“Soy una Virgen Consagrada”, dice agradecida con Dios María Rosa de Jesús Alvarado, “Rosita”, como le llaman de cariño, quien a sus 55 años de edad se convirtió en una de las primeras mujeres del país que se entregó como esposa de Jesucristo.
De ello hace 15 años, dedicada a los servicios domésticos desde muy joven, esta vecina de San Ramón de Alajuela adoptó la vocación motivada por una amiga que se le acercó a darle ánimo tras la muerte de su abuela que la crió.
“Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios” de Lucas 9:62 fue el pasaje que la impulsó en su discernimiento vocacional, luego de que su amiga le propusiera formarse en el Orden de las Vírgenes Consagradas.
Nunca se visualizó en un convento, ni con una túnica o un velo que cubriera su rostro siempre. Tampoco sintió el llamado hacia una vida matrimonial, sin embargo “le rezaba a María Auxiliadora pidiendo su intercesión para que si me hacía de un novio fuera como San José… y apareció el Señor”, recuerda con gozo.
Al celebrarse este domingo 31 de mayo los 50 años de la promulgación del ritual de la Orden de Vírgenes Consagradas, Rosita quiso compartir lo que para ella significa una realización plena de su vida, que no cambiaría por nada y por ello recomienda a las mujeres, que como ella combinan su tiempo de oración con Dios y con su trabajo diario.
El Ordo Virginum o el Orden de las Vírgenes Consagradas posee un ritual del siglo IV y se constituye en la primera forma de vida consagrada femenina en la Iglesia Católica, según explicó Lisandra Chaves, también Virgen Consagrada.
Es una vocación nacida en la Iglesia primitiva, con mujeres que vivían en sus casas, pero se entregaban con todo su ser a Jesucristo.
Las Vírgenes Consagradas tienen profesiones civiles, no usan hábito, no tienen superiora ni constituciones y pueden vivir solas, con sus familias o con otras consagradas. Se dedican al servicio de la Iglesia desde sus carismas y dones.
El Ordo Virginum comenzó a decaer al dársele paso a los monasterios y la vida religiosa en comunidad, hasta que el Concilio Vaticano II lo restauró, siendo el 31 de mayo de 1970 la fecha en que Congregación para el Culto Divino, con el aval del Papa San Pablo VI, promulgó el renovado Ritual de consagración.
“Con este acto volvió a la vida una antigua vocación de la Iglesia que hoy se convierte en un inmenso signo de los tiempos. Es una de las vocaciones de mayor crecimiento en la vida consagrada de la Iglesia”, detalló Chaves.
A diferencia de las religiosas, estas mujeres permanecen en un entorno cotidiano, con sus familias y sus trabajos seculares, al servicio de la comunidad diocesana y junto al obispo.
Tienen profesiones civiles, no usan hábito, no tienen superiora ni constituciones y pueden vivir solas, con sus familias o con otras consagradas. Se dedican al servicio de la Iglesia desde sus diferentes carismas y dones.
Desde su vocación adquieren un compromiso de consagración, espiritualidad e inserción apostólica en la diócesis y la relación con sus obispos.
Esta vocación femenina a la vida consagrada se vive a través de tres dimensiones: virginal, maternal y esponsal. Ellas preservan toda la vida en castidad al servicio de Dios y con el Evangelio como regla. El obispo obtiene para ellas la unción espiritual que establece el vínculo esponsal con Cristo.
Las vírgenes consagradas, a través del Rito, son desposadas con Cristo a través del Obispo Diocesano y reciben tres insignias: el anillo y el velo de esposas y la Liturgia de las horas para su misión de vivir orando e intercediendo por sus hermanos.
En el mundo hay más de cinco mil consagradas, según la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA). En Costa Rica hay alrededor de 25 consagradas en cuatro de las ocho diócesis del país: Arquidiócesis de San José, Cartago, Alajuela y Tilarán. Actualmente hay siete aspirantes en formación en la Diócesis de San Isidro. La vocación tiene en el país 15 años de establecida.