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¿Cómo puedo orar más y mejor?

By Mons. Vittorino Girardi S. Noviembre 01, 2024

“Monseñor: En varias ocasiones le he escuchado y con mucha facilidad, he advertido que usted insiste en la importancia de y necesidad de la oración. Hace poco me he jubilado y ahora dispongo de más tiempo y siento el impulso de aumentar mi oración. ¿Me puede dar algunas indicaciones y sugerencias prácticas que me ayuden en mi decisión? Le aseguro mi oración por sus intenciones”.

Juan Artavia G. – San José

 Estimado don Juan: ante todo mi cordial enhorabuena por su propósito. Apenas he leído su correo, me volvieron a la memoria dos afirmaciones de Santa Teresa de Ávila y de San Juan de la Cruz, respectivamente: “A mí todo bien me vino de la oración”, y “el que deja la oración, deja todo bien”.

La historia de la Iglesia confirma toda la verdad de esas afirmaciones. Los que han ido marcando la verdadera vida e historia de la Iglesia han sido los orantes: clérigos, monjes, consagrados y consagradas, laicos, desde Santa Mónica al adolescente Carlos Acutis; del joven San Josecito Sánchez del Río, mártir de la Cristiada, a la joven Beata Clara Luz Badano…

Hay múltiples modos de describir el “misterio” de la oración. Personalmente prefiero verla como “la experiencia de una Presencia amorosa”, es decir, ella consiste en advertir, experimentar, que no estamos solos y que podemos expresarle, de corazón a corazón, toda nuestra intimidad, todo lo nuestro, a Jesús que nos quiere sus amigos (cfr. Jn 15, 14), a María Santísima, Madre Nuestra, a los Ángeles custodios, a los Santos de nuestra devoción y modelos nuestros… Orar, es a la vez un arte que vamos aprendiendo, poco a poco y dedicándonos a ella, con perseverante paciencia, particularmente cuando se trata de la oración silenciosa, en que a lo mejor, no pedimos nada, pero en que advertimos y gozamos de la presencia del Señor, a quien le concedemos toda nuestra atención y todo nuestro amor.

En cualquier caso, recordado don Juan, nos son muy útiles los cinco consejos que en su momento nos daba San Juan Pablo II, exhortándonos a perseverar en la oración y a acrecentar su calidad:

  • Hay que poner en primer lugar en nuestro programa de vida, la oración, entendida como diálogo íntimo con Aquel que nos llama a ser sus discípulos. Ser personas de actividad generosa, pero al mismo tiempo de profunda contemplación del misterio de Dios. Y hagamos de la Eucaristía, el corazón de nuestro día.
  • Si realmente queremos seguir a Cristo, si queremos que nuestro amor por Él crezca y perdure, debemos ser asiduos y fieles en la oración. Ella es la clave de la vitalidad de nuestra unión con Cristo. Sin oración, nuestra fe y nuestro amor morirán. Si somos constantes en la oración diaria, nuestro amor por Jesús crecerá. Y nuestro corazón conocerá “la alegría y la paz profundas que el mundo nunca podrá darnos”.
  • Imitemos a Jesús. ¿Cómo oró Jesús? En primer lugar, sabemos que su oración se caracterizaba por su espíritu de alegría y constante alabanza, de abandono a la santa voluntad de Dios Padre.
  • Usemos la Sagrada Escritura: cuando es difícil orar, lo más importante, es ser fieles, sin dejar de intentar orar, sin rendirse ante el esfuerzo. En estos casos conviene recurrir a la Sagrada Escritura, y a la liturgia de la Iglesia. Por ejemplo, intentemos meditar sobre las enseñanzas de Jesús, como las encontramos en los santos Evangelios. Podemos también reflexionar sobre los escritos de los Apóstoles, Pablo, Juan, Pedro, Santiago y Judas. También es útil que volvamos a los textos de los profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, etc. ¡Sus mensajes no dejan de ser actuales! Intentemos, además, hacer nuestras las hermosas oraciones de los Salmos, leyéndolos despacio, asimilando su contenido, saboreándolos…
  • La oración nos ofrece la oportunidad de preguntarle a Dios cuál es su voluntad, su proyecto, acerca de cada uno de nosotros. Sin embargo, sin olvidar que la oración es también el momento para agradecer y para escuchar. Orar no es sólo pedir, aunque las oraciones de súplica son formas auténticas de orar. Sin embargo, no hay que olvidar que la oración auténtica se caracteriza particularmente por la acción de gracias, por la alabanza, por la adoración, por la escucha atenta de Dios y de sus inspiraciones. Que nunca nos falte, además, el pedir humildemente perdón. Admirando más su misericordia que preocupándonos por merecidos castigos.

Sigamos pues, el consejo de Jesús a sus Apóstoles: hay que orar con perseverancia, con total confianza y actitud de abandono filial … Y de ese modo iremos aprendiendo más y más, cómo orar (cfr. Lc 11, 1-13).

Para concluir esta breve serie de sugerencias, estimado don Juan, volvamos a repetirle a Jesús, otra vez más (y no es la última), ¡Señor, enséñanos a orar!

Si no vivimos en una constante y creciente atmósfera de oración y de experiencia de la presencia de Jesús amigo en nuestras vidas, nos sucederá lo que le acontece al pez sacado del agua, será la asfixia de nuestra vida cristiana.

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