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Sábado, 11 Mayo 2024
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Pocas cosas atraen más al ser humano que la libertad. La libertad es un gran punto de unión entre el cristianismo y el mundo actual. Aunque quizá es cierto que en la actualidad se ha desvirtuado el concepto. Me atrevo a decir que en nuestro tiempo gozamos de grandes libertades, pero sufrimos la peor de las esclavitudes. No me equivoco si digo que en nuestros días gozamos de libertades exteriores pero de poca libertad interior, la más importante. 

Pero, ¿qué nos ata?, ¿qué nos impide ser libres? Impera en el mundo el pensamiento de que para emanciparnos y ser verdaderos debemos sucumbir a los deseos de nuestras pasiones. No valen las normas establecidas, y la rebeldía contra lo establecido es la única garantía de libertad. Vivimos enfadados con las normas y parece que solo es libre aquel que se atreve a romperlas. “Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”, decía Goethe. Me temo que nuestro tiempo es el tiempo de “libres” esclavos. 

Nuestra generación se centra en la libertad exterior y la confunde con la interior. Se centra en la emancipación de lo que nos ata, que está fuera de uno mismo. Los hombres de nuestro tiempo no paran de huir para intentar liberarse de algo de lo que se sienten presos, que les impide ser libres. Predomina la idea de que lo que ha establecido el sistema está mal y por eso no podemos ser libres. Hay una gran pérdida del sentido de la realidad. 

Quizá deberíamos identificar con acierto qué es aquello que esclaviza al hombre occidental en 2021. Pocos jóvenes de hoy han escuchado hablar de Victor Frankl o de Bosco Gutiérrez, o de mi buen amigo Jordi Sabaté Pons, grandes modelos de personas libres. Nos cuesta mucho comprender que cuanto más dependa nuestra sensación de libertad de las circunstancias externas, más evidente es que todavía no somos verdaderamente libres. Si queremos ser felices necesitaremos ordenar nuestra inteligencia y voluntad por encima de las demás pasiones y comprender las verdades establecidas en nuestro corazón. ¿Y cuáles son? Decía san Juan Pablo II que “solo la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona humana consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad”. Debemos comprender que nuestro corazón y nuestra naturaleza están heridos y que siempre van a necesitar sanación.

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