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Santifiquemos nuestra vida

By Mons. José Manuel Garita H. / Obispo de Ciudad Quesada Mayo 07, 2021

Lejos del bullicio que a veces inunda a la sociedad, lejos también del trajín diario en que se encuentra el mundo moderno, lejos de distracciones y de voces que quieren sacar a Dios de nuestras vidas, vivimos una Semana Santa más, en la que estamos llamados a reconocer el paso del Señor.

Semana Santa no es una fecha festiva enmarcada en el calendario ni un recordatorio para los católicos de hechos ocurridos hace más de 2.000 años.

Este es un tiempo de gracia para saber que verdaderamente el Señor Jesús se hizo presente, asumiendo nuestra carne mortal, para darnos vida eterna, a través de su pasión, muerte de cruz y resurrección.

Si bien la Semana Santa es un momento cumbre para nosotros los creyentes, debemos preguntarnos si realmente tenemos la conciencia puesta en la eternidad, o por el contrario, solo nos acordamos de Dios en ciertas fechas o momentos especiales. Como se dice popularmente, parece que a veces somos católicos de Semana Santa.

En general, da la impresión de que nos movemos sin esa conciencia de que Dios existe, o bien, repito, de que existe solo algunas veces o según nuestra conveniencia.

Recientemente, el cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en su segundo sermón de la Cuaresma de este año, decía: “Hay un peligro mortal para la Iglesia y es el de vivir como si Cristo no existiera”.

De hecho, ya el 10 de diciembre de 2020, en el tiempo de Adviento, el cardenal también había dicho: “la fe en la vida eterna no se basa en argumentos filosóficos discutibles sobre la inmortalidad del alma. Se basa en un hecho preciso, la resurrección de Cristo, y en su promesa: ‘En la casa de mi Padre hay muchas moradas. […] Voy a prepararos un lugar'”.

¿Con cuánta certeza creemos en la Resurrección de Cristo para vivir nuestra vida pensando en la eternidad? Ya San Pablo lo decía: “vana sería nuestra fe si Cristo no hubiese resucitado” (1 Corintios 15, 14).

Hermanos, precisamente esto es lo que celebramos en Semana Santa: el acontecimiento salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Es el centro de nuestra fe. Nuestro testimonio de cristianos debe hacernos proclamar vivamente el misterio de la salvación, debemos ser portadores de esa Buena Noticia que el Señor nos mandó a anunciar por todo el mundo (San Marcos 16, 15).

Es cierto que tenemos que trabajar en esta vida, dar lo mejor de nosotros, esforzarnos en cada uno de los campos en que nos desenvolvemos y contribuir con todo lo que podamos a hacer crecer una mejor sociedad.

Sin embargo, nuestra meta no está en este mundo, nuestra meta está en lo eterno, para eso vino Cristo a este mundo, para llevarnos al cielo. Si no fuera así, solo tendríamos entonces el frío del sepulcro vacío, pero el Señor nos ofrece algo más. Como bien dijo el Cardenal Cantalamessa, en su predicación cuaresmal: “La sorpresa feliz es que Jesús comunica, da, nos regala su santidad. Que su santidad es también nuestra”.

 

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