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El padre misericordioso

By P. Charbel El Alam, Orden Libanesa Maronita Mayo 01, 2023

Las parábolas de Jesús esconden enseñanzas que nos ayudan a reflexionar sobre nuestros actos en la vida diaria y a conducirnos en el camino correcto hacia la vida eterna.

En esta ocasión tendremos una nueva oportunidad de meditar sobre la sublime parábola normalmente llamada «del hijo pródigo», pero que en realidad debería denominarse «del padre misericordioso» (cf. Lc 15, 11-32).  El adjetivo pródigo, viene del latín prodĭgus y designa de forma cuasi-delictiva a quien derrocha, desperdicia, consume los bienes propios sin medida, y de modo insensato; dilapidando su patrimonio en detrimento de su propia familia. Este conocido relato expone la disposición de un padre para perdonar a sus hijos que habían pecado contra él: uno por malgastar toda su herencia y el otro por increparlo resentido de ser el que se quedó y trabajó, mientras su hermano transitaba en la farra y el desenfreno. Constituye un ejemplo gráfico de lo que significa alejarse del camino de la muerte y reemprender el camino de la vida. Este texto evangélico tiene, sobre todo, el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón: para Dios un hijo, por más que sea pródigo, no deja de ser hijo real de su padre.

Así la actitud de Dios Abba (Padre), se presenta con rasgos realmente conmovedores y desafiantes ante los criterios y expectativas del mundo:

-Lo esperó: el padre estuvo en estado de espera, un tiempo agónico que vivió el padre con la esperanza de lograr el regreso de su hijo.

-Lo vió: Dios no se queda de brazos cruzados en su eternidad sin moverse de su trono, Él se acerca al hombre para que éste lo alcance y le responda; y busca con particular insistencia y amor al hijo rebelde que huye lejos de su mirada. Vemos en nosotros el rostro del Padre que está delante de nosotros y nos llama por nuestro nombre personal, para que alcancemos el arrepentimiento continuando el camino hacia Él, sin dar marcha atrás.

-Se conmovió: las entrañas del Padre se mueven e inquietan fuertemente, no para condenarnos sino salvarnos. En efecto, el regreso del Hijo al Padre, no es un regreso al pasado, sino un paso adelante porque Dios nos precede y no se queda estático en su lugar, y da al hijo un nuevo nacimiento desde el útero de la misericordia divina.

-Corrió: Dios en la parábola del hijo pródigo se mueve hacia el hombre, y esa búsqueda del hombre por parte de Dios es mucho más rápida que el escape del hombre de Dios.

-Lo abrazó: Al arrojarse al cuello de su hijo, muestra la actitud de una madre que acaricia al hijo y lo rodea con su calor, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar, siempre fiel a su paternidad. El padre misericordioso de la parábola contiene en sí, trascendiéndolos, todos los rasgos de la paternidad y la maternidad.

-Lo besó: Es el beso del Espíritu Santo donde el padre y el hijo van a tener un intercambio de alientos entre ellos, un soplo hacedor que tiene la fuerza de Dios.

-Lo vistió: Le hace vestir el manto más hermoso, imagen de salvación y de justicia divina (Isaías 61, 10). Los elegidos de Dios son invitados a revestirse del carácter de Cristo y sobre todo del amor, vínculo de perfección, naturaleza del mismo Dios (Colosenses 3, 10).

-Lo dignificó: Colocó un anillo en su mano: es el signo de la relación entre padre e hijo; la que había sido interrumpida por el pecado, es restaurada por la gracia, y ahora la Iglesia es consciente de su unión con Cristo a través del Espíritu Santo. El anillo también se entrega como signo de autoridad y dignidad.

-Lo calzó:  Puso sandalias en sus pies. Según la eficacia del perdón total, el hijo ahora puede entrar y salir; estar como un hijo en la presencia de su padre. En el pasado, sólo los hijos varones usaban sandalias y los esclavos caminaban descalzos. Los pies del creyente están calzados ahora con la preparación del evangelio de la paz, para vivir de una manera digna la vocación a la que hemos sido llamados (Efesios 4, 1).

-Lo celebró: El becerro engordado estaba reservado para honrar a un invitado distinguido. El regreso del hijo perdido es la ocasión de la fiesta de la gracia; allí Dios quiere asociarnos con el gozo de su corazón: “pero convenía celebrar…” ( versículo 32).

San Ambrosio, comentando esta parábola del padre pródigo de amor con respecto al hijo pródigo de pecado, introduce la presencia de la Trinidad: "Levántate, date prisa en venir a la Iglesia: aquí está el Padre, aquí está el Hijo, aquí está el Espíritu Santo. Te sale al encuentro, porque te escucha mientras estás reflexionando en lo más íntimo de tu corazón. Y cuando aún estás lejos, te ve y corre hacia ti. Ve en tu corazón, y acude para que nadie te detenga, y además te abraza (...). Se arroja al cuello, para levantar al que yacía en tierra, y para hacer que quien ya estaba oprimido por el peso de los pecados e inclinado hacia las cosas terrenas, dirigiera nuevamente la mirada hacia el cielo, donde debía buscar a su Creador. Cristo se arroja a tu cuello, porque quiere arrancarte de la nuca el yugo de la esclavitud y ponerte en el cuello un yugo suave" (In Lucam VII, 229-230).

 

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