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Un ángel en el corredor de la muerte

By Redacción y agencias Enero 08, 2021
Varios días antes de su muerte, LeCroy le pidió a la hermana Bárbara una foto juntos. Ella la hizo, la imprimió y se la mandó como un recuerdo de su amistad y de la fe que juntos cultivaron. Varios días antes de su muerte, LeCroy le pidió a la hermana Bárbara una foto juntos. Ella la hizo, la imprimió y se la mandó como un recuerdo de su amistad y de la fe que juntos cultivaron.

La prisión federal de Terre Haute, en Indiana, Estados Unidos, es el último lugar donde pasan sus días los condenados a morir en ese país. En realidad, mucho más que días, pueden pasar años en medio de la incertidumbre y la soledad.

Corredor de la muerte es el nombre que se le da a la celda de los condenados a muerte, a menudo es una sección de una prisión, donde se encuentran las celdas de los individuos que esperan la ejecución.

Luego de que un individuo es encontrado culpable de un crimen y sentenciado a muerte, permanecerá en el corredor de la muerte mientras continúa cualquier procedimiento de apelación, y luego el tiempo necesario para la ejecución.

La administración Trump reactivó con fuerza estas ejecuciones desde el 14 de julio anterior, luego de una pausa de 17 años y solo tres muertes desde 1964.

De hecho, del 10 de diciembre al 15 de enero, cinco días antes de la fecha prevista para la toma de posesión de Joe Biden, hay programadas otras cinco, incluida la de Lisa Montgomery, la primera mujer ejecutada desde 1953.

Uno de los últimos ejecutados fue William LeCroy, quien murió el pasado 22 de setiembre, en la sexta de las ocho ejecuciones llevadas a cabo desde verano por el Gobierno federal. LeCroy fue condenado por la violación y el asesinato de una mujer en 2001.

Ese día, al atardecer, funcionarios de la prisión federal amarraron al prisionero a una camilla y le inyectaron una dosis mortal del fármaco pentobarbital. Testigos informan que los párpados de LeCroy se cerraron y su abdomen se agitó sin control durante varios minutos antes de que sus labios se pusieran azules y se quedara quieto. LeCroy fue declarado muerto poco después de las 9 de la noche, hora local.

 

Presencia católica

 

A pesar de lo crudo y lo inhumano de su muerte, LeCroy no estuvo solo. Las Hermanas de la Providencia de Saint-Mary-in-the-Woods, a las que pertenece Battista, llevan años atendiendo a los internos católicos de la prisión federal de Terre Haute (Indiana), incluidos los del corredor de la muerte.

Una de ellas, la hermana Bárbara Battista, atendió espiritualmente a LeCroy como lo hizo antes con Keith Nelson, sometido a la pena capital el 28 de agosto por matar en 1999 a una niña de 10 años. También buscó un asistente musulmán para Orlando Hall, ejecutado el 19 de noviembre, como reseña el semanario católico Alfa y Omega, a quien concedió una entrevista recientemente.

En LeCroy, la religiosa encontró una persona “profundamente espiritual” y “en paz con su destino”. No es extraño; “muchos” presos experimentan un importante “crecimiento humano” en el corredor de la muerte. LeCroy compartió con ella que el estricto confinamiento le había dado “mucho tiempo para pensar, para leer, para hacer ejercicio y para plantearse su vida”. Pero la religiosa cree que, junto a eso o por encima de ello, en su “viaje hacia la plenitud” fue clave el tener “relaciones sanas” y “profundas” con distintas personas con las que mantenía correspondencia. Entre ellas, unas mujeres de la asociación gala Cristianos contra la Tortura, a las que llamaba “sus abuelas francesas”.

 

¿Y las víctimas?

 

Ahora, la labor de Battista sigue con la madre de LeCroy. Sobre todo la escucha, en “un tiempo muy difícil para ella” por haber visto a su hijo esperar durante años el castigo y la “angustia de la ejecución misma”.

A ello se suma el hecho de que Joann Tisler, la enfermera de 30 años a la que LeCroy violó y mató, “era su vecina y amiga”. Durante el juicio, él se justificó afirmando que había llegado a creer que era una canguro que había abusado de él siendo pequeño. A pesar del dolor, conocer a la víctima también ha supuesto para su madre algo de consuelo, pues sabe que el padre de Joann había perdonado a su hijo. “Qué testimonio más profundo del poder de la fe cristiana”, enfatiza la religiosa.

Pero a diferencia de los familiares de la víctima de otro ejecutado, Daniel Lewis Lee, que se opusieron a su ejecución, para el señor Tiesler el perdón es compatible con afirmar que con la muerte del asesino de su hija se “había hecho justicia”.

De hecho, los seres queridos de Joann no terminan de entender la labor de Battista. Una amiga de la familia la llamó tras la ejecución. “Fue cordial, pero expresó una profunda confusión sobre cómo podía yo creer que Will no merecía que lo mataran”.

Parecía creer que “él estaba fuera del alcance del amor de Dios” y de su misericordia. A lo que responde que “no tengo dudas de que, sin importar lo que hayamos hecho, Dios nunca nos niega su amor”, concluyó la religiosa al semanario Alfa y Omega.

 

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