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Miércoles, 15 Mayo 2024
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MENSAJE
DE SU SANTIDAD
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
57 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2024

Inteligencia artificial y paz

Al iniciar el año nuevo, tiempo de gracia que el Señor nos da a cada uno de nosotros, quisiera dirigirme al Pueblo de Dios, a las naciones, a los Jefes de Estado y de Gobierno, a los Representantes de las distintas religiones y de la sociedad civil, y a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo para expresarles mis mejores deseos de paz.

  1. El progreso de la ciencia y de la tecnología como camino hacia la paz

La Sagrada Escritura atestigua que Dios ha dado a los hombres su Espíritu para que tengan «habilidad, talento y experiencia en la ejecución de toda clase de trabajos» (Ex 35,31). La inteligencia es expresión de la dignidad que nos ha dado el Creador al hacernos a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26) y nos ha hecho capaces de responder a su amor a través de la libertad y del conocimiento. La ciencia y la tecnología manifiestan de modo particular esta cualidad fundamentalmente relacional de la inteligencia humana, ambas son producto extraordinario de su potencial creativo.

En la Constitución pastoral Gaudium et spes, el Concilio Vaticano II ha insistido en esta verdad, declarando que «siempre se ha esforzado el hombre con su trabajo y con su ingenio en perfeccionar su vida». [1] Cuando los seres humanos, «con ayuda de los recursos técnicos», se esfuerzan para que la tierra «llegue a ser morada digna de toda la familia humana», [2] actúan según el designio de Dios y cooperan con su voluntad de llevar a cumplimiento la creación y difundir la paz entre los pueblos. Asimismo, el progreso de la ciencia y de la técnica, en la medida en que contribuye a un mejor orden de la sociedad humana y a acrecentar la libertad y la comunión fraterna, lleva al perfeccionamiento del hombre y a la transformación del mundo.

Nos alegramos justamente y agradecemos las extraordinarias conquistas de la ciencia y de la tecnología, gracias a las cuales se ha podido poner remedio a innumerables males que afectaban a la vida humana y causaban grandes sufrimientos. Al mismo tiempo, los progresos técnico-científicos, haciendo posible el ejercicio de un control sobre la realidad, nunca visto hasta ahora, están poniendo en las manos del hombre una vasta gama de posibilidades, algunas de las cuales representan un riesgo para la supervivencia humana y un peligro para la casa común. [3]

El Padre Víctor Hugo Munguía parafrasea la canción “Cuando Salí de Cuba” de Luis Aguilé y canta: “Nunca podré morirme, mi corazón no lo tengo aquí, allí me está esperando, me está aguardando que vuelva (…) cuando salí del Seminario dejé mi corazón enterrado”.

“Ser sacerdote es bonito”, es una de sus consignas. Como presbítero ha tenido experiencias de todo tipo: bellas, tristes, profundamente espirituales, y hasta se ha “jalado tortas”, como aquella vez cuando le preguntó a una señora cómo seguía la mamá, a lo que ella contestó: “¡Pero Padre si usted le hizo el funeral!”.

Bruce Callow es un tico-canadiense radicado en nuestro país desde hace 30 años. Nació en Edmonton, pero creció principalmente en Calgary. Su provincia natal, Alberta, tiene una de las poblaciones de inmigrantes ucranianos más grandes del mundo, por lo que de alguna forma, cuando era niño, absorbió algo de esa cultura gracias a actividades culturales a las que le llevaban sus padres.

La comunidad de Santa Ana ha sido su hogar durante la mayor parte de las últimas tres décadas. Aquí trabajó como profesor de inglés, música y hockey y durante nueve años sirvió en la Embajada Británica gestionando proyectos y comunicaciones.

En los últimos años desarrolló su faceta como escritor, siendo coautor de libros sobre los costarricenses en la NASA y sobre las mujeres en la ciencia y la tecnología. Está casado, tiene dos hijos y un nieto.

En el marco de la Asamblea del Secretariado Episcopal de América Central, SEDAC, que tiene lugar en Guatemala, la Misa de hoy martes 28 de noviembre le correspondió presidirla a Monseñor Javier Román Arias, obispo de Limón y Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica. Compartimos íntegramente su homilía.

Estimados hermanos

Es un verdadero gusto poder compartir con ustedes algunos pensamientos que me brotan a la luz de los textos proclamados y que podrían iluminar nuestros caminar como pastores y discípulos misioneros del Señor. 

Acabamos de celebrar la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, y en ella hemos contemplado como el rostro del Resucitado toma carne en el rostro de nuestros hermanos que sufren a causa del hambre, el abandono, la migración, la pobreza, la exclusión social y tantas otras formas de “descarte”. Rostros que, como pastores vemos a diario en nuestra región, y que nos piden consuelo, ánimo, pero también el auxilio para hacer sentir su voz, la cual muchas veces se ve silenciaba por intereses de algunos, que, en vez de buscar una respuesta social integral, miran únicamente hacia sus propios intereses y voltean la cabeza, ignorando su drama y vida.  

Hoy de nuevo, como desde hace mucho, estos rostros nos piden ser su voz, “la voz de los que no tienen voz”.  Ya el Papa Francisco nos lo ha recordado en varios momentos: es necesario que toquemos la carne de Cristo en el hermano que sufre. “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad” (EG 186).

A los 10 años de la Evangelii Gaudium no podemos olvidar que el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros (EG 177), y además tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales (EG 180).

La lectura del libro de Daniel que acabamos de escuchar puede iluminar nuestro camino pastoral.  Todo reinado que se despreocupa de los débiles está condenado a fracasar.  La solidez se consigue fortaleciendo lo débil.  Esta idea debería llevarnos a reconsiderar nuestras propuestas pastorales desde una refrescada opción preferencial por los pobres, vista ahora a la luz del magisterio pontificio, como una verdadera categoría teológica, y por ende, como una ineludible línea pastoral.

Esto nos plantea el reto de enmarcar nuestra autoridad en el marco de la sinodalidad guiada por la caridad, lo cual fue un tema ampliamente abordado en la pasada Asamblea Sinodal.

Ya en el 2019, el Papa también recordaba a los obispos que: “La palabra autoridad significa aumentar, promover, hacer progresar. La autoridad en el pastor radica especialmente en ayudar a crecer”.  Ese ayudar a crecer, implica también el fortalecer.  Es difícil proponer y desarrollar planes pastorales cuando los “pies que nos sostienen” están debilitados.

Hoy, el templo de Cristo necesita ser reforzado.  No me refiero solo al aspecto social, que es apremiante, y consume a tantos hermanos en la desesperación; sino también a la fe, debilitada por muchos factores, y que afecta a nuestras iglesias centroamericanas con el abandono que muchos hacen de la Madre Iglesia, optando por vías alternativas, que más que respuestas y alivio, los sumen en mayor confusión y desesperanza.

Como saben, recién he publicado mi primera Carta Pastoral. Lo hice ocho años después de haber asumido porque quise tomarme el tiempo para conocer a fondo mi diócesis de Limón, en el Caribe costarricense, de modo que, en la medida de lo posible, mi palabra respondiera verdaderamente a la realidad del pueblo que pastoreo. 

De esta experiencia de encuentro, celebración, confirmación y camino, una de las cosas que concluyo es que una Iglesia fortalecida en la fe, discípula de Jesucristo Nuestro Señor, misionera, solidaria, de puertas abiertas, dispuesta al encuentro, consciente e implicada en la realidad de las familias y las comunidades, en actitud profética y samaritana, es para todos signo y herramienta de la paz verdadera que el Señor desea para sus discípulos, una paz que, lamentablemente, hemos perdido en nuestra región.

Los obispos centroamericanos, reunidos en el Secretariado Episcopal de América Central, SEDAC, se encontrarán del 27 de noviembre al 1 de diciembre en Guatemala, en la Casa de Encuentros La Salle.

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