La Jornada Mundial de la Juventud, prosiguió Farrell, presenta tres oportunidades: en primer lugar, es una ocasión para todos los jóvenes de un “redescubrimiento general de la belleza de la vida cristiana”, que puede ser entonces “el terreno fértil para el florecimiento de muchas vocaciones, al matrimonio o al sacerdocio y a la vida consagrada”, en beneficio de la Iglesia en Corea, del continente asiático y de la Iglesia universal.
En segundo lugar, la apertura natural de Asia a la coexistencia de las culturas, al diálogo y a la complementariedad, será, según el Cardenal, “de gran ayuda a los jóvenes peregrinos en su camino de formación para convertirse en los mensajeros de paz del futuro, en un mundo tan desgarrado por los conflictos y los contrastes”.
Por último, el dinámico contexto asiático llevará a los jóvenes a reflexionar sobre el diálogo entre fe y modernidad: si la crisis climática, las desigualdades económicas, la revolución digital y la pérdida de sentido son las señas de identidad de las sociedades más desarrolladas, los jóvenes se verán estimulados a aportar su contribución personal para que la cultura contemporánea sea fermentada y transformada por el Evangelio.
Durante la rueda de prensa también se presentó el logotipo de la Jornada Mundial de la Juventud de Seúl, una cruz inspirada en el arte tradicional coreano formada por dos pinceladas, una hacia arriba y otra hacia abajo, que simbolizan el vínculo entre el cielo y la tierra, y el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Explicó los detalles, ayudado por un vídeo, monseñor Paul Kyung-sang Lee, obispo auxiliar de Seúl y coordinador general de la JMJ: el azul y el rojo -los colores de la bandera coreana- recuerdan respectivamente la vitalidad de la juventud y la sangre de los mártires, una referencia al tema del coraje, mientras que el amarillo que brilla detrás de la cruz representa a Cristo “Luz del mundo”.