesario.

El sacerdote no da la absolución, (que es el perdón de Dios), por estar él libre de pecado, sino, porque recibió ese poder de Cristo el Salvador… He aquí otra comparación: No querer ir a confesarse con un sacerdote porque éste es pecador, equivaldría a no querer ir a consultar a un médico porque éste, como todos, puede enfermarse.

Vayamos ahora a la Sagrada Escritura. En el libro de los Proverbios leemos: “El que oculta sus pecados, no prosperará; el que los confiesa y se aparta de ellos, alcanzará el perdón” (28, 13). Y en el Salmo 31, 3-5 encontramos. “Hasta que no confesaba mis pecados, me consumía, gimiendo todo el día”.

En el Nuevo Testamento, es mucha la luz que encontramos al respecto. En el Evangelio de Mateo, leemos que en los tiempos de San Juan Bautista los que acudían a él, cerca del río Jordán, “confesaban sus pecados y Juan los bautizaba” (Mt 3, 6).

Por otra parte, en el Evangelio de San Juan, hay una muy importante información que nos infunde mucho consuelo… En la noche de Pascua, Jesús apareció a sus Apóstoles en el Cenáculo y les dio a ellos y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados. “Reciban el Espíritu Santo -les dijo- a quienes les perdonen los pecados les serán perdonados y a quienes no se los perdonen les serán retenidos” (Jn 20, 22-23).

Es del todo lógico, afirmar que si los sacerdotes recibieron de Jesús el poder (¡y el deber!) de perdonar los pecados, eso implica que ellos deban conocer los pecados a los que puedan, en nombre de Dios, aplicar el perdón. Por eso, deben escucharlos del penitente.

Es de grande importancia constatar que la confesión de los propios pecados se introdujo entre los cristianos, desde el mismo nacer y constituirse de la Iglesia. Lo leemos, por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles: “Muchos de los que habían creído, venían a confesar y a revelar todo lo que habían hecho” (19, 18). Del contexto de esta información sabemos que se trataba de “prácticas mágicas”, y en definitiva, pecaminosas, también por la intención de dañar, con ellas, a los demás.

Un ejemplo más. Todos conocemos la edificante parábola del Hijo pródigo, o mejor, del Padre misericordioso (cfr. Lc 15, 11-32). El hijo, después de haber malgastado todo, piensa entre sí, “volveré a mi padre” y le diré, padre he pecado contra el cielo y ante ti, no merezco ser llamado hijo tuyo”. Cuando llegó a casa, se lo repite a su padre, mientras éste lo abraza y lo besa (cfr Lc 15, 20-24). Eso es lo que acontece cuando confesamos nuestros pecados, es como si se los dijéramos a nuestro Padre Dios, y el sacerdote, en su nombre, nos asegura su misericordia y su perdón. ¡Confesarse para recibir el Sacramento de la Reconciliación, es siempre una fiesta: la del perdón de Dios y de su paz! Para comprenderlo mejor, hay que tener fe y así acercarse con la debida frecuencia al Sacramento de la Penitencia.

Una última observación, estimada María José. Se ha demostrado y consta que más del 95% que frecuentan a psicólogos y a consejeros lo hacen por haber sido víctimas de algún pecado o por haberlo cometido ellos mismos… Y es que nadie logra mantener en secreto durante mucho tiempo las causas del intenso dolor y del remordimiento, como lo afirma el mismo santo Tomás de Aquino. Este hecho hace que, tarde o temprano, toda persona comunique lo que más le ha hecho sufrir o lo que más la conciencia le reproche, y de ahí que lo comunica a una persona de confianza. ¡Cuánta gente “paga” para ser escuchada y, así, desahogarse, pero sin poder recibir el perdón!… Jesús, en su sabiduría y misericordia ha querido hacer de ese “deseo natural” de comunicar el mal realizado o sufrido, “el material” necesario del Sacramento de su perdón. Con otras palabras, al “deseo natural” de comunicar el mal cometido o sufrido, Jesucristo responde, por medio de su ministro, (el sacerdote), con la “gracia sobrenatural” del perdón y, entonces, de la paz. Hay que tenerlo bien presente, sin el perdón necesario no es posible la paz del corazón.

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