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De Jerusalén a Santa Cruz

By Mons. Vittorino Girardi Stellin, mccj Agosto 11, 2023

En 1857, San Daniel Comboni, joven sacerdote de 26 años, con otros cuatro misioneros del Instituto del padre Nicolás Mazza, salen para África Central. La meta era la misión de Santa Cruz, muy en el sur de Jartún, capital de Sudán.

El grupo, llegado a Alejandría de Egipto, interrumpe el viaje y va, peregrino, a Tierra Santa. Allá queda, visitando los varios Santos Lugares, desde el 29 de setiembre, hasta el 13 de octubre. Es desde allá, en donde San Daniel Comboni, escribe a su Familia, una larga y detallada carta, volcando en ella no sólo sus sorprendentes conocimientos histórico-bíblicos, sino, sobre todo, su conmoción y sus anhelos de santidad sacerdotal y de entrega misionera.

“Pensar que iba a Jerusalén -escribía- me ponía alas en los pies y en el corazón, y me evitaba sentir el cansancio del viaje […]. Llegados a la vista de Jerusalén, Mons. Ratisbonne (conocido judío convertido al cristianismo y ordenado sacerdote), nos hizo desmontar a todos de los caballos, y postrados en tierra, adoramos al Señor y veneramos aquellos Santos Lugares tantas veces pisados por Jesucristo […]. ¡Oh, qué grande impresión me hizo Jerusalén! El pensar que cada palmo de aquel sagrado terreno representa su misterio, hacía que me temblara el pie y me traía a la mente estas ideas: aquí estuvo Jesús, aquí la Virgen María, por aquí pasaron los Apóstoles, etc.” (Escritos 35 y 36).

La primera visita, el 3 de octubre, fue al Santo Sepulcro. Cuanto más Comboni se acerca y queda en ese lugar, más crece su conmoción que se hace oración. “El Santo Sepulcro, me hizo permanecer extático y decía para mis adentros: ¿Así que aquí estuvo cuarenta horas Jesucristo? ¿De modo que esta es la sagrada tumba que tuvo la suerte de encerrar en su seno al Creador del cielo y de la tierra, al Redentor del mundo? […]. Yo besé y volví a besar de nuevo muchas veces esa sagrada tumba, me postré repetidamente para adorarla, y sobre esa tumba, aunque indigno, recé por ustedes y por nuestros queridos parientes y amigos”.

De allá, Comboni pasó al cercano lugar de la crucifixión y -escribe- “quedé con el corazón conmovido por muchos sentimientos de compasión, de amor…” (Escritos 41).

“Cuando el Superior de los Franciscanos del Santo Sepulcro me indicó que ese era el hoyo donde fue levantada la Cruz, rompí a llorar copiosamente y tuve que alejarme por un momento. Luego me acerqué y besé muchas veces ese hoyo bendito y me vinieron a la mente estos pensamientos: “¿Es este el Calvario? Aquí el altar de la cruz donde se consume el gran sacrificio. Me encuentro sobre la cumbre del Gólgota en el lugar mismo en que fue crucificado el Hijo Unigénito de Dios, aquí se produjo el rescate de la humanidad, aquí fue vencida la muerte, aquí fue vencido el infierno, aquí he sido yo redimido.” (Escritos 43).

Ese insistente repetir el adverbio de lugar aquí, evidencia el sentimiento de máxima cercanía de los misterios de la Redención con la persona de Comboni.

Llevado por tanta e incontrolable emoción, el joven Comboni pasó dos noches enteras “encerrado” en el Templo del Santo Sepulcro, como a los pocos días pasó una noche entera “conquistado” y como extasiado por el misterio de la Navidad, en la iglesia constantiniana, en Belén.

“¡Dios mío! Pero, ¿en dónde quiso nacer Jesús? Entré a aquella afortunada gruta que vio nacer al Creador del Mundo. Entré, y aunque el nacimiento es más alegre que la muerte, quedé más conmovido aún que en el Calvario, al pensar en la condescendencia de un Dios que se humilló hasta el punto de nacer en ese establo”.

Hasta aquí, he querido abundar en hacer memoria de las profundas resonancias en el corazón de Daniel Comboni, de su “peregrinar” en Tierra Santa, la que él llama tierra de los misterios.

Ya llegado a la misión de Santa Cruz, habiéndose recuperado de las fiebres que lo llevaron casi en peligro de muerte, en marzo del año siguiente, 1858, escribía a su padre (su madre ya había fallecido): “siempre llevo en la mente esa tierra de misterios y con el pensamiento paseo siempre por esos lugares, especialmente ahora que es Semana Santa, tengo ante el espíritu el lugar de todos los misterios de la Pasión de Jesucristo” (Escritos 412).

Los días de Comboni en Tierra Santa, no fueron pues, un episodio sin profundas resonancias, sino que fueron para él como el sello definitivo sobre su firme determinación en mantenerse en el Camino de Jesús, quien le había precedido camino a la cruz. Justamente se ha afirmado que “Palestina ha sido para Comboni, la puerta del África”.

 

Días de extraordinaria gracia

 

No cabe duda, aquellos intensos días en la Tierra de Jesús, constituyeron para Comboni unos días de “extraordinaria gracia”, para penetrar aún más y de manera definitiva y determinante, en lo que afirma San Pablo acerca del “sublime conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3, 8).

Lo que aconteció en Cristo, pertenece a un “nivel” y a un “rango” superiores de la misma Creación. El principio de la nueva creación está tan por encima de la antigua, como el amor que se reveló en la Encarnación y en la Cruz, está por encima del amor que creó el firmamento, las plantas, los animales y el ser humano… Comboni lo expresa con su conocido estilo, a veces, inclusive desafiante, y escribe: “El Hombre Dios nunca mostró de mejor manera su sabiduría que al fabricar la Cruz” (Escritos 1673).

En no pocas ocasiones, Comboni expresa la misma convicción y escribe: “Busquemos el tesoro de la cruz. Nunca se ha revelado la sabiduría de Dios con mayor esplendor que al crear la cruz” (Escritos 23, 24).

Se trata aquí de la convicción que encontramos también en unos Padres de la Iglesia y que ha sido expresada en la liturgia, particularmente en el tiempo de Navidad, cuando la Iglesia ora suplicando al Padre: “Tú que admirablemente has creado el universo y que, más admirablemente aún, lo has redimido…”

Entre esos dos adverbios comparativos se ha ido escribiendo la entera historia de salvación “historia de amor”, como lo diría el Papa Benedicto XVI, entre Dios y nosotros, sus hijos y su tesoro.

Esa es la convicción que hizo vivir lo más íntimo que había en la fuerte personalidad de nuestro Fundador. Es la verdad que constantemente afloraba de su corazón y la medida de todos sus atrevidos proyectos y… sueños.

Es por esa convicción, la que se iba además fortaleciendo en al medida con que tenía fija su mirada en el corazón traspasado de Jesús, Buen Pastor, que se repetía para sí mismo y para… todos “cuando contemplo aquel fuego que se encendió en la ladera del calvario, me sobran argumentos para lanzarme a las más exigentes y heroicas fatigas en favor de África”. Comboni ha logrado así, el “conocimiento que supera todo conocimiento” (Ef 3, 19) y le ha llegado como “chispa” que enciende una grande llama y que le llegó de aquel fuego de que Cristo había hablado: “Fuego he venido a arrojar sombre la tierra; ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12, 49).

Comboni, como los Apóstoles, testigos que “miraron” asombrados, el Corazón traspasado de Jesús, su Maestro y Amigo, y que después lo vieron también resucitado y vivo, no pudo callar lo que vivió… Él hizo todo lo posible para comunicar el fuego del que se sentía como “quemado” dentro y así impulsado, a cuantas más personas e instituciones de la Iglesia, que él iba encontrando y conociendo en su peregrinar misionero.

Actualmente los frutos de la entrega heroica de Comboni, quedan materializados en unas 26 familias misioneras que se injertan, como retoños, en el tronco del fuerte carisma que el Espíritu Santo suscitó en San Daniel Comboni… Si todos quisiéramos dejarnos llevar por el mismo fuego… reconozcamos, sin embargo, que hay que ser prudentes con las grandes palabras: fuego, entrega, sacrificio, martirio… Mejor es mostrarle a Jesús nuestra debilidad, nuestras incoherencias y límites. Es mejor pedirle una y otra vez como insistentemente lo hacía Comboni, que se nos manifieste como lo que es, Corazón traspasado que atrae a todos hacia Él.

Llegará el día, lo esperamos y anhelamos, en que nos pondremos a su plena disposición y nuestra voluntad será una con la suya, y seguiremos adelante, haciendo nuestra la experiencia de San Pablo, que Comboni hizo suya y que deseaba ardientemente que aconteciera en todos sus misioneros y misioneras: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia, la persecución?, ¿el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?, como dice la Escritura: por tu causa somos muertos todos el día maltratados como ovejas destinadas al matadero.  Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a Aquel que nos amó” (Rom 8, 35-37).

 

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