Una de ellas, la hermana Bárbara Battista, atendió espiritualmente a LeCroy como lo hizo antes con Keith Nelson, sometido a la pena capital el 28 de agosto por matar en 1999 a una niña de 10 años. También buscó un asistente musulmán para Orlando Hall, ejecutado el 19 de noviembre, como reseña el semanario católico Alfa y Omega, a quien concedió una entrevista recientemente.
En LeCroy, la religiosa encontró una persona “profundamente espiritual” y “en paz con su destino”. No es extraño; “muchos” presos experimentan un importante “crecimiento humano” en el corredor de la muerte. LeCroy compartió con ella que el estricto confinamiento le había dado “mucho tiempo para pensar, para leer, para hacer ejercicio y para plantearse su vida”. Pero la religiosa cree que, junto a eso o por encima de ello, en su “viaje hacia la plenitud” fue clave el tener “relaciones sanas” y “profundas” con distintas personas con las que mantenía correspondencia. Entre ellas, unas mujeres de la asociación gala Cristianos contra la Tortura, a las que llamaba “sus abuelas francesas”.
¿Y las víctimas?
Ahora, la labor de Battista sigue con la madre de LeCroy. Sobre todo la escucha, en “un tiempo muy difícil para ella” por haber visto a su hijo esperar durante años el castigo y la “angustia de la ejecución misma”.
A ello se suma el hecho de que Joann Tisler, la enfermera de 30 años a la que LeCroy violó y mató, “era su vecina y amiga”. Durante el juicio, él se justificó afirmando que había llegado a creer que era una canguro que había abusado de él siendo pequeño. A pesar del dolor, conocer a la víctima también ha supuesto para su madre algo de consuelo, pues sabe que el padre de Joann había perdonado a su hijo. “Qué testimonio más profundo del poder de la fe cristiana”, enfatiza la religiosa.
Pero a diferencia de los familiares de la víctima de otro ejecutado, Daniel Lewis Lee, que se opusieron a su ejecución, para el señor Tiesler el perdón es compatible con afirmar que con la muerte del asesino de su hija se “había hecho justicia”.
De hecho, los seres queridos de Joann no terminan de entender la labor de Battista. Una amiga de la familia la llamó tras la ejecución. “Fue cordial, pero expresó una profunda confusión sobre cómo podía yo creer que Will no merecía que lo mataran”.
Parecía creer que “él estaba fuera del alcance del amor de Dios” y de su misericordia. A lo que responde que “no tengo dudas de que, sin importar lo que hayamos hecho, Dios nunca nos niega su amor”, concluyó la religiosa al semanario Alfa y Omega.
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