La llegada de María a la casa de Isabel desencadenó una alegría espiritual profunda, marcada por el salto de gozo del niño en el vientre de Isabel al escuchar el saludo de María. Este momento no solo subraya la conexión espiritual entre las dos, sino que también revela la influencia santificadora de María, incluso antes del nacimiento de Jesús.
Este episodio nos llama a admirar y aspirar a ese mismo espíritu de servicio que María mostró. Ella, como verdadera madre y discípula, nos enseña que el servicio genuino a menudo requiere sacrificio personal y una apertura constante a las necesidades de los demás. Nos invita a mirar más allá de nuestro círculo inmediato, a extender nuestro cuidado y compasión a quienes nos rodean, especialmente aquellos que pueden pasar desapercibidos o ser marginados.
Así como María respondió al llamado divino con fe y amor, nosotros también estamos llamados a cultivar un corazón que se regocije en el servicio, que encuentre en el acto de dar no una carga, sino una fuente de alegría profunda y transformadora. Que la Santísima Virgen María, modelo de fe, servicio y amor, nos guíe en este camino hacia una vida más plena y generosa, imitando su espíritu de entrega incondicional.
Si le damos una visión sacramental a la Visitación, en este acto, María realiza una procesión del Corpus Christi, llevando a Cristo en su vientre hacia la casa de sus parientes. Santa Isabel nos representa a todos al recibir al Señor con reverencia y alegría, exclamando: “¿De dónde a mí, que la madre de mi Señor venga a visitarme?” Lc. 1, 43. Este encuentro se marca por una explosión del Espíritu Santo, quien llena a Santa Isabel de gracia para proclamar: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” Lc. 1, 42;45.
María encarna la plena confianza y el abandono en la iniciativa divina, permitiendo que el Plan de Salvación avance a través de ella. En efecto, María se convierte en el instrumento entregado completamente en las manos del Señor.
Por ello, oremos juntos: “Santa Madre de Dios, enséñanos a abrir nuestros corazones para acoger el amor que derramas sobre tus hijos y prepáranos a servir a los demás con la misma devoción y cariño con que tú serviste a santa Isabel. Que cada día de nuestra vida podamos estar atentos a las necesidades de quienes nos rodean, siguiendo tu ejemplar de amor y servicio, Amén”.