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Luchar, sentir y vivir con el Pueblo de Dios

By Redacción Noviembre 28, 2023

En el marco de la Asamblea del Secretariado Episcopal de América Central, SEDAC, que tiene lugar en Guatemala, la Misa de hoy martes 28 de noviembre le correspondió presidirla a Monseñor Javier Román Arias, obispo de Limón y Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica. Compartimos íntegramente su homilía.

Estimados hermanos

Es un verdadero gusto poder compartir con ustedes algunos pensamientos que me brotan a la luz de los textos proclamados y que podrían iluminar nuestros caminar como pastores y discípulos misioneros del Señor. 

Acabamos de celebrar la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, y en ella hemos contemplado como el rostro del Resucitado toma carne en el rostro de nuestros hermanos que sufren a causa del hambre, el abandono, la migración, la pobreza, la exclusión social y tantas otras formas de “descarte”. Rostros que, como pastores vemos a diario en nuestra región, y que nos piden consuelo, ánimo, pero también el auxilio para hacer sentir su voz, la cual muchas veces se ve silenciaba por intereses de algunos, que, en vez de buscar una respuesta social integral, miran únicamente hacia sus propios intereses y voltean la cabeza, ignorando su drama y vida.  

Hoy de nuevo, como desde hace mucho, estos rostros nos piden ser su voz, “la voz de los que no tienen voz”.  Ya el Papa Francisco nos lo ha recordado en varios momentos: es necesario que toquemos la carne de Cristo en el hermano que sufre. “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad” (EG 186).

A los 10 años de la Evangelii Gaudium no podemos olvidar que el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros (EG 177), y además tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales (EG 180).

La lectura del libro de Daniel que acabamos de escuchar puede iluminar nuestro camino pastoral.  Todo reinado que se despreocupa de los débiles está condenado a fracasar.  La solidez se consigue fortaleciendo lo débil.  Esta idea debería llevarnos a reconsiderar nuestras propuestas pastorales desde una refrescada opción preferencial por los pobres, vista ahora a la luz del magisterio pontificio, como una verdadera categoría teológica, y por ende, como una ineludible línea pastoral.

Esto nos plantea el reto de enmarcar nuestra autoridad en el marco de la sinodalidad guiada por la caridad, lo cual fue un tema ampliamente abordado en la pasada Asamblea Sinodal.

Ya en el 2019, el Papa también recordaba a los obispos que: “La palabra autoridad significa aumentar, promover, hacer progresar. La autoridad en el pastor radica especialmente en ayudar a crecer”.  Ese ayudar a crecer, implica también el fortalecer.  Es difícil proponer y desarrollar planes pastorales cuando los “pies que nos sostienen” están debilitados.

Hoy, el templo de Cristo necesita ser reforzado.  No me refiero solo al aspecto social, que es apremiante, y consume a tantos hermanos en la desesperación; sino también a la fe, debilitada por muchos factores, y que afecta a nuestras iglesias centroamericanas con el abandono que muchos hacen de la Madre Iglesia, optando por vías alternativas, que más que respuestas y alivio, los sumen en mayor confusión y desesperanza.

Como saben, recién he publicado mi primera Carta Pastoral. Lo hice ocho años después de haber asumido porque quise tomarme el tiempo para conocer a fondo mi diócesis de Limón, en el Caribe costarricense, de modo que, en la medida de lo posible, mi palabra respondiera verdaderamente a la realidad del pueblo que pastoreo. 

De esta experiencia de encuentro, celebración, confirmación y camino, una de las cosas que concluyo es que una Iglesia fortalecida en la fe, discípula de Jesucristo Nuestro Señor, misionera, solidaria, de puertas abiertas, dispuesta al encuentro, consciente e implicada en la realidad de las familias y las comunidades, en actitud profética y samaritana, es para todos signo y herramienta de la paz verdadera que el Señor desea para sus discípulos, una paz que, lamentablemente, hemos perdido en nuestra región.

Claman al cielo los cientos de miles, incluso millones, de pobres de nuestros países, hundidos en las periferias materiales y existenciales, excluidos de oportunidades, señalados, perseguidos y olvidados por todos menos por la Iglesia.

Son ellos, nuestros hermanos, los preferidos del Señor y han de ser los primeros también en las prioridades de la Iglesia, pues sobreviven en desventaja en medio de perjudiciales dinámicas de exclusión.

Al hacer opción por los pobres, la enseñanza social de la Iglesia se hace parte central y fundamental de la evangelización, a través de la cual la Iglesia cumple la misión de caminar con el Pueblo de Dios, luchando, sintiendo y viviendo con él, curando sus heridas, sanando sus corazo­nes y dirigiendo todas las almas hacia la salvación.

Esta opción por los pobres, sin embargo, no se agota en que sean objeto de una misericordia preferencial de nuestra parte. La Palabra de Dios nos lleva más lejos. El lugar de los pobres en el plan de salvación, es un misterio de fe al que debemos acercarnos descalzos.

El Papa Francisco nos lla­ma a “reconocer la fuerza salvífica de sus vidas” y, para hacerlo, de­bemos desprendernos de valoraciones simplemente humanas.

Este movimiento hacia el otro que nos necesita, debe llevarnos -nos dice el Papa- a asumir como el Señor, “la iniciativa en el amor”, libres de temores y prejuicios para, “salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos…” en “un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”.

No se trata simplemente de un discurso bonito, sino de sabernos invo­lucrar y de acompañar el caminar de quienes nos necesitan, de de­jarnos alcanzar por una auténtica compasión que nos lleve a hacer nuestras, las diversas situaciones que causan dolor, angustia, desespe­ranza, en la vida de nuestros semejantes.

Podríamos decir entonces que uno de los principales llamados en este momento es fortalecer a los débiles en al menos dos direcciones: por un parte, haciéndoles sentir nuestra cercanía en medio de sus sufrimientos, acompañando sus clamores y uniéndonos a sus voces; y por otra, fortaleciendo su fe, no solo desde un aspecto doctrinal, que es necesario, sino ante todo, desde la experiencia del Encuentro con el Señor que los ama, convirtiendo este encuentro en un verdadero acontecimiento transformador, desde el cual puedan alimentar su Esperanza.

Este llamado debemos asumirlo juntos, caminando juntos, en sinodalidad.  Requerimos la cooperación mutua entre nuestras Iglesias.  No podemos caminar bajo la pretensión de que somos autosuficientes.  Nuestras Iglesias particulares son la Iglesia de Cristo en cada lugar, y en ellas debe evidenciarse la vida en comunión y misión.  

Estas experiencias de comunión, como el SEDAC, deben fortalecerse, y generar entre nosotros ese deseo de “caminar juntos”, construyendo proyectos conjuntos que fortalezcan, no solo a los miembros del pueblo de Dios, sino a cada una de nuestras Iglesias particulares. 

Con la experiencia del Sínodo les puedo decir, que hoy por hoy, este anhelo de cooperación toma mayor fuerza, y este signo de comunión intraeclesial es un verdadero “milagro social”, para un mundo, que como vemos, sigue sumido en guerras, polarización y exclusión social, así como escuchamos en el Evangelio: "Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles". 

Pero ante esto, debemos predicar a nuestros pueblos: “que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”, repetir siempre, NO ES EL FIN, porque la Esperanza no defrauda.  Y esa esperanza tiene nombre: Jesús de Nazaret.

 

Mons. Javier Román Arias

Obispo de Limón y Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica

 

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