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El martirio como testimonio de la verdad

By Pbro. Glenm Gómez A. Julio 28, 2023

Pablo VI indicó que la importancia del contenido no debe olvidar el poder de los métodos y medios de evangelización. El modo de comunicar el evangelio cambia según las diversas circunstancias de tiempo, lugar, cultura; de allí, el desafío de descubrir y adaptar esos medios y esos métodos, conservando la fidelidad al contenido.

Para él, el testimonio de vida ocupa un lugar irremplazable. “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio… Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra, de santidad”. [1]

Testimoniar es aseverar algo. El término proviene del latín testimonium, “resultado de testificar” y está ligado a una demostración o evidencia de la veracidad de una cosa.

Dar testimonio, en clave cristiana, no se circunscribe a una narración de sucesos; antes bien, es un acto determinado con el que el testigo comunica la verdad: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó- lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,1-4).

El testimonio trasciende el simple entendimiento. Oír, mirar, palpar son pilares en la experiencia de vida que se ha de comunicar.

El cristiano es un testigo de Cristo: “No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” (II Timoteo 1,8).  El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. [2]

El Catecismo de la Iglesia nos enseña que “el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza”. [3]

“El mártir, por lo tanto, se constituye en una especie de arquetipo de la santidad en la vida cristiana y su ejemplo revigoriza a la Iglesia en la misión de anunciar el Evangelio, comunicando la alegría de la salvación a todos los pueblos y promoviendo un estilo de vida más humano”. [4]

El martirio es, probablemente, la forma más coherente con la que la Iglesia naciente comunica a Cristo. El mártir conoce la verdad y entrega su vida convenciendo a otros sobre esa verdad que dirige su existencia: “Obrar de este modo es publicar las verdades y las máximas del evangelio de Jesucristo, no con las palabras, sino con la conformidad de vida con Jesucristo, y dar testimonio de su verdad y de su santidad ante fieles e infieles; por tanto, vivir y morir de esta forma es ser mártir”. [5]

Pocas veces valoramos el martirio como una herramienta poderosa que comunica la esencia del evangelio, a saber, dar la vida por amor y que enriquece la expresividad del mensaje cristiano al punto de provocar en los otros una auténtica conversión. No es gratuita la expresión de Tertuliano: “Sangre de mártires, semilla de cristianos”.

Esta fidelidad al estilo de Jesús pudo ser denominado de otras formas: “Había tantas otras posibilidades, ofrecidas por el vocabulario: se podía llamar heroísmo, abnegación, sacrificio de sí. En cambio, los cristianos de los primeros tiempos los han llamado con un nombre que perfuma de discipulado. Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, y aceptan deber morir solo por fidelidad al Evangelio.” [6]

Los cristianos que vivieron valientemente la persecución y la muerte exceden los límites de la comunicación verbal, aún más, son referentes de enorme actualidad, particularmente, en este tiempo en el que se potencia la propia experiencia  como elemento esencial en la comunicación.

 

[1] Evangelii Nuntiandi, n.41.

[2] Catecismo Iglesia Católica, 2472.

[3] Ídem, 2473.

[4] VINÍCIUS AUGUSTO RIBEIRO TEIXEIRA, C.M. Una reflexión vicentina sobre el martirio, revista Anales,enero-febrero 2010.

[5] San Vicente, ES XI,100.

[6] Papa Francisco, Catequesis sobre la esperanza y el martirio, 28 de junio del 2017.

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